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Desde hace algunas décadas, la ciencia ha demostrado que la inversión más rentable para una sociedad es la que se realiza en los primeros años de niñas y niños. Aun así, Colombia es uno de los países donde el Estado y las familias menos han priorizado la educación inicial.
James Heckman obtuvo el Nobel de Economía en el año 2000 por un hallazgo trascendental: demostró el gran impacto que tiene la educación inicial a lo largo de la vida. Antes de sus investigaciones, era frecuente pensar que los menores deberían permanecer al cuidado de las madres hasta que llegara la edad de ingreso al colegio. Se suponía que la educación inicial les brindaba un gran apoyo a ellas, pero no a los niños. De allí los nombres que adoptó: guardería o jardín infantil. Es decir, un espacio para dejar temporalmente a niñas y niños. En 1975, Bárbara Tizard, miembro de la Academia Británica de Psicología, concluía en su informe sobre la primera infancia lo siguiente: “Mientras que el ampliar la escolarización a edad temprana se considera como una forma de evitar el posterior fracaso escolar o una manera de reducir las diferencias académicas entre clases, nosotros ya sabemos que es una medida condenada al fracaso”. La mayoría de las madres pensaba como ella, hasta que aparecieron las sustentadas y profundas investigaciones llevadas a cabo por Heckman.
Lo que demostró el nobel es que las competencias cognitivas y socioafectivas adquiridas en la primera infancia facilitan los aprendizajes posteriores. Su tesis es que las habilidades iniciales generan otras habilidades que serán claves en la escuela y en la vida. Una conclusión coherente con la tesis que defendería posteriormente Marta Nussbaum en su bello libro titulado Crear capacidades: “La educación forma las aptitudes ya existentes en las personas y las transforma en capacidades internas”.
Las conclusiones de Heckman provienen de un conjunto de estudios longitudinales realizados en Estados Unidos a programas que se implementaron a partir de 1962, en diversos estados, para niños menores de cinco años pertenecientes a población marginal y afrodescendiente. Se trataba de evaluar su impacto a largo plazo. Las conclusiones fueron muy impactantes. Los niños que recibieron educación inicial desde más temprana edad alcanzaron:
Primero. Mejor comprensión lectora y menor reprobación de grados durante su escolaridad básica.
Segundo. Mayores niveles de educación formal.
Tercero. Mejores salarios en la adultez.
Cuarto. Mejores habilidades socioemocionales como la perseverancia, motivación, paciencia, autocontrol y capacidad de cooperación.
Quinto. Tasas más bajas de encarcelamiento y conductas de riesgo.
Los estudios de Heckman han debido tener una mayor repercusión en el diseño de la política pública. De acuerdo con él, la inversión del Estado debería estar centrada en fortalecer la educación inicial, ya que la tasa de retorno y la rentabilidad social son mayores. Sin embargo, eso no ha sido posible en todo el mundo por una razón política: los niños menores de cinco años no salen a votar, en tanto los jóvenes sí lo hacen, y las decisiones las toman políticos interesados en ganar más votos.
Diversos estudios mundiales ratificaron las conclusiones de Heckman. Según PISA (2022), los niños que cuentan por lo menos con un año de educación inicial alcanzan en promedio 33 puntos más en su prueba de comprensión lectora a los quince años. Según el estudio ERCE de la UNESCO, realizado en 2019 con jóvenes de catorce años, la ventaja de quienes asistieron a educación inicial en América Latina varía entre 22 y 26 puntos según el país y el área, pero en todos los casos es muy positiva. Estas tesis también han sido ratificadas por otros campos de la ciencia. Estudios neurocientíficos han demostrado ampliamente que la edad inicial es el periodo de mayor plasticidad del cerebro.
Aun así, la presión que ha ejercido el movimiento estudiantil universitario ha sido, en términos generales, relativamente efectiva en América Latina. Gracias a esto, las inversiones de los gobiernos en educación han tendido a privilegiar la educación superior. Se trata de una población muy atractiva para los políticos. En Colombia, por ejemplo, en 1990, solo el 8% de los estudiantes que culminaban la educación media continuaban con su educación superior. Hoy este porcentaje es superior al 57%. Por el contrario, la inversión en educación inicial está significativamente atrás del resto de América Latina. Esta equivocada política ha sido ampliamente ratificada por el actual gobierno.
Dadas las conclusiones anteriores, resulta especialmente grave la sensible caída en la asistencia a la educación inicial en Colombia desde la pandemia. En Bogotá, por ejemplo, la matrícula en jardines privados se redujo casi a la mitad entre 2020 y 2024. Con el traslado a la virtualidad y la expansión de los trabajos virtuales, muchas madres y padres han creído que si sus hijos permanecen en casa se ahorran los costos para los niños más pequeños. Se equivocan. En realidad –como decía el nobel de Economía- están dejando de hacer la inversión más rentable que puede llevar a cabo una familia y una sociedad.
Cuando Juan Manuel Santos lanzó su programa De cero a siempre invitó a James Heckman como asesor. Escuchamos sus palabras de economista cuando dijo: “Si vemos la vida del niño como una inversión y nos preguntamos dónde obtenemos la tasa de retorno más alta, la respuesta es en los primeros años de vida, ya que en esta etapa hemos desarrollado una base de destrezas que persisten y se desarrollan a lo largo de toda la vida”.
El Estado y las familias harían muy bien en escuchar a quienes han estudiado durante décadas estos temas. Aun así, en Colombia el Estado tiene oídos sordos ante la voz de los expertos, mientras que las familias prefieren prestar más atención a sus vecinos y a las redes que a destacados científicos. Eso no solo pasa en Colombia, donde los ministerios de Educación y Salud están en manos de políticos, no de científicos con conocimiento y comprensión de los temas que dirigen. En Estados Unidos, por ejemplo, la secretaria de educación actual fue empresaria de lucha libre durante la mayor parte de su vida y de educación no tiene la menor idea. Algo análogo sucede con el secretario de salud, quien en complicidad con Trump ha puesto patas arriba el sistema al prohibir múltiples vacunas para los niños.
Vivimos tiempos muy oscuros para la educación y la ciencia, por lo menos en Estados Unidos y en Colombia. Ojalá se cumpla la petición del presidente Emmanuel Macron, quien culminó su discurso de conmemoración de la unificación alemana con estas bellas y profundas palabras: “Si creemos en el orden democrático, debemos volver a colocar la ciencia y el conocimiento en el centro. Debemos devolver la autoridad científica a su lugar central. Debemos reinstaurar la cultura, la educación y el aprendizaje en el corazón de nuestra sociedad”. Ojalá tomáramos como referencia al presidente francés y no al egocéntrico y autoritario presidente de los Estados Unidos.
