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Las universidades en EE. UU. no son solo instituciones educativas, son motores de innovación, centros de investigación de vanguardia mundial e impulsoras del desarrollo económico. Pese a esto, Donald Trump aspira a ahogarlas financieramente. ¿Por qué lo hace y cuál será el efecto de sus medidas en el mediano y largo plazo?
Estados Unidos tiene una educación básica desigual y de calidad muy regular. En lectura, ciencias y matemáticas está atrás de Europa occidental y muy rezagado de China, el sudeste asiático y los países del norte de Europa. Sin embargo, tiene la mejor educación superior del mundo. ¿Cómo lo logra? Invitando a los mejores alumnos y profesores del mundo para que estudien, enseñen e investiguen en sus universidades. En los cursos 2023-2024, tuvo 1,1 millones de estudiantes de diversos lugares del planeta. Son algunos de los alumnos más destacados en cada uno de sus países. Entre ellos, 277.000 estudiantes chinos. Además de su papel en la investigación y ciencia, en total ellos trasladaron 44.000 millones de dólares y generaron casi 400.000 empleos directos al sistema económico estadounidense.
Gracias a la llegada de los mejores investigadores, docentes y estudiantes, las universidades de Estados Unidos se han convertido en las instituciones que más aportan a la ciencia y la investigación en el mundo. El prestigioso Center for World University Rankings (CWUR) califica a las universidades en función de cuatro factores: educación, empleabilidad, profesorado e investigación. A este último criterio le asigna el 40 % en su evaluación. De las diez primeras, ocho son estadounidenses y dos inglesas. La primera de la lista en 2025 es Harvard.
¿Por qué entonces el gobierno de Donald Trump quiere impedir la llegada de estudiantes extranjeros, ha decidido suspender subsidios e intenta ahogar financieramente a algunas de las más prestigiosas universidades del mundo?
Lo primero que hay que decir es que esto es algo muy común en la historia. Es una constante que los gobiernos autoritarios se enfrenten contra los centros de producción de ciencia y de pensamiento crítico que existen en los países. Lo vimos muy claramente en el nazismo. Tras la llegada de Hitler al poder, se llevó a cabo una purga masiva de profesores y estudiantes judíos, “indeseables” y “subversivos”. Un acto simbólico fue la quema de libros de 1933. Años después se haría tristemente cierta la expresión de Heinrich Heine: "Allí donde queman libros acaban quemando también personas“. También vimos las gigantescas purgas de intelectuales realizadas por el Estado soviético y por la Revolución Cultural impulsada por Mao Tse-tung desde 1966. Eran en realidad masivos encarcelamientos y asesinatos de librepensadores bajo Estados totalitarios.
En los centros universitarios por lo general se agrupan sectores más afines con la libertad de pensamiento, el debate argumentado de ideas y el ideario liberal. Y eso no lo han tolerado los dictadores a lo largo de la historia. También lo encontramos de manera dramática en las dictaduras del Cono Sur. Las universidades fueron allanadas, cerradas e intervenidas porque se les consideraba un “nido de subversivos”. Profesores y estudiantes fueron detenidos y desaparecidos.
El ataque del gobierno de Trump a las universidades ha sido una decisión prevista desde hace años. El propósito es debilitar al partido demócrata, que tiene mucha fuerza en los medios universitarios, e imponer una narrativa populista. Así mismo, estamos ante una estrategia para penetrar y controlar instituciones que a su juicio llevan décadas dominadas por los liberales. En una entrevista de 2021, el actual vicepresidente J. D. Vance declaró ante la National Conservatism Conference: “Tenemos que atacar honesta y agresivamente a las universidades de este país (...) Para reconstruir la nación según los principios del nacionalismo cristiano blanco, las universidades deben ser destruidas. (...) Los profesores son el enemigo”. Trump, de hecho, lleva años despotricando contra estas universidades porque las considera “nidos de izquierdistas” que censuran a los conservadores. Todos los dictadores aborrecen el pensamiento libre. Trump es uno más en la larga y triste lista.
Las universidades han cumplido un papel de primer orden en la historia económica y social de los Estados Unidos. En la década de 1940, las universidades de Chicago, Columbia y California desempeñaron un papel central en el Proyecto Manhattan y, en las últimas décadas, las universidades han sido decisivas para gestar invenciones como internet, el GPS, los teléfonos inteligentes, los avances en biotecnología, la nanotecnología y la inteligencia artificial. La colaboración entre la academia y la industria es un sello sobresaliente de la economía estadounidense. Las universidades en EE. UU. no son solo instituciones educativas, son motores de la innovación, centros de investigación de vanguardia mundial, incubadoras de talento y catalizadoras del desarrollo económico.
Pese a esto, Trump aspira a recortar a la mitad el presupuesto de la Fundación Nacional de Ciencias, los Institutos Nacionales de Salud (NIH), los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA). Los sectores más afectados son los de educación STEM –con una disminución del 80 %– y los de matemáticas, física y ciencias, con una disminución del 67 %. Como señala el New York Times, Trump ha llevado la financiación científica a su más bajo nivel en décadas.
Al disminuir la inversión en investigación y ciencia se deteriora la calidad y la esperanza de vida de la población. Además, estos recortes presupuestales están afectando duramente a las principales universidades de investigación de Estados Unidos y del mundo: Johns Hopkins pierde 800 millones de dólares, Columbia, 400 millones, y la Universidad de Pensilvania, 175 millones.
Sin embargo, los mayores ataques se han dirigido contra la Universidad de Harvard, que ha perdido más de 2.600 millones de dólares en fondos federales y es la primera a la que Trump amenazó con prohibirle recibir estudiantes extranjeros (el 27 % de sus alumnos). Esta universidad ha contado entre sus docentes con 163 premios nobel y lidera la investigación mundial en temas de salud, neurociencia, diseño de nuevas terapias, política pública, psicología y economía, entre muchas otras.
¿Cuál será el efecto de esta arremetida de Trump contra la ciencia y la educación? Sin duda, muchos investigadores, científicos y estudiantes se desplazarán a Canadá y Europa. Algunos países han tomado la delantera y han dado la bienvenida a los científicos que comienzan a abandonar Estados Unidos. Entre estos se destacan Francia, Australia y Canadá. Pero es muy probable que el mayor beneficiado a mediano plazo sea China.
Mientras la ministra de educación de Estados Unidos es una antigua empresaria de lucha libre y el ministro de salud no cree en las vacunas, China ha estado renovando su sistema educativo desde hace décadas. Ya domina en las pruebas PISA en matemáticas, ciencias y lectura. Así mismo, en el último índice del CWUR, China ya supera a Estados Unidos al ubicar 346 de sus universidades entre las 2.000 mejores del mundo, mientras EE. UU. tiene 319. En investigación y ciencia, en 1996, China invertía el 0,5 % del PIB; para 2019 invirtió el 2,4 %. Le ha recortado mucha distancia a los Estados Unidos (3,5 %). Hace 25 años, China producía menos del 10 % de los artículos científicos que producía EE. UU. Desde 2016, en ningún lugar del mundo se publican más avances científicos que en China. Ya superan en un 43 % a los publicados en Estados Unidos.
Como dice Max Boot, columnista del Washington Post, estamos asistiendo al suicidio de una superpotencia. Es un buen momento para recordar la frase del médico argentino Bernardo Houssay, nobel de medicina de 1947: “Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.
En Colombia también hemos llegado a la menor inversión en ciencia de los últimos veinte años. Y eso es dramático, pero será tema para una próxima columna. Por ahora, concluyamos que a Estados Unidos le está saliendo muy caro haber elegido un presidente tan narcisista, egocéntrico e ignorante como Donald Trump.
