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Hace años, en una reunión con el exalcalde Peñalosa, la concurrencia se solazaba escuchando la lista de los errores del entonces alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón. Yo le pregunté si, a su juicio, no había algo bueno, algo que mereciera la pena continuar y rescatar.
Cuando Peñalosa fue alcalde de la ciudad, habíamos sido la punta de lanza de su proyecto de colegios en concesión para Bogotá, que, en su momento, tuvo todas las oposiciones habidas y por haber. Hoy, después de 25 años, el proyecto persiste y representa una alianza público-privada incuestionable.
Nada, me contestó sin titubear. No hay nada. Ingenuamente había pensado que el alcalde Garzón, si bien no había fortalecido el sistema de concesiones, tampoco hizo nada para marchitarlo como se había especulado, y ahí podía haber una buena noticia.
Mientras todos aumentaban la lista del desastre de la alcaldía de Garzón, yo me hundía en un incómodo silencio. Inventé una excusa y me fui entristecido.
Ha venido a mi memoria esa escena que tenía embolatada, a propósito del respaldo de Sergio Fajardo al presidente Petro, con ocasión de la andanada de acusaciones que le ha hecho el matón presidente Trump sin una sola prueba por pequeña que fuera. Muy bien por Fajardo, a quien solo he visto una vez en mi vida, en un encuentro casual de tres minutos. Celebro su respaldo al presidente y a la institución de la Presidencia.
A diferencia de la rabiosa e irracional derecha que tenemos y que ha hecho causa común con el guerrero del norte, Fajardo dice lo que una persona sensata diría. Y lo dice tranquilo, sin cálculos. Lo dice desde la ética que siempre ha predicado y desde las convicciones que ha venido atesorando como político y educador. Creo que Fajardo envía un mensaje valioso y valiente, a pesar de que, a esta altura de su mandato, es inocultable que el presidente Petro ha cometido todo tipo de errores y de provocaciones innecesarias fruto de su ego, su inexperiencia y sus complejos.
Así les resulte difícil, Fajardo está invitando, sin decirlo, a los políticos a que se reconozcan a través de causas comunes. A Petro, a reconocerle algo al expresidente Duque, y este al expresidente Santos. Y así. Ese sería el germen de tener una política de Estado y no solo de gobierno: el reconocimiento del otro.
Por eso me regocija que Fajardo, sin diluir sus enormes diferencias que tiene con el presidente Petro, lo respalde porque ellas no son óbice para diferenciar que hay mucho trecho entre ser el jefe de la mafia narcotraficante y ser un presidente errático y críptico. Tal vez Fajardo sabe con claridad de quién vienen y a dónde quieren llegar los infundios. Pero más que eso, el respaldo de Fajardo a Petro desactiva las lógicas automáticas de la confrontación. Y nos pone a pensar. A eso nos dedicamos los educadores.
