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Palabras de despedida a un amigo

Julián de Zubiría Samper

08 de octubre de 2024 - 12:05 a. m.

El 31 de agosto de 2024 murió Jorge Enrique Botero, periodista, documentalista, escritor y constructor de paz. Palabras para despedir a un amigo del alma.

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Conocí a Jorge Enrique Botero en 1974. Fuimos compañeros de curso y desde entonces entablamos una amistad profunda que aprendería a crecer permanentemente con el paso de los años. Con seguridad, muchos de quienes lo conocieron sienten que fueron cercanos a él, porque reunía las condiciones esenciales que suelen tener los muy buenos amigos: escuchar atentamente, dialogar, compartir ilusiones, respetar y valorar las diferencias. Tal vez por eso dejó a tantas jóvenes enamoradas en su adolescencia. Además, y eso también es esencial en la amistad, era crítico cuando me equivocaba. Siempre hay que escuchar las palabras sabias de los verdaderos amigos. Lo extraño es que, en general, suelen ser muy pocos.

Alejandro, su hijo, me dijo que durante el velorio se le había acercado un señor, cuyo pelo ya pintaba algunas canas, para decirle que era mesero y que siempre que su padre iba a la pizzería lo saludaba, preguntaba y lo escuchaba con atención. Por eso había venido a despedirlo. Es curioso, pero muchas personas necesitan ser escuchadas y no tienen a quién contarle sus miedos, ilusiones y secretos. Así era el amigo que tristemente tuvo que adelantar su vuelo: afectivo, cariñoso, muy generoso, buen conversador, excelente escucha y original.

Desde los años del colegio devoraba cuanta novela clásica conocía. Siendo aún adolescente ya había leído casi toda la obra de Franz Kafka. Esa pasión la mantuvo hasta los últimos días. Cuando ya la enfermedad le había arrebatado buena parte de la energía que siempre tuvo, le pregunté qué necesitaba y me dijo que quería una novela de Alice Munro que todavía no había leído: Danza de las sombras. Seguramente, murió leyéndola.

Jorge Enrique hizo lo que ningún otro reportero había hecho para comprender el conflicto armado en Colombia: viajó hasta la selva para entrevistar a sus protagonistas. Siguió la valiente ruta trazada por Germán Castro Caycedo y Alfredo Molano para conocer la Colombia profunda: caminar y recorrer en mula la selva para dialogar con quienes el país político siempre ha querido mantener en el olvido.

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Él sabía que para alcanzar la paz era necesario dialogar y, sin que todavía el país lo reconozca, fue uno de quienes creó las condiciones para que se iniciaran los diálogos con las extintas FARC. Les dio la voz, la esperanza y la confianza que necesitaban para iniciar. Eso nunca se lo perdonaron quienes se han beneficiado política y económicamente de la guerra y quienes promueven la violencia para seguir expropiando tierras y convirtiendo el miedo en votos. En Colombia, tenemos expertos en ambos procesos. Por eso lo estigmatizaron y persiguieron tantas veces. Ellos mismos, y en secreto, le ofrecieron miles de dólares para que revelara el lugar donde se encontraban los norteamericanos secuestrados por las FARC, a quienes había entrevistado. Cuando vieron que con dinero no podían comprar su compromiso con la paz y con la vida, lo obligaron, una vez más, a exiliarse para proteger su vida. Le pasó lo que también había vivido Jaime Garzón. Ambos sabían que sin confianza y diálogos la paz nunca sería posible. Y por eso ambos le apostaron toda su vida a conseguirla. A Garzón lo mataron los mismos que habían condenado tantas veces al exilio a “Botas”, como cariñosamente le decían sus amigos.

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Murió desilusionado por la impotencia ante los asesinatos de los firmantes de la paz. Le partió el alma el esfuerzo del gobierno de Iván Duque por hacerla trizas y la mezquindad y avaricia de la clase que siempre ha gobernado el país, que ha sido incapaz de reconocer la necesidad de iniciar las reformas en el campo, la política y la cultura. Estaba comenzando a perder la esperanza. Tal vez por eso adelantó su muerte.

Quedaron pendientes muchas conversaciones, partidos de tenis, reflexiones conjuntas y sesiones musicales, pero también quedó la inmensa alegría de haber compartido muchos momentos gratos en la vida. Gracias por su aporte a la paz, por sus novelas, sus documentales, sus comentarios críticos sobre mis columnas y por cinco décadas de una amistad que siguió creciendo hasta el final.

“¡Gracias ilustre, un gran abrazo de amigo eterno!!!”. Esas, que fueron las últimas palabras que me compartió, hoy se las quiero dedicar a usted.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

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