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Grafiti

Juan Carlos Bayona Vargas

23 de noviembre de 2024 - 11:00 a. m.

En la calle 80 llegando a la Avenida 30 en Bogotá, hay un grafiti inquietante. Es muy grande y a pesar de serlo se ve mejor desde el puente. Suelen ser figurativos y muchos de ellos de bella y cuidada factura. Otros son un mamarracho. Este no. Es arte urbano en ebullición.

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No pinta, no retrata a nada ni a nadie. Ni interpreta ni denuncia nada. Es una declaración, una declaración muy personal pero llena de resonancias estrictamente humanas, de ecos de nuestro tiempo y, quizás, más que eso, de hilos de la historia.

Quiero imaginar que lo escribió una persona joven. Sin embargo, ha podido ser cualquiera. Todos los que lo hemos leído, y que por unos pocos segundos quedamos en silencio torciendo un poco la cabeza, mientras desaparece por la ventanilla del bus, lo hubiéramos podido haber escrito. Esa persona nos ha desnudado a todos. Por unos instantes nos plasmó en sus letras de molde inmensas y trémulas y en su escritura simple y contundente. Y al hacerlo, nos hizo ciudadanos bajo el mismo cielo, porque a todos nos concierne su mensaje.

Lo he visto muchas veces, y ahora espero a que aparezca cuando paso por ahí todos los días y me voy acercando al muro que le sirve de espalda. Confieso que me preocupa que lo borren o se deslía con el tiempo porque nos hemos hecho parientes cercanos. Alguna vez lo comenté con mi compañero de asiento en el Transmilenio. No dijo nada. Apenas sonrió y siguió en lo suyo, pero estoy seguro que sintió lo mismo que yo sentí y sigo sintiendo. En otra ocasión hice lo mismo y tuve peor suerte: que trabajen que la vida está muy cara, me dijo una señora aterida en el diluvio bogotano del atardecer. Y puede tener razón. Pero yo creo que la cosa no va por ahí, va por el lado de cómo existo y no qué produzco.

Esa declaración puntiaguda pero esperanzada a la vez, flameada en un rincón de mi ciudad me reconcilia de tarde en tarde con la aventura humana. Me da fuerza porque siempre he creído que las trincheras de ideas y de preguntas valen más que las de piedra. Bendito derecho a escribir en las paredes y a decir a gritos de pintura lo que nos pasa, lo que anhelamos, así en ocasiones (cada vez más recurrentes) creamos que ya no hay salida y que todo empieza a estar perdido. A esa persona anónima mi agradecimiento por sus ocho palabras en forma de horizonte:

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“Algo en qué apostar, algo en qué creer".

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