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Palabras pronunciadas en el entierro del maestro Carlos Eduardo Vasco el 30 de septiembre de 2022.
Todos los educadores colombianos conocimos a Carlos Eduardo Vasco. Lo leímos o fuimos sus alumnos en congresos, pregrados, maestrías o doctorados en los que desplegaba su apasionada relación con la pedagogía, la lógica, la ciencia o la matemática abstracta, entre otros. De sus textos y conferencias emergían profundas preguntas, pero sufríamos cuando nos iba a devolver un documento, un examen o un ensayo corregido. Él era invitado a todos los congresos educativos y, cuando podía ir, el salón siempre estaba abarrotado. Todos sabíamos que llegaría con una nueva reflexión o alguna reconceptualización. Así son los grandes maestros. Y todos los que estamos aquí sabemos que él lo era.
Más recientemente, muchos estuvimos acompañándolo en merecidos homenajes que le hicieron quienes quisieron agradecerle en vida sus aportes a la construcción de una escuela en la cual, como él mismo llegó a decir, “todos los niños y niñas, estudiantes y colegas, empleados y vecinos —especialmente los que tuvieran mayores limitaciones económicas y culturales— pudieran desarrollar todas sus potencialidades y hacer algo por su comunidad, por Colombia y por América Latina”. ¡Qué profunda misión pensó siempre para la escuela! Según se infiere de sus palabras, la educación debería ayudarnos a desplegar las alas o, para decirlo en términos de las ciencias o las matemáticas que tanto lo apasionaban, deberían ayudarnos a construir infinitas posibilidades en la vida y en el universo.
El profesor Vasco trajo al país los debates sobre la enseñanza de la matemática moderna y de allí pasó a los lineamientos curriculares, a la epistemología, a las estructuras cognitivas, a la enseñanza para la comprensión, al pensamiento y al papel de la escuela en su desarrollo. En matemáticas siguió el camino de sus maestros Federici y Bourbaki; en pedagogía, en la misma línea de Jean Piaget, Howard Gardner y David Perkins, ha sido inspirador de quienes años y décadas después hemos querido innovar. No por casualidad él es, hasta el momento, el único miembro honorario de la Academia Colombiana de Pedagogía.
Lo conocí en los años ochenta. Había leído las investigaciones de Eloísa Vasco sobre la precaria presencia del pensamiento formal en los jóvenes bogotanos. Recuerdo lo que nos dijo ante la pregunta que le hicimos: «Maestro, ¿cómo puede un joven sin consolidar su pensamiento formal entender y aprobar álgebra?». Su respuesta tuvo la claridad y la sencillez que siempre tienen las respuestas profundas: «No entienden álgebra y no necesitan entenderla para aprobarla. Es triste, pero es así». Sabía que los jóvenes comprendían muy poco la matemática no por problemas con el dominio de los algoritmos, sino por dificultades en el desarrollo de su pensamiento y en la mediación de sus docentes.
Profundo, radical, riguroso, honesto y culto. Siempre agudo y fino al argumentar. Siempre fiel a sus pensamientos. Recuerdo las palabras que dio cuando lo invitamos al lanzamiento del primer libro que publicamos con mi hermano Miguel. Fue en 1985. Se llevó a cabo en lo que hoy es el IDEP y que para aquel entonces se llamaba la DIE. Él nos dijo: «En Colombia hay que ser muy valiente para publicar. No es lo mismo hablar porque las palabras se las lleva el viento. La escritura permanece. Queda marcada en piedra». Él sabía por qué lo decía. En Colombia muchas personas han muerto por decir lo que piensan.
Un tiempo después me lo encontré en el entierro de Elsa Alvarado y Mario Calderón. Sus dos amigos y compañeros fueron asesinados en la madrugada del lunes 19 de mayo de 1997. Ese día Iván, el hijo de dieciocho meses de los dos investigadores del CINEP, se salvó porque su madre alcanzó a encerrarlo en un armario. En el entierro había un gentío impresionante. Aun así, no logramos detener las balas. Ni esas ni las miles y miles que vinieron después. También recuerdo lo que dijo. Estaba indignado: «¡¿Qué nos está pasando como sociedad?!». El maestro sabía que una de las principales misiones de la educación era detener la muerte y parar el baño de sangre que nos podría condenar a cien años más de soledad y aislamiento.
En 1994 el país grande conoció al profesor Vasco. Fue un momento esperanzador. Coordinó a los sabios para construir una nueva escuela que nos permitiera vivir una segunda oportunidad sobre la Tierra. Logró conjugar una muy inteligente y compleja mezcla de poesía, magia, ciencia y egos. Mientras Gabo proponía “una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire en un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos”, el profesor Vasco orientaba la escritura de siete tomos completos que nos permitieran trazar caminos de utopía y soñar con un nuevo proyecto de nación.
Estábamos ante un punto de inflexión en la historia y la clase política del momento fue inferior a las circunstancias especiales que se le presentaban. Lo verdaderamente grave y triste es que las decisiones sobre ciencia y educación –como decía Carl Sagan– las toman personas que no tienen ni idea de educación, mucho menos de ciencia. Por eso hoy, 28 años después, la gran mayoría de las recomendaciones hechas por los sabios todavía no se han cumplido. Aun así, el gobierno anterior convocó una nueva Misión, cuando en verdad habría sido más sencillo que comenzara a cumplir con las recomendaciones de la Misión de 1994.
«Lo que no toma impulso se acaba pronto», decía el profesor Vasco. Y las recomendaciones de los sabios no tomaron impulso. Vino un gobierno que pasó casi todo el tiempo defendiéndose y después llegaron Pastrana y Uribe, que muy poco entendían de educación y todavía menos de ciencia. En una frase contundente sintetizó el profesor Vasco este periodo: «La llamada revolución educativa no fue revolución y tampoco fue educativa».
El profesor Vasco pasó años intentando que se cumplieran las recomendaciones de la primera Misión de Sabios, pero perdió la pelea. Peor aún, se trata de una batalla que parece haber perdido el país. Fue un tiempo similar el que estuvo trabajando como profesor invitado en el Proyecto de Harvard para construir una escuela que garantizara la comprensión. En Colombia todavía no lo logramos. En 2014, la revista Semana reunió a los miembros de la Comisión y quiso hacer con ellos un balance. Las palabras de Marco Palacios fueron categóricas: «Si tuviéramos que volver a reunirnos, presentaríamos el mismo informe».
Me reencontré con el profesor Vasco en 2013 cuando un grupo de educadores quisimos relanzar un Movimiento Pedagógico y Social por la educación de calidad. Luego, en 2016. El gobierno de Juan Manuel Santos había invitado a un grupo de educadores a conformar la Comisión Académica del Tercer Plan Decenal. Estuvimos dos años enteros volviendo a pensar los desafíos para la educación en el país, que seguían siendo similares en esencia a los de 1994. Sin embargo, una vez llegó el gobierno de Iván Duque, volvió a archivar en los anaqueles las recomendaciones del tercer Plan Decenal y no las incluyó en su Plan de Desarrollo. Había sido un gran esfuerzo colectivo en el que la voz líder nuevamente había sido la de Carlos Eduardo.
Hay también una faceta menos conocida del profesor Vasco: la de su compromiso social y político. Cuando iban a construir la Avenida de los Cerros y en conjunto con otros dos sacerdotes de la Compañía de Jesús, en diversas ocasiones salió en defensa de los destechados que habitaban los barrios de invasión situados al oriente de la carrera 5ª en Bogotá. Dicen quienes estuvieron con él que lograron frustrar diecisiete intentos de desalojo de estos barrios populares. Es más, como destaca Iván Castro Chadid, “con el fin de hacer más profundo su compromiso y poder sentir el peso de los sufrimientos por los cuales estaban pasando dichos destechados, carencia de agua, luz, inseguridad, acoso y hostigamiento permanente por parte de las autoridades, se fue a vivir a uno de estos barrios; después de nueve años de lucha se logró finalmente un acuerdo con el IDU para que se regularizaran dichos barrios y tuvieran acceso a los servicios públicos”.
Hoy despedimos al filósofo, teólogo, matemático, físico, epistemólogo, psicólogo, pedagogo y humanista comprometido con las causas sociales. Pero ante todo despedimos al maestro de cientos y miles de docentes en el país. Inspirador de innovadores. Por eso si hoy estamos un poco mejor en educación, si nuestros maestros son más reflexivos y comprometidos, es gracias a hombres como el profesor Vasco, quien dedicó su vida a garantizar “una educación en la que todos los niños pudieran desarrollar todas sus potencialidades”. Al recordar su compromiso y pasión por la educación, la ciencia y las matemáticas, me gusta pensar y sentir que, desde algún lugar del infinito, el maestro Carlos Vasco parece haber escuchado las palabras que pronunció Stephen Hawking en la ceremonia inaugural de los Juegos Paralímpicos de Londres en 2012:
“Recuerda mirar arriba, a las estrellas, y no abajo, a tus pies. Intenta encontrar el sentido a lo que ves. Sé curioso. Y por muy difícil que te parezca la vida, siempre hay algo que puedes hacer y en lo que puedes tener éxito. Lo único que cuenta es no rendirse”.
¡Muchas gracias!
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).
