El promedio de la escolaridad en Colombia ha venido en aumento y es, más o menos, de 9 años para personas con una edad media de 15 años. Esa cifra desciende en las vastas zonas rurales del país, fundamentalmente por tres razones: el conflicto armado, la calidad y la pertinencia de lo que sucede en la escuela, y las dificultades de acceso. A veces todo junto, a veces no.
En los años que viví en Casanare, constaté que la mayoría de sus 19 municipios reciben los lineamientos educativos, la financiación y el acompañamiento del Ministerio de Educación Nacional (MEN), como corresponde. Sin embargo, es evidente que la pretensión, no exenta de un cierto delirio centralista, no ha permitido adaptar los currículos a los territorios y a sus necesidades y posibilidades reales. Seguimos expidiendo decretos de carácter nacional sin tener suficientemente en cuenta los contextos sociales, culturales y económicos. Y la escuela hace caso, pero sabe muy bien que hay otras urgencias, otros horizontes. O trata de hacer caso.
Ni siquiera los entes locales certificados subvierten una parte mínima de ese delirio. La discusión que hay que abrir es saber qué de la amplia miscelánea de la básica secundaria es pertinente. Sobre todo, en la era de los teléfonos inteligentes y el acceso casi inmediato a la información. Claro, y a la desinformación y a la banalidad y a la tontería. No importa. Abrir un foro nacional desde los territorios, con sede en los territorios, liderado por los territorios y respaldado por el MEN, contribuiría a descentralizar las políticas públicas y a reconocer identidades diferentes y en ebullición desde hace décadas.
No se trata de atomizar los programas para cada región. Se trata de conectarlos con las culturas juveniles locales e incluir en sus diseños propuestas que se agazapan por falta de eco institucional y que los contextos geográficos y culturales reclaman hace años. Una escuela rural del Quindío, de Nariño, del Cauca o de Santander podría tener en sus pénsums los núcleos básicos de todo el país, pero dar paso a propuestas innovadoras que no ven la luz en las escuelas.
La educación superior no escapa a la tradición centenaria de la oferta. La Universidad Pedagógica Nacional inauguró una sede en Aguazul, Casanare, hace poco más de dos años, y para la sorpresa de muchos, unos de sus pregrados bandera era la carrera de Derecho. ¿Será que las necesidades del país pasan por tener más abogados? A mi juicio, discutible.
Ahora se anuncia una nueva cátedra de formación emocional que todo el sector educativo (público y privado), desde la primaria hasta el bachillerato, debe incluir, a partir del año entrante, en sus planes de estudio. Desconozco la ley que así lo instituye y los decretos que la reglamentarán. Y no podría decirse que es una mala idea. Sin embargo, y como en tantas ocasiones anteriores, la ley de alcance nacional, no creo que haya consultado el estado del arte que en esa materia se ha adelantado en los miles de escuelas y colegios que tiene el país. Se decreta y ya.
Tiene uno la sensación que, a la escuela, la sociedad le va endilgando las penurias que ella misma produce, casi siempre en forma de cátedra, con la ilusión que así se irán diluyendo. Si el embarazo adolescente se dispara, cátedra de sexualidad; si nos comportamos como primates, cátedra de competencias ciudadanas; si seguimos en guerra, cátedra para la paz; si la matonería escolar ejerce su dominio, se promulga la ley de convivencia, y si, como ahora, las emociones son reconocidas como parte indispensable de la construcción del carácter de una persona, pues se decreta una cátedra de formación emocional. Claramente eso no basta. Sin referirme a las dificultades de su implementación en términos de espacio curricular y formación docente; lo problemático es que se cree resolver el problema desde las teorías, desde lo formal. Eso ayuda a la comprensión, pero nada más. ¿O es que acaso los contribuyentes no sabemos que debemos pagar impuestos, que no debemos aparcar donde la señal respectiva nos lo prohíbe, o que los que piensan distinto no son enemigos, sino que piensan distinto?