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¿Cómo mejorar la empatía de los niños?

Julián de Zubiría Samper
15 de junio de 2021 - 02:59 a. m.

A los colombianos nos falta empatía. No hemos aprendido a ponernos en los zapatos de otros, a sentir sus tristezas y gozar con sus alegrías. La buena noticia es que la empatía se puede educar en los colegios y en las familias.

Desde niños nos enseñaron a no intervenir cuando viéramos que un hombre golpeaba a una mujer, o a alguien robando o maltratando a otra persona. Esto se generalizó hasta tal punto que, ante un asesinato, frases comunes en la calle tristemente han sido: “Por algo lo mataron” o “Quién sabe en qué andada”. Sin duda son frases que demuestran insensibilidad y muy poca empatía. Son las secuelas de la cruenta guerra y de tener familias y escuelas que no han asumido la tarea de formar ciudadanos más empáticos. Al fin de cuentas, llevamos seis décadas en un conflicto interno que ha dejado 9 millones de víctimas. Y, aun así, la mitad de quienes votaron el plebiscito dijeron no a los Acuerdos de paz, no a una justicia especial y a una Comisión de la Verdad y no a las curules para las víctimas. Hasta el momento hemos construido una nación poco empática.

Nos enseñaron a rivalizar con los hinchas de los equipos deportivos diferentes, con quienes habían nacido en otras regiones, estudiaban en distintos colegios o eran de otro sexo. Nos enseñaron a odiar a quienes pertenecían a un partido político diferente al de nuestros padres, a quienes profesaban diferentes religiones e ideologías o tenían otra etnia. Es un contexto muy adverso para la emergencia de las competencias ciudadanas, el trabajo en equipo, la comunidad y la solidaridad.

La empatía se asocia muy positivamente con la sensibilidad, el diálogo, la solidaridad, el trabajo en equipo y la búsqueda de causas comunes. Muy seguramente niños empáticos serán adultos que convivan mejor, padres resonantes con sus hijos y ciudadanos que tengan en cuenta a los demás en sus proyectos de vida. Niños poco empáticos serán más propensos a escalar sus conflictos, resolver los problemas a los golpes, agredir, excluir, estigmatizar, no escuchar y sentirse dueños de la verdad.

Para ser empáticos hay por lo menos tres condiciones: descentración social, reconocimiento de la diversidad y sentimiento de comunidad. Por lo general, en nuestro país no cumplimos ninguna de ellas. Somos muy poco nosotros y demasiado yo, y a quien piensa o es diferente tendemos a rechazarlo y excluirlo. Por eso como sociedad no nos unió la paz ni la necesidad de superar la pandemia y, por eso mismo, llevamos 49 días en paro y todavía no hemos empezado a dialogar.

Es muy diciente que el gobierno de Duque haya decidido promover una reforma tributaria días después de revelar que el 42% de los colombianos vivía en la pobreza. La propuesta golpeaba principalmente a los sectores medios de la población al incrementar la tarifa del IVA y gravar las pensiones e ingresos levemente superiores al salario mínimo. Es difícil encontrar un gobierno menos empático con los problemas de la población que dice representar.

Así mismo, en medio de una de las masivas protestas ciudadanas a raíz del asesinato de Javier Ordóñez en una estación de policía el 8 de septiembre de 2020 luego de sufrir torturas y descargas eléctricas, el presidente Duque decidió vestirse con la chaqueta que identifica a la institución, como diciendo, a pesar de la brutalidad policial, “estamos con ustedes”. Una vez más, ¡vaya si le faltó empatía!

Pero la baja empatía no solo es del actual gobierno. FECODE, por ejemplo, el mayor sindicado en el país, ha sacado cientos de comunicados en el último año y medio. En ellos exige adecuaciones locativas e inversiones en bioseguridad para retornar a la presencialidad. También reitera la necesidad de vacunar a docentes y directivos. Tiene toda la razón en sus peticiones. Aun así, en ninguno de ellos explica la gravísima situación emocional de 10 millones de menores que durante 16 meses han carecido de espacios y compañeros con quienes socializar, hacer deporte o a quienes contarles sus angustias. En ninguno habla de la tristeza que sienten niños y jóvenes, ni de la desesperanza que genera saber que están cerradas sus aulas presenciales. En ninguno señala que les preocupa que estén aumentando los casos de depresión, suicidios, abusos, maltrato o violaciones de niñas y niños en sus hogares o el desempleo de sus madres. En ninguno menciona a las niñas embarazadas, los niños reclutados por las mafias o quienes han ingresado a trabajar a tierna edad porque desistieron de la educación al carecer de conectividad y presencialidad. Nuevamente, es un caso de baja empatía.

Señalo los anteriores ejemplos para comentar un programa actual encargado por el presidente Emmanuel Macron a una comisión encabezada por el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik, a quien muchos identifican como el “padre de la resiliencia”. La tarea que le ha puesto el gobierno francés es encontrar maneras para promover la empatía en los niños y niñas. La conclusión es clara: las artes y la educación física son las áreas que en mayor medida favorecen la empatía. Ya lo decía Martha Nussbaum: “la democracia necesita de las humanidades”.

Un niño que toca un instrumento habla mejor. Lo mismo sucede con quienes participan en un coro. Se sienten más seguros y confiados. La confianza es la savia que facilita la socialización, y eso les permite ser más empáticos. Lo vemos de manera simple en un pequeño grupo musical. Todo lo que haga uno de los músicos tiene que hacerlo pensando en los demás. Si se atrasa o se adelanta unos segundos en la interpretación, la obra desentonará.

Con el teatro sucede algo similar. Representar es ponerse en los zapatos de otra persona. Asumir su cuerpo, sus movimientos, ideas y sentimientos. Además, quien lo hace tiene que pensar en los demás actores que asumen el rol de otras personas.

Viajar también favorece la empatía porque nos permite entender que las ideologías, valores y prácticas que conocemos no son las únicas. Nos enseña que hay culturas que adoran otros dioses, construyen de maneras diferentes y tienen otras costumbres y rituales. En ese contexto, las ideas y valores se relativizan, y los que profesamos deben aprender a convivir con otros. También viajamos leyendo muy buenos libros y revisando con cuidado muy buenas películas sobre culturas y épocas diferentes a la nuestra. Leer es viajar superando las barreras del tiempo y el espacio. En consecuencia, leer reflexivamente y ver buen cine nos ayuda a formar jóvenes más empáticos.

Si en los colegios promoviéramos el teatro, la música, el cine, el deporte en equipo, el cuidado del planeta y los animales, los juegos de roles y la lectura reflexiva, favoreceríamos la empatía. Si en los hogares los niños tuvieran hermanos y mascotas y se valorara la diversidad de cada uno, formaríamos seres humanos que conviven mejor con los demás. El problema en nuestro país es que las artes, la ecología y la educación física son áreas de menor importancia y, con frecuencia, en las instituciones de educación pública del país hay poco tiempo, espacio y profesores para promoverlas.

La empatía también involucra una dimensión ética, más compleja de abordar. No es casual que en Colombia haya prosperado la “cultura del atajo” para salir adelante, saltarse la fila y enriquecerse de manera rápida y fácil, haciendo zancadilla a los demás. Tampoco lo es que hayamos visto un fuerte contubernio entre la clase política y las mafias. Aun así, eso es más fácil de entender si tenemos en cuenta que desde pequeños nos enseñaron a tener una moral muy laxa para juzgarnos a nosotros mismos y otra muy estricta para juzgar a los demás. Por eso no extraña que la mitad de los jóvenes en Colombia justifique la corrupción si esta beneficia a los miembros del núcleo familiar.

La buena noticia es que la empatía se puede desarrollar. La mala es que para poder hacerlo se requiere voluntad política y conocimiento científico. En Francia el gobierno escucha la voz de los científicos. En Colombia, por el contrario, pese a la abierta oposición de las Academias, nombraron como ministro de Ciencia a un rector a quien se le han señalado fraude en múltiples de sus artículos publicados en revistas. Si los futuros gobiernos escuchan las voces de los verdaderos científicos, nos ayudarán a formar niños y jóvenes más empáticos. Al hacerlo, favoreceremos el trabajo en equipo y una convivencia que valore las diferencias. No hay que olvidar que la principal tarea de la educación es formar ciudadanos que se comuniquen y convivan de mejor manera con los demás.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

 

der(us2bz)16 de junio de 2021 - 04:51 a. m.
Muy buen artículo!
Mar(60274)15 de junio de 2021 - 11:25 p. m.
Lo malo el mal ejemplo desde el gobierno.
FerchoTR(61497)15 de junio de 2021 - 11:10 p. m.
Mr Zubiría la ha sacado del estadio. Felicitaciones.
UJUD(9371)15 de junio de 2021 - 10:47 p. m.
Pero volver a estudiar presencialmente con casi 600 muertos diarios ? Eso es como la tal reactivación económica. Dentro de poco tiempo estaremos en 800 muertos y todo al traste. Y lo dicen las sociedades científicas. Me parece que hay que ver estos hechos, reales, y también es empatía.
Camilo(03596)15 de junio de 2021 - 09:37 p. m.
Un componente adicional es el ejemplo. Sí los líderes son faltos de empatía: no estarían recogiendo café, ese es un buen muerto, pueden disparar, etc. O, para el caso peor, la emprenden a coscorrones contra sus guarda espaldas, o se van a ver ballenas en momentos de decisiones críticas
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