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¿Por qué son tan frecuentes las masacres en los colegios de Estados Unidos?

Julián de Zubiría Samper
31 de mayo de 2022 - 05:01 a. m.

Estados Unidos es el único país donde resulta frecuente ver que un estudiante ingrese a un colegio armado hasta los dientes y asesine a niños y niñas que salen corriendo intentando proteger sus vidas. Según el Washington Post, el año pasado se presentaron 41 masacres en colegios –el número más alto desde 1999– y en los primeros cuatro meses de 2022, ya van 24. ¿Qué le ha pasado a una sociedad para llegar a semejantes actos demenciales tan frecuentes?

Michael Moore estudió en detalle el tema de las frecuentes masacres en los colegios de los EE. UU. y, con su obra Bowling for Columbine alcanzó el Oscar al mejor documental en 2002. Retomaremos algunas de sus ideas para intentar explicar un fenómeno tan complejo y destacaremos cuatro argumentos para responder la pregunta formulada en el título de esta columna.

Primero. Los estadounidenses viven con miedo. Es lógico. Han invadido medio mundo y sienten que algunas de las naciones invadidas pueden tomar represalias. Van forjando enemigos por todo el mundo. El miedo se convirtió en pánico desde el 11 de septiembre de 2001, cuando fueron derribadas las Torres Gemelas. Se sintieron más vulnerables y, desde entonces, hasta el agua embotellada, los perfumes y las cremas de más de 100 mililitros se convirtieron en supuestas armas que deberían ser prohibidas en todos los vuelos internacionales.

Moore explica que el miedo se ha generalizado en la vida cotidiana. Su tesis nos evoca una original idea del psicólogo Jean Piaget: “Muchas cosas que vemos en la realidad no están en ella, sino en nuestras mentes”. En un lenguaje coloquial, quien vive con pánico verá asaltantes en todos lados y sentirá que su vida está permanentemente amenazada. Así viven hoy los estadounidenses: con pánico.

Segundo. Estados Unidos ha sido por décadas el principal productor y exportador de armas en el mundo. En 2021, el 39 % de todas las ventas de armas estuvieron controladas por industrias estadounidenses.

En su profundo y hermoso discurso contra la carrera armamentista, García Márquez sentenció: “La carrera de las armas va en sentido contrario a la inteligencia. Y no solo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza”. Tenía toda la razón. Sin embargo, las industrias que controlan el multimillonario negocio han hecho todo lo posible por acrecentarlo. Y lo han logrado.

A nivel interno, la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) se convirtió en un poderoso grupo de presión que participa activamente en el sistema político estadounidense. Se alineó con el Partido Republicano desde los años 70 del siglo XX y fue determinante en la elección de Donald Trump en 2016. La organización representa a los sectores que defienden la libertad total en el uso de armas de fuego. Con ese fin, el 97 % de sus donaciones tiene como destinatarios a congresistas republicanos.

En 1999, una encuesta realizada por la revista Fortune a algunos de los legisladores estadounidenses ubicó a la NRA como uno de los tres grupos de presión más influyentes. Su tarea es una sola: impedir cualquier limitación al porte de armas. Su argumento también es uno solo: “la gente de bien debe poder defenderse”. Cualquier colombiano debería reconocer la enorme cercanía ideológica entre la extrema derecha del Partido Republicano y la extrema derecha colombiana. Piensan, leen, hablan, sienten y legislan de manera muy parecida.

Tercero. Las armas las adquiere de manera libre cualquier ciudadano en almacenes de cadena. La NRA incluso ha logrado impedir que se estudien los antecedentes de quienes quieran comprarlas. Eso es lo que pone en evidencia el hecho de que un joven desequilibrado emocionalmente como Salvador Ramos tenga armas de largo alcance, ingrese a una escuela de Texas y asesine fríamente a 19 niños del salón de cuarto de primaria y a los dos docentes que hicieron lo posible por salvarlos. Eso es lo que explica que actualmente existan 120 armas por cada 100 habitantes en los Estados Unidos (en 2011, eran 88 por cada 100 habitantes). Por paradójico que parezca, en EE. UU. no le venden una cerveza a un joven menor de 21 años, pero en muchos estados les permiten comprar rifles de alto poder desde que cumplen los 18. Algo no está bien en las prioridades.

Al flexibilizar el porte de armas, en la práctica queda legalizada la pena de muerte, ya que un ciudadano, sin ningún juicio ni proceso en curso, puede disponer en cuestión de segundos de la vida de quien considere que lo está amenazando. También será más fácil suicidarse, robar, intimidar y asesinar. Eso, que es fácil reconocer por sentido común, ha sido demostrado en múltiples estudios.

David Hemenway, director del Centro de Investigaciones en Control de Lesiones de la Universidad de Harvard, concluye, después de revisar 150 estudios, que las armas disminuyen la seguridad en el hogar; en especial, triplican el riesgo de suicidios y multiplican por siete los homicidios de mujeres. Así mismo, un estudio publicado por la Academia Estadounidense de Pediatría en 2021 vinculó un aumento en la posesión de armas durante la pandemia con tasas más altas de lesiones por armas entre niños. Adicionalmente, el 79 % de los asesinatos en EE. UU. fueron causados por armas de fuego, en tanto esta cifra baja al 4 % en Reino Unido y al 13 % en Australia. Tras lidiar con tiroteos masivos, estos dos países incrementaron restricciones al porte de armas en las últimas décadas, salvando miles de vidas humanas.

¿Se imaginan cuántas de las mujeres maltratadas en Colombia habrían terminado muertas si sus esposos tuvieran autorización para portar armas? ¿Cuántos muertos se producirían en las calles de las ciudades del país si en las riñas callejeras algunos de los involucrados hubieran tenido derecho a usarlas? ¿Cuántos hinchas deportivos habrían muerto si los seguidores de los equipos contrarios tuvieran permiso para portar armas? ¿Cuánto habría aumentado el número de líderes ambientales y firmantes de la paz asesinados si en Colombia existiera el libre uso de armas?

Cuarto. No basta con tener acceso a las armas para asesinar. También es necesario haber perdido sentido por la vida. Lo grave es que muchos jóvenes estadounidenses no encuentran sentido a sus vidas. Como sociedad, les falta construir comunidad, tejido social, sueños colectivos y esperanza para toda la población. Se necesita sentirse amado y amar, tener proyectos y luchar por ellos. Una sociedad obsesionada por el consumo, que elige como lugar sagrado los centros comerciales y que vende la ilusión de que la felicidad se alcanza con dinero y de manera individual, también produce individuos tristes y desequilibrados emocionales que pierden sentido por sus vidas y las de los demás.

En EE.UU., 45.222 personas murieron por lesiones relacionadas con armas de fuego durante 2020. De ellas, el 54 % se suicidó. Salvador Ramos vivía de manera solitaria, sin amigos y sin padre. Su madre era drogadicta y lo abandonó.

Como puede verse, el debate sobre la flexibilización en el porte de armas marca claramente fronteras ideológicas, éticas y políticas. Para resolver el problema, Donald Trump ha propuesto algunas ideas que parecen tomadas de niños que inician primaria. Una de sus “brillantes” propuestas fue armar a los profesores; otra fue convertir las escuelas en fortalezas.

Resolver un problema tan complejo y multicausal como el que analizamos también exigirá reformas educativas que enfaticen el cuidado emocional, la comprensión de sí mismo y de los otros, y la construcción de proyectos de vida teniendo en cuenta a los demás. Se requiere fortalecer el sentido de vida y el tejido social desde las aulas y las familias.

Ojalá Estados Unidos imponga fuertes restricciones al porte de armas. No es fácil por la presión de la industria armamentista y la captación del Partido Republicano por el trumpismo. Si lo logran, salvarían miles de vidas de niños y jóvenes inocentes. Ojalá en Colombia los líderes del Centro Democrático no sigan apagando con odio y fuego los incendios, como proponen al defender el libre uso de armas en un país que, solo en 2021, tuvo 91 masacres y 145 líderes sociales asesinados.

PD: La semana pasada circuló una indignante carta firmada por 23 padres de familia en la que pedían excluir del Colegio Alemán a la hija menor del alcalde de Medellín. Es una carta que refleja exclusión, estigmatización, prepotencia y enorme intolerancia. Al hacerlo, los padres promueven el odio y el bullying porque no comulgan con las ideas políticas de Daniel Quintero. Afortunadamente, el colegio rechazó la antidemocrática solicitud y salió en defensa del pluralismo y los sagrados derechos de los menores. Lo mismo hicieron un amplio grupo de estudiantes y la embajada alemana. Como diría Bob Dylan, esa es una clara señal de que “los tiempos están cambiando”.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

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