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La unión republicana

Juan Carlos Bayona Vargas

31 de mayo de 2025 - 11:00 a. m.

Era 1910. A través de una coalición entre liberales y conservadores, se logró consolidar un movimiento que la historia de Colombia conocería como el republicanismo. Los partidos tradicionales afrontaban sendas divisiones internas y para entonces el autoritarismo del general Reyes, que amenazaba con quedarse en el poder, había azuzado los espíritus más civilistas de los dos partidos. El país, con las hogueras aún humeantes de la guerra de los mil días, eligió entonces a Carlos E. Restrepo, un conservador moderado, como presidente de una nación con una de las estructuras económicas más atrasadas de toda Latinoamérica, y con una desconexión proverbial de las corrientes del capitalismo mundial. Para solo mencionar un par de datos, el analfabetismo, superaba el 60 % de la población y tan solo el 2 % de las exportaciones de América Latina, eran colombianas. Éramos, simplemente, una parroquia que llevaba décadas guerreando.

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Historiadores de diversas vertientes coinciden en afirmar que Restrepo, con la sombra de la Regeneración Conservadora de 1886 a su espalda, emprendió una labor titánica de modernización de uno de los pedazos del mundo con más ventajas. Restrepo sabía que un cambio de mentalidad empezaba por la educación, y que era justamente la educación el principal factor de cohesión social. Católico como era, no puso sus creencias por encima de los derechos de los ciudadanos y su inclusión en la sociedad. Ni creía, como tantos, que la misericordia era la forma más expedita de la justicia social. Precedentes había. La Constitución de Rionegro, más de 40 años atrás, había fracasado en su esfuerzo de federalismo y, sin embargo, había dejado sobre la ancha mesa de la nación la necesidad de una secularización que comprometiera de lleno la educación de la gente en las ciencias, las artes, la cultura y las técnicas que las vincularan con el trabajo.

He pensado en mis lejanas clases de historia de la universidad, cuando supe la noticia que universidades importantes y de reconocida trayectoria están pensando muy en serio en incluir en sus ofertas de pregrado carreras técnicas y tecnológicas que, de una parte, puedan vincular a los jóvenes con el mundo del trabajo, y de otra, los prepare para una eventual profesionalización posterior. Por fin.

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Además, tienen en mente procesos de certificación de competencias laborales. Así sea por la crisis tan fuerte de la demanda, la noticia es alentadora y supone tomar distancia de la inveterada tradición que hemos sufrido de mirar de soslayo lo técnico. Como si valiera menos. Como si fuera menos importante. Qué craso error. Tuvo que pasar más de un siglo para que las universidades de prestigio se tomen en serio la importancia de los saberes técnicos que, en ningún caso, riñen con los saberes del humanismo clásico.

Justamente el programa del republicanismo de principios del siglo pasado quería modificar el pénsum educativo hacia una orientación moderna, laica y científica que contribuyera al desarrollo económico. Oigamos las palabras de Restrepo hace 115 años: «…es queja tradicional contra nuestra raza y costumbres el predominio que tienen entre nosotros los estudios teóricos sobre los prácticos, las abstracciones sobre lo concreto, lo ideal sobre lo real». Y no puede negarse que el sentimentalismo en las ciencias y la imaginación en las teorías nos han perturbado las nociones de lo útil y el sentido común de lo indispensable.

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Pertenecí al Consejo Directivo de una Institución de Educación Técnica muy destacada, pero su sueño era convertirse en universidad. Como de vez en cuando le pasa al Sena. No es necesario. Lo lamentable es que esas ideas que evoco, ese ideario republicano del presidente Restrepo y que supusieron un ejercicio muy interesante de coexistencia partidista que además evitaba la guerra, e intentaron abrir a Colombia al mundo en muchos aspectos de su devenir, se vieron truncados en 1914 cuando la hegemonía conservadora recuperó el poder. Sin embargo, a mi juicio, parecen escritas esta mañana.

Tal vez por eso me acordé de ellas.

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