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En la guerra que se libra entre palestinos e israelíes desde hace 75 años primero fueron los discursos de odio y luego –como siempre pasa– los crímenes de odio. Las palabras matan tanto como las balas.
Adama Dieng fue asesor de la ONU para la prevención de los genocidios. En un bellísimo y profundo discurso que circula en redes decía: “Todos debemos recordar que los discursos de odio anteceden a los crímenes de odio”. El Holocausto contra los judíos no inició en las cámaras de gas, sino muchos años atrás, cuando fueron estigmatizados y marcados con palabras de odio. “Ratas”, “parásitos” y “piojos” eran algunos términos que los nazis usaban para referirse a ellos. En Ruanda, “cucarachas” fue el término utilizado de manera preferente por los medios de comunicación del Estado para referirse a los tutsis, una minoría étnica que entonces representaba el 15 % de la población. Años después, fueron asesinadas 800.000 personas en lo que se conoce como el genocidio de Ruanda.
En la guerra que se libra entre palestinos e israelíes desde hace 75 años viene sucediendo algo similar. Los ataques que Hamás realizó el 7 de octubre de 2023 han sido el mayor golpe recibido por los israelíes desde la creación del Estado de Israel. Estamos ante una incursión militar por tierra, mar y aire. Sin duda, es un acto para generar terror en la población israelí y debe ser censurado sin la más mínima ambigüedad. Fue un atentado contra la humanidad. Un crimen de guerra y una violación a los derechos esenciales de los seres humanos. Los fanáticos milicianos ingresaron a los kibutz, violaron, asesinaron y secuestraron niños, jóvenes y ancianos. El blanco fue la población civil. La ONU estima que murieron 1.368 judíos ese día y que fueron secuestrados 203. Sin embargo, debe comprenderse que, desde su creación como grupo islámico, Hamás ha destilado odio contra los judíos y el Estado de Israel. Considera que no deberían existir. En su carta fundacional afirma: “Israel existirá y continuará existiendo hasta que el islam lo destruya, tal como ha borrado a otros antes”. La carta dice que “nuestra lucha es contra los sionistas”. Por eso declara la “muerte a los judíos” y exige la creación de un estado islámico en Palestina en lugar de Israel. El discurso de odio deshumaniza al adversario para después poder exterminarlo.
Sin embargo, la mayor parte de los gobernantes y medios de comunicación del mundo occidental han ignorado las gravísimas declaraciones públicas del presidente de Israel, de su primer ministro y del ministro de Defensa. Isaac Herzog, presidente de Israel, declaró al día siguiente de la masacre: “Es una nación entera la responsable. Esta retórica sobre los civiles no conscientes, no involucrados, es absolutamente falsa. Podrían haberse levantado, podrían haber luchado contra ese régimen malvado”. En su declaración, estigmatiza a todo el pueblo palestino y lo responsabiliza de la masacre. Al hacerlo, está juzgando a todo un pueblo por la acción de un pequeño grupo de terroristas radicales. Sus irresponsables afirmaciones son la antesala de los crímenes de odio.
Las graves aseveraciones del presidente de Israel fueron respaldadas por extremistas en Israel y diversos lugares del mundo. Ariel Kallner, miembro del parlamento israelí por el partido que preside Benjamín Netanyahu, exigió nuevamente una expulsión masiva de palestinos como la que se realizó en la zona en 1948, conocida como la Nakba o “Catástrofe”. Sus términos fueron: “Ahora mismo, un objetivo: una Nakba que eclipsará la Nakba de 1948″. Es bueno recordar que la de 1948 provocó la expulsión de unos 700.000 palestinos por la despoblación y destrucción de más de 500 pueblos palestinos por parte de las fuerzas armadas israelíes. Tally Gotliv, una diputada del mismo partido (Likud), ha pedido a Israel que lance una bomba atómica sobre Gaza.
Unos días después del asesinato de los judíos en Tel Aviv, el ministro de Defensa de Israel cortó la electricidad, el suministro de alimentos, combustibles y el agua para una población de 2 millones de palestinos asentados en la Franja. A la semana siguiente, vino la orden para que ellos abandonaran sus hogares, trabajos, enceres y tierras. Así mismo, exigió que desocuparan hospitales y escuelas. En uno de los actos más crueles que ha conocido en las últimas décadas la humanidad, cayó un misil o bomba en el Hospital Al Ahli de Gaza, donde murieron 471 personas. Según la ONU, ese centro era uno de los 20 del norte de Gaza que Israel había dado la orden de desalojar, orden que fue imposible de cumplir. Antes de la explosión, la ONU había documentado 57 ataques contra centros sanitarios. A esos extremos delirantes e inhumanos conducen las guerras y, por eso, el deber de todo ser humano en el mundo es hacer todo lo posible por detenerlas.
Amnistía Internacional ha llamado con claridad la atención sobre la desproporcionada respuesta de Israel y sobre el profundo silencio e inacción de la comunidad internacional ante los atropellos. En sus términos: “El silencio y la inacción de la comunidad internacional es absolutamente inadmisible. Estamos ante crímenes de guerra realizados por Israel”.
Según explica el periodista Chris McGreal en The Guardian, las encuestas de opinión muestran que un número significativo de israelíes ven a los árabes como “sucios”, “primitivos” y “ladrones” y como individuos que no valoran la vida humana. Así mismo, un estudio sobre los textos escolares israelíes concluye que se refieren a ellos como intrusos a quienes simplemente se tolera por la benevolencia de Israel. En los textos no los llaman palestinos, sino árabes. Al hacerlo, los privan de nacionalidad. Así mismo, la matanza de palestinos se describe como algo necesario para la supervivencia del naciente Estado judío. Así crecen los niños y jóvenes judíos. Y los educadores sabemos que las primeras actitudes son las que más perduran a lo largo de la vida.
El ministro de Defensa, Yoav Gallant, calificó de “animales humanos” a los habitantes de la Franja de Gaza. Esas afirmaciones deshumanizan a la población palestina. Expresan una supuesta superioridad moral del pueblo judío, cargada de racismo, intolerancia y desprecio por la vida de los palestinos. Una vez más, son discursos de odio. ¿Cuál ha sido la respuesta de los gobernantes del mundo? El silencio y la complicidad ante ellas.
En 2016, Ban Ki-Moon, secretario general de las Naciones Unidas, consideró como “inaceptables e indignantes” las declaraciones según las cuales Netanyahu consideraba muy adecuado que se establecieran asentamientos judíos en las regiones de Cisjordania y Gaza. Pero en 2023 las voces de censura ante la desproporcionada reacción por parte del Estado judío han sido en extremo débiles para detener la muerte, el hambre, el injusto desalojo y la destrucción de una de cada cuatro viviendas palestinas, según estimativos actuales de la ONU.
El pensador israelí Yuval Harari ha escrito dos profundos textos sobre las acciones de terror de Hamás, que asesinaron a 1.368 judíos el 7 de octubre. Él lo califica como un “crimen contra la humanidad”. Sin embargo, llama la atención muy sabiamente cuando afirma: “Nuestra guerra es con Hamás, no con el pueblo palestino” y concluye que la tarea del mundo es salvar los espacios para la paz y empatizar con el dolor de judíos y palestinos.
Israel tiene todo el derecho de responder a los atentados terroristas de Hamás y de atacarlos militarmente para proteger a su población. Ojalá logre destruirlos por completo. Pero no tiene ningún derecho a bombardear a civiles palestinos en Gaza, destruir sus viviendas, iglesias, sueños, esperanzas y familias o de desplazar impunemente a más de dos millones de palestinos. Muchas personas en el mundo todavía no han entendido que mientras los palestinos no vivan dignamente, sin el asedio, el acoso y el control de los judíos, Israel tampoco podrá vivir en paz. La condición para la paz es la existencia de dos Estados y el pleno reconocimiento de los derechos para los palestinos y los judíos en la zona.
Hannah Arendt decía que “la muerte de la empatía humana es uno de los primeros indicios de que una cultura está a punto de caer en la barbarie”. Al mundo le está faltando empatía con el sufrimiento de los palestinos. Y cuando vemos en silencio masacrar a un pueblo entero es porque nos estamos acercando a la barbarie. ¿Será que ya estamos en ella?
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)
