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Gabo siempre declaró que sería El amor en los Tiempos del Cólera la novela que, a su juicio, perduraría. Lo traigo a cuento porque cuando se llevó al cine corrió mucha menos tinta que la que ha corrido y seguirá corriendo con ocasión de la serie que Netflix acaba de estrenar de Cien Años de Soledad en la pantalla. Y como ocurrió con otros de sus cuentos y novelas se produjo una discusión inagotable.
Hay de todo. Yo la he visto con tantos momentos de solaz como de frustración. Hay escenas preciosas que nos hacen creer que, en efecto, los personajes y la atmósfera onírica y desaforada del libro pasaron de modo natural y encarnaron en las imágenes que me hicieron afirmar que así eran, que son ellos. El duelo con Prudencio Aguilar, las escenas de amor de José Arcadio y Úrsula, el laboratorio de Melquíades, Melquíades, la llegada de los gitanos, entre otras, son convincentes y hermosas y tristes y dolorosas. Otras no. Pero no importa demasiado. Cada uno tiene sus personales y sus páginas amadas.
En mi opinión es Remedios, la bella, tal vez el único ser feliz de toda la novela, con su destino de hembra perturbadora que seguía torturando a los hombres más allá de la muerte, hasta el polvo de sus huesos. Para mí, una de las páginas más conmovedoras de la novela es cuando Remedios, la bella, se baña más de prisa que de costumbre para que el forastero que la espiaba desde el techo no siguiera en peligro, o cuando asciende al cielo en cuerpo y alma mientras le dice adiós con la mano a Úrsula ya lejos del alcance de los más altos pájaros de la memoria. Espero, con cierto temor, cuando aparezcan esas páginas desmitificadas y encarnadas en las imágenes, que podrían o no serles fieles a las que uno tiene en su corazón, pero que revelarían para siempre el rostro y la inocencia de Remedios, la bella.
A pesar de que entiende uno las precauciones de Gabo para que volvieran cine la soledad de su novela, la cosa va saliendo bien y tiene sentido haberse arriesgado. Pero repito, eso no importa demasiado. Son los riesgos de las adaptaciones. Y es cine. No literatura. Su lenguaje es diferente. Pero están unidos por las narrativas. Todos sabemos que García Márquez amaba el cine y escribió guiones e incluso fue actor de reparto en la mítica película La Langosta Azul de 1954. Sólo le faltó pintar. Y quizás era por el conocimiento profundo que tenía del cine que se negaba a llevar su Cien años de Soledad a la pantalla.
Mi preocupación, después de haber visto la serie, es otra; pedagógica, pudiéramos decir. Me preocupa que los que no hayan leído el libro dejen de hacerlo porque ya han visto la película. Especialmente los jóvenes. Uno pensaría que podría ser al contrario. Sería el ideal. Que la serie conduzca a la novela. Cándida esperanza.
Y como son artes paralelos el cine y la literatura, los maestros podrían utilizar ese parentesco sanguíneo para equilibrar la colonización que desde hace décadas ejerce el altivo imperio audiovisual sobre las mentes de todo el mundo, en particular, las de los adolescentes. Se trata de ponerlos a conversar y no permitir que ninguno tome radical ventaja sobre el otro hasta el punto de ignorarse mutuamente.
Por experiencia sé que es difícil para los maestros traer a sus estudiantes a la soledad que significa tener un libro entre las manos. Las imágenes del cine son contundentes. Llegan rápido. Dan poco espacio para la imaginación o la interpretación. Y atrapan. Son prácticamente las mismas para todo el mundo.
Es por eso que los profesores de literatura del bachillerato podrían aprovecharse de la película para llegar al libro. Porque no se lee por decreto. Se lee por una necesidad personal que se va, cuadro a cuadro, como cultivando. Y en ese sentido, ir estableciendo comparaciones entre la película y el libro podría resultar muy atractivo para los adolescentes. Por capítulos, por escenas. Yo no leí El Padrino, de Mario Puzo. Con la película de Coppola creería que no hacía falta. No podría decir nada de la novela que la hizo nacer.
La idea entonces es aprovechar la serie de Netflix para formar anfibios culturales y que la serie desemboque en la novela y la deje cantar como canta porque en la película, como es apenas natural, resuenan solo algunos ecos. El reto está servido.