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                                                                                                                              Criticar para la paz, despotricar para la guerra

                                                                                                                              Hasta hace unos días parecía que lo mejor que podíamos hacer los colombianos para ayudar en los diálogos de paz, en tanto que ciudadanos, era mordernos la lengua, comernos las uñas o apretar los dientes. Guardar silencio y cruzar los dedos.

                                                                                                                              Quizás como producto del entusiasmo, frente a la simple y maravillosa idea del fin del conflicto armado en Colombia, era simplemente aterradora la posibilidad de que esa nefasta complicidad entre opinión púbica y medios de comunicación se encargara de malograr esta nueva oportunidad para la paz. Si en algo ha tenido razón el presidente Juan Manuel Santos ha sido en su insistencia en que ese ruido mediático constituye un obstáculo para el proceso de negociación. Mucho más sabiendo que hay personas tan poderosas e interesadas en manipular dicha opinión para que ese proceso, sencillamente, fracase por completo. Los enemigos de la paz.

                                                                                                                              En un primer momento eso parecía lo más prudente y, en el fondo, no ha dejado de serlo. Pero justamente, frente a esa ruidosa e influyente posición de los enemigos de la paz, no menos prudente sería recordar que tenemos el deber, en tanto que ciudadanos, de sentar nuestra posición frente a ellos, de criticar una postura que, por radical, nos compete a todos. El problema es que, en su derecho, ellos también están criticando, pues no son menos ‘ciudadanos’. Habría que preguntarse, entonces, qué se entiende por criticar y cuáles deberían ser sus límites.

                                                                                                                              Para un filósofo que escribe una columna de opinión no resulta difícil hablar de crítica, no tanto por lo que critica sino por las críticas que recibe. “Para opinar –dice el ortodoxo– es indispensable dominar el tema del que se habla”. “Más indispensable aun –responde el heterodoxo– es contar con una postura interesante”. “Columnista –agrega aquél–, Daniel Coronell, por ejemplo [¡Hechos, por tanto, hechos!]”; “O Antonio Caballero, quizás –responde éste–, [¡Crítica!]”. Distinciones que apuntan a señalar estilos y preferencias, no burdas comparaciones. Si se busca información, tal vez sea más apropiada la sección de noticias que las columnas de opinión. El punto es que nada tendría de qué preocuparse un periodista frente a un columnista de formación no periodística, pues una cosa es informar y otra, bien distinta, es pensar la realidad, criticar.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              La crítica es sana porque implica la negación del estancamiento y, en consecuencia, del subdesarrollo. Una crítica en pro de la mejoría y no la que solo busque desestimar al otro, la mala leche. Una crítica honesta que no se convierta en un mecanismo de autojustificación de carencias, en el caballito de batalla del bien conocido sentimiento de la envidia. De esa envidia que, como bien diría Unamuno, es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.
                                                                                                                              Si hemos de creer en que Álvaro Uribe Vélez también quiere la paz, y en que lo único que le molesta de los diálogos es la forma, entonces tendríamos que concluir una de dos cosas. O bien que, para Uribe, la paz solo se logra con la guerra, o bien que sus críticas no son más que producto de la envidia que le produce la posibilidad de que Santos logre lo que él, sencillamente, no pudo. En ambos casos, Uribe no critica para la paz, despotrica para la guerra.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Hasta hace unos días parecía que lo mejor que podíamos hacer los colombianos para ayudar en los diálogos de paz, en tanto que ciudadanos, era mordernos la lengua, comernos las uñas o apretar los dientes. Guardar silencio y cruzar los dedos.

                                                                                                                              Quizás como producto del entusiasmo, frente a la simple y maravillosa idea del fin del conflicto armado en Colombia, era simplemente aterradora la posibilidad de que esa nefasta complicidad entre opinión púbica y medios de comunicación se encargara de malograr esta nueva oportunidad para la paz. Si en algo ha tenido razón el presidente Juan Manuel Santos ha sido en su insistencia en que ese ruido mediático constituye un obstáculo para el proceso de negociación. Mucho más sabiendo que hay personas tan poderosas e interesadas en manipular dicha opinión para que ese proceso, sencillamente, fracase por completo. Los enemigos de la paz.

                                                                                                                              En un primer momento eso parecía lo más prudente y, en el fondo, no ha dejado de serlo. Pero justamente, frente a esa ruidosa e influyente posición de los enemigos de la paz, no menos prudente sería recordar que tenemos el deber, en tanto que ciudadanos, de sentar nuestra posición frente a ellos, de criticar una postura que, por radical, nos compete a todos. El problema es que, en su derecho, ellos también están criticando, pues no son menos ‘ciudadanos’. Habría que preguntarse, entonces, qué se entiende por criticar y cuáles deberían ser sus límites.

                                                                                                                              Para un filósofo que escribe una columna de opinión no resulta difícil hablar de crítica, no tanto por lo que critica sino por las críticas que recibe. “Para opinar –dice el ortodoxo– es indispensable dominar el tema del que se habla”. “Más indispensable aun –responde el heterodoxo– es contar con una postura interesante”. “Columnista –agrega aquél–, Daniel Coronell, por ejemplo [¡Hechos, por tanto, hechos!]”; “O Antonio Caballero, quizás –responde éste–, [¡Crítica!]”. Distinciones que apuntan a señalar estilos y preferencias, no burdas comparaciones. Si se busca información, tal vez sea más apropiada la sección de noticias que las columnas de opinión. El punto es que nada tendría de qué preocuparse un periodista frente a un columnista de formación no periodística, pues una cosa es informar y otra, bien distinta, es pensar la realidad, criticar.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              La crítica es sana porque implica la negación del estancamiento y, en consecuencia, del subdesarrollo. Una crítica en pro de la mejoría y no la que solo busque desestimar al otro, la mala leche. Una crítica honesta que no se convierta en un mecanismo de autojustificación de carencias, en el caballito de batalla del bien conocido sentimiento de la envidia. De esa envidia que, como bien diría Unamuno, es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.
                                                                                                                              Si hemos de creer en que Álvaro Uribe Vélez también quiere la paz, y en que lo único que le molesta de los diálogos es la forma, entonces tendríamos que concluir una de dos cosas. O bien que, para Uribe, la paz solo se logra con la guerra, o bien que sus críticas no son más que producto de la envidia que le produce la posibilidad de que Santos logre lo que él, sencillamente, no pudo. En ambos casos, Uribe no critica para la paz, despotrica para la guerra.

                                                                                                                              Read more!

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