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No pareciera ser una simple curiosidad estadística que los ricos del mundo migren de sus países de origen a otros países. Creo que es posible una mirada diferente a la estrictamente económica. Al fin y al cabo, creería que la economía es una ciencia social.
Según el interesante programa radial Primera Página, de emisión diaria en la emisora de la Universidad Javeriana de Bogotá, las razones de esa migración pueden explicarse con el concepto de geopolíticas, con todo lo que esa expresión pueda significar. Para el caso colombiano, y de acuerdo con el mismo programa, 150 ricos colombianos migrarán y se llevarán mil millones de dólares a otras latitudes, probablemente a Estados Unidos.
Para los analistas especializados, esas dos cantidades tienen muy poca relevancia en el contexto de la economía nacional. Lo interesante es que, teniendo en cuenta que en Colombia hay miles de ricos, y que solo un pequeño puñado de ellos quiera, legítimamente, irse, lo que queda al descubierto, según las agencias dedicadas al asunto, es que hay muchos más que se quieren quedar.
Converso con buenos amigos que viven hace años en otros países y que no están en la categoría de ricos, y algunos de ellos están considerando devolverse, quién lo creyera, por razones de seguridad. Eso para no mencionar que la quimera de la globalización está fracturada.
En otras columnas he llamado la atención en lo que, a mi juicio, desilusiona una cierta expectativa social que se tiene con aquellos jóvenes que acceden a una mejor educación y que pertenecen a los sectores más privilegiados de nuestra sociedad. Y que acaban (insisto, legítimamente) migrando a otros países y dejando en suspenso, o cancelada, una cierta devolución del privilegio recibido en términos de construcción de una mejor sociedad para todos. Es claro que no todos los estudiantes que están migrando pertenecen al grupo de los ricos migrantes, pero sí han podido costearse una educación básica y unas carreras universitarias de alta calidad que no todo el mundo puede pagar, y ese hecho los hace ser parte de un porcentaje reducido de la población.
Y la sociedad espera una redistribución ética, antes que económica, de su formación. No digo que no estén en su derecho de migrar. Cada quien verá dónde vivir y cómo. Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, toda persona tiene el derecho a una nacionalidad y cambiársela si así lo decide. Sólo que sigo pensando que quienes han recibido una mejor educación creo que están en una cierta obligación de ayudar a remar en el barco en que nacieron. Es obvio que en Colombia debe haber muchos más de 150 ricos, miles más. Pero solo se irán un puñado de ellos. Los que permanecen deben estar sujetos, digo yo, más o menos, a las mismas razones geopolíticas que argumentan los que se van. Pero deciden quedarse pudiendo haberse ido. Para mí es una buena noticia por todo lo que significa.
Yo, que sería incapaz de vivir en otro país, así tuviese el dinero para hacerlo (lo hice muchos años cuando era joven), siempre me he preguntado cuál es el papel de uno como ciudadano del país en que nació, por supuesto sin haberlo escogido. Creo, preso de un romanticismo ideal del que no me siento vergonzante, que existe un sentimiento de raíz, de arraigo, que corre por la vida.
No es casual que de la palabra país se derive la palabra paisaje. O, al contrario. No hablo de nacionalismos ni cosas parecidas. Dios me libre. Digo, simplemente, que en la composición arbórea y alada que tenemos todos los seres humanos, siempre es bueno recordar de dónde extrajeron sus riquezas los ricos que migran y que los pájaros, al final del día, van a dormir en un árbol que no crece de la noche a la mañana.
