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El legado de esperanza de Jane Goodall

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Julián de Zubiría Samper
21 de octubre de 2025 - 05:00 a. m.
“Que hayan propuesto a Donald Trump como Premio Nobel de Paz no debe extrañar a nadie”: Julián de Zubiría Samper
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Foto: EFE - IAN LANGSDON
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Jane Goodall pasó a la historia por sus originales hallazgos científicos y por su inquebrantable compromiso con el cuidado de los seres humanos, la naturaleza y los animales. Paz en su tumba y gratitud por su legado de esperanza.

Cuando en 1960 Jane Goodall cumplió 26 años, viajó a Tanzania para trabajar como secretaria del reconocido antropólogo Louis Leakey. En ese momento ella no tenía educación superior, pues sus condiciones económicas no se lo habían permitido. Eso le gustó a quien se convertiría en su mentor. Él también valoró su genuino interés por los animales, su pasión, empatía, valentía y compromiso. Jane quería estudiar a los chimpancés en su hábitat y por eso había realizado un viaje tan largo desde Inglaterra. Él accedió con la condición de que lo hiciera con otra persona. Su madre -quien siempre estuvo presente en su vida- decidió acompañarla en su aventura en la selva africana.

El riguroso seguimiento de los chimpancés que hizo Jane en el Parque Nacional de Gombe le permitió realizar uno de los mayores descubrimientos científicos del siglo XX. Ella concluyó que los chimpancés construían y usaban herramientas para atrapar termitas. Un documental de la National Geographic, dirigido por quien sería su primer esposo, divulgó por el mundo entero estos hallazgos que revolucionaban por completo la comprensión sobre el ser humano y echó por tierra la supuesta y tajante división entre el hombre y los demás animales. Hasta ese momento, la elaboración de herramientas era un elemento central para definir al ser humano, pero el hallazgo demostraba que los animales también tenían formas de pensamiento que les permitían prever acciones futuras. En ese momento, Leakey, escribió: “Ahora debemos redefinir el concepto de “herramienta”, redefinir el de “hombre” o aceptar a los chimpancés como humanos”. Más tarde, al verificar que las herramientas pasaban de generación a generación a través de observación, imitación y práctica, ella misma pudo concluir que podríamos hablar propiamente de una cultura chimpancé.

Sus originales descubrimientos fueron ratificados en cientos de animales como pulpos, cerdos, elefantes o defines, entre muchos otros. Los cuervos, por ejemplo, fueron reconocidos como animales muy inteligentes al corroborar que esperan pacientemente que los pescadores dejen sus anzuelos para robarles su pesca durante la noche. Aves como el Cascanues asombraron a los científicos pues son capaces de esconder bajo tierra durante los meses de otoño hasta 30.000 semillas y encuentran el 90% de ellas a pesar de que el ambiente natural se transforme completamente al permanecer cubierto de nieve en el invierno. Eso demuestra que elaboran mapas mentales similares a los que construimos cuando planeamos un recorrido en automóvil en una gran ciudad. La frontera entre animales y humanos se sigue diluyendo progresivamente y fue Jane Goodall quien abrió el camino. Hoy, la mayoría de científicos reconoce que no somos la única especie que piensa, siente o tiene personalidad.

Sus descubrimientos siguieron asombrando al mundo científico: los chimpancés tienen una vida social muy compleja que implica alianzas y construcción de vínculos afectivos a largo plazo. También poseen sentido del humor, cooperan de manera sofisticada y comparten. Quizás uno de los descubrimientos más significativos es que pueden actuar de manera altruista y compasiva con otros chimpancés en dificultades. Además, la comunicación gestual que realizan es bastante cercana a la de los humanos y, para completar, tienen emociones y personalidades diferentes. Por este motivo, Goodall optó por asignarles nombres y no números como hacían los científicos hasta ese momento. No hay que olvidar que comparten el 97 % de nuestro ADN.

El abrazo que le da Wounda a Jane como señal de gratitud en el momento en el que es dejado en libertad después de que el Instituto Jane Goodall le salvara la vida, es uno de los momento más emotivos e icónicos en la relación entre humanos y animales de los que tengamos noticia. Sin duda, pasó a la historia. Ella misma lo reconoció: “la calidez de su abrazo es algo que nunca olvidaré. Fue uno de los momentos que me animan a mis ochenta y cinco años a seguir viajando por el mundo, casi 300 de los 365 días del año”. Así lo siguió haciendo hasta días antes de que, con 91 años, partiera para siempre el primero de octubre de 2025.

Como puede inferirse, el contexto llevó a Jane de ser una profunda e innovadora científica a convertirse en la activista que dedicaría su vida a proteger los animales de la caza, el maltrato y la venta. Abandonó la selva para promover acciones en defensa de los animales, los humanos y la Tierra. En Estados Unidos logró que los chimpancés no siguieran siendo utilizados como conejillos de indias en experimentos científicos. Así mismo, en 1991, convenció a la petrolera ConocoPhillips para que se asociara con ella con el propósito de crear el mayor santuario de chimpancés del continente africano. Al final de su carrera dedicaría sus mayores esfuerzos a tratar de empoderar a las próximas generaciones para que ellos impulsaran transformaciones diarias en sus formas de vida y nos ayudaran a generar la conciencia ambiental que necesitamos para poder conservar el planeta.

Se convirtió en el ícono mundial más reconocido en la lucha contra el calentamiento global y contra los abusos que comente a diario la industria alimentaria hacia los animales: vacas hacinadas en horribles granjas industriales o cerdos a los que se les trata como si fueran cosas prescindibles. Para lograrlo, fundó en 1977 el Instituto que lleva su nombre y que hoy tiene sede en cerca de cien países en el mundo. Así mismo, en Tanzania en 1991 creó el Programa Roots and Shoots para renovar la esperanza de los jóvenes y cuya máxima es que cada individuo puede hacer la diferencia. El programa involucra a los jóvenes en tres tipos de proyectos contextualizados vinculados con el cuidado: de la comunidad humana, de los animales y del medio ambiente.

Goodall nos invita a hacer pequeñas acciones diarias para que, colectivamente, logremos los cambios estructurales que permitan detener el calentamiento global y garantizar energías limpias y renovables, que nos ayuden a abandonar gradualmente un sistema económico basada en los combustibles fósiles y en el consumo desenfrenado. Al hacerlo, parecía evocar a Eduardo Galeano cuando decía: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Tanto Goodall como Galeano lo hicieron durante toda su vida.

Contagió de empatía y de esperanza a millones de personas en el mundo: “¿No es raro –decía en su entrevista auspiciada por el BBVA- que la criatura más inteligente sobre la faz de la Tierra esté destruyendo su único hogar? Tenemos intelecto, pero parece que hemos perdido la sabiduría.” Un mensaje tan profundo como conmovedor y bello.

En la plataforma de Netflix se acaba de inaugurar una nueva serie: “Últimas palabras célebres”. Consiste en entrevistar a grandes líderes mundiales cuyos testimonios serán guardados hasta que el entrevistado muera. Solo el director del programa estará presente en la grabación. La idea es bellísima. La serie se inauguró con una entrevista realizada en marzo de 2025 a Jane Goodall, pero que solo fue subida a la plataforma tras su muerte. Ojalá todos podamos ver el esperanzador mensaje que Goodall deja a la humanidad. Ella nos invita a hacer pequeñas acciones diarias para conservar el planeta y propone subir a Donald Trump, Putin, Musk, Xi y Netanyahu a un cohete para enviarlos muy lejos al espacio infinito. Sin duda, muchos la acompañaríamos en su sueño, en mayor medida al saber que estos mismos líderes mundiales son los mayores responsables políticos del calentamiento global que ha llegado a un extremo en el que empieza a amenazar la vida sobre el planeta. Con seguridad, el mensaje de esperanza de Jane Goodall tiene la fuerza necesaria para detenerlo.

P.D: Que hayan propuesto a Donald Trump como Premio Nobel de Paz no debe extrañar a nadie. Al fin de cuentas, también fueron nominados Mussolini, Hitler y Stalin, los mayores dictadores en el siglo XX. Lo aberrante hubiera sido otorgarle el Nobel a quien quiere expulsar a todos los gazatíes para aliarse con Netanyahu e inaugurar un negocio inmobiliario en las tierras que históricamente les pertenecieron a los palestinos en Oriente Medio. A pesar de la excelente noticia que representa un alto al fuego, el juicio por genocidio debe continuar.

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Tulio Claudio (70717)21 de octubre de 2025 - 04:25 p. m.
Lo que más me llama la atención es que los Chinpancés también tienen sentido del humor; fantástico, no estamos solos en el mundo.
  • Mar(60274)21 de octubre de 2025 - 10:53 p. m.
    No solo los chimpances, mire a los perros, a los gatos cuando empiezan a hacer gracias, ven que nos hacen reir y siguen haciendo gracias, es que como nos dijeron que éramos los reyes de la creación, nos tragamos ese cuento, aunque yo creo que cuando dijeron eso solo se referían a los machos.
Mar(60274)21 de octubre de 2025 - 04:17 p. m.
¡Excelente columna! Las religiones con su ignorancia, nos enseñaron que los animales eran inferiores, cuando no lo son, son diferentes, pero que esperanzas, si decían y dicen lo mismo de las mujeres, los negros y negras...
Carlos Angarita(71824)21 de octubre de 2025 - 03:53 p. m.
Gran artículo, Julián. Lo felicito y gracias.
Aura lucia Mera becerra(81917)21 de octubre de 2025 - 01:27 p. m.
Felicitaciones‼️‼️‼️‼️
Maria Eugenia Velez Velez(56068)21 de octubre de 2025 - 01:11 p. m.
Que bien que se honre la vida de una persona que con su actuar honró al ser humano.
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