El gobierno de EE. UU. ha rechazado la invasión a Ucrania. Tiene toda la razón porque Rusia busca apoderarse de ella y, al hacerlo, ha generado hambre, miseria y destrucción. Lo paradójico es que el rechazo venga de una potencia mundial que ha realizado cerca de 400 intervenciones militares desde su independencia en 1776.
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La invasión a Ucrania ha generado una verdadera tragedia para sus habitantes y su impacto trasciende a todo el mundo. La oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que más de ocho millones de ucranianos han huido en calidad de refugiados a otras partes de Europa y que más de cinco millones fueron desplazados internamente debido a los bombardeos indiscriminados. Quienes huyen dejan atrás su historia, sus raíces, sus vínculos, esposos, novios y padres. Así mismo, ACNUR calcula que 17,6 millones de ucranianos necesitan ayuda humanitaria muy urgente. La invasión destruyó sus proyectos, sueños, familias, infraestructura civil –escuelas, hospitales, hidroeléctricas, carreteras– y, como todas las guerras, aumentó la pobreza, la miseria y el hambre. Para colmo de males, también debilitó la esperanza. Según el Servicio de Estadística de Ucrania, el PIB del país cayó 29 % en 2022. Y las consecuencias negativas permanecerán mientras los invasores se mantengan en su territorio.
A nivel mundial, hemos visto la peor crisis energética desde 1973. Los precios de los combustibles aumentaron, al tiempo que los países disminuyeron la compra de estos materiales procedentes de Rusia. La invasión también ayudó a jalonar la inflación global. Según la FAO, en el mundo, los precios de los alimentos subieron un 23 % y los de la energía un 50 % durante 2022.
Sin embargo, lo paradójico y grotesco es la doble moral. No existen invasiones “buenas” y otras que se deben censurar. Nadie puede justificar la invasión de la Unión Soviética a Checoeslovaquia o Afganistán, como tampoco nadie puede justificar la invasión a Irak o Cuba por parte de EE. UU.
Un análisis reciente encontró que Estados Unidos ha hecho cerca de 400 intervenciones militares desde que se independizó en 1776. La mitad de estas ocurrió entre 1950 y 2019. Entre los países invadidos están, entre otros, Nicaragua, Guatemala y México. La incursión en México se extendió por dos años (1846 a 1848) y, al terminar, el país había perdido más de la mitad de su territorio, incluyendo los estados actuales California, Nevada, Utah, Nuevo México, las mayores partes de Arizona y Colorado, y partes de las actuales Oklahoma, Kansas, y Wyoming a los Estados Unidos. ¿Tiene autoridad moral el gobierno de EE. UU. para oponerse a la actual invasión rusa a Ucrania?
Solo miremos los tres argumentos que usó Estados Unidos para “justificar” la invasión a Irak realizada 20 años atrás. La región entre los ríos Tigris y Éufrates ha sido considerada como la cuna de la civilización y el lugar de nacimiento de la escritura. Por eso, al bombardear Irak también se estaba destruyendo el patrimonio cultural de la humanidad que nos dejaron varias culturas, entre ellas las de lo sumerios, acadios, asirios y babilónicos.
El primer argumento fue que Irak representaba una amenaza política y militar para la zona del Medio Oriente. El segundo fue que tenía armas de destrucción masiva y el tercero que Irak financiaba a Al Qaeda. Los tres resultaron falaces, es decir, eran argumentos falsos con apariencia de verdad. Son falaces porque EE. UU. sabía de antemano que no eran ciertos. Eran simplemente la manera de justificar su invasión ante la población del mundo.
Salvo para sus propios pobladores, en el momento de la invasión, Irak no representaba ningún peligro para los habitantes del mundo. No era una amenaza ni tenía posibilidad de causar un desequilibrio económico, militar o político para ninguno de sus vecinos. Hussein era uno de tantos dictadores: autoritario, violador de los derechos humanos y ególatra, avalado, armado y enquistado en el poder con el apoyo norteamericano brindado durante más de 13 años y posteriormente venido a menos con sus socios principales.
El ejército iraquí no era ni la sombra de aquel ejército fortalecido durante la primera guerra del Golfo (1980-1988) contra el Irán de los ayatolas, guerra en la que Hussein luchó al lado de los norteamericanos, quienes querían evitar la expansión en el Medio Oriente de la revolución islámica que nacionalizaba el petróleo e imponía un Estado teocrático. En aquel entonces, EE. UU. dotó de armamento al dictador iraquí ante la amenaza de la revolución chiita, que se gestó en Irán para expulsar al sha, dictador también impuesto y apoyado por los EE. UU. 25 años atrás. Eran tiempos en los que Hussein era un verdadero socio de la empresa norteamericana por el dominio de petróleo y la geopolítica en el Medio Oriente.
Pero el Irak de 2003 era distinto. Doce años de sanciones continuas por parte de las Naciones Unidas lo habían debilitado de muerte. Estas castigaron a Irak con la prohibición de la venta de petróleo en el mundo y, para aquel entonces, este país solo vendía petróleo y dátiles.
Irak de 2003 no poseía el armamento sofisticado del que hablaba George Bush. Las inspecciones realizadas durante la década del noventa –Irak recibió 8.000 inspectores entre 1991 y 1998– habían controlado de manera significativa la existencia del armamento de destrucción masiva. Eso lo sabía EE. UU., que ha realizado más de mil pruebas nucleares desde 1945 y que cuenta con todos los aparatos para detectar satelitalmente armamento de destrucción masiva. Como lo sabía, no permitió la culminación de las visitas de los inspectores de Naciones Unidas. Antes de que cumplieran su plazo, saboteó dichas misiones.
El segundo argumento también era falaz. El hecho claro es que Irak difícilmente tenía armamento de destrucción masiva y, de tenerlo, con toda seguridad lo habría usado contra el ejército invasor. No lo encontraron después de invadido el país, sencillamente porque no existía.
Así mismo, era falaz la acusación de que Hussein hubiese apoyado a Al Qaeda. Como debería ser más claro para el gobierno de Estados Unidos –y parece que no lo es–, no todos los norteamericanos son cowboys, así como no todos los árabes son fundamentalistas. Las visiones maniqueas de la historia, tan comunes en Hollywood, no tienen nada que ver con una realidad cada día más compleja, flexible, incierta y diversa. Son lo que Chimamanda Adichie llama versiones únicas de la historia, que no interpretan adecuadamente la realidad.
Como suele suceder en la política, las verdaderas razones ocultas por los argumentos falaces se comprenden si se estudian las riquezas de Irak. Además de su historia milenaria, Irak poseía la segunda reserva probada de petróleo más grande del mundo, mientras que la primera la tenía Arabia Saudita, uno de los principales aliados de EE. UU. en la zona. El petróleo iraquí alcanzaba para 100 años sucesivos de explotación. Había reservas confirmadas de 112.000 millones de barriles y 400.000 millones de barriles en reservas estimadas. El problema para EE. UU. era que el petróleo de Irak estaba en manos de empresas rusas, chinas y francesas.
Tenemos que aplaudir a quienes rechazan la invasión a Ucrania porque la guerra viola principios éticos y políticos esenciales. Pero a quienes lo hagan también hay que exigirles que rechacen con la misma vehemencia las invasiones que realizó la Unión Soviética o las que ha realizado EE. UU. No hacerlo solo evidencia fanatismo, sesgo y dogmatismo. Como dice Octavio Paz, “la ceguera biológica impide ver, la ceguera ideológica impide pensar”.
P.D.1: Que cuatro niños indígenas, incluido un menor de 11 meses, sobrevivan 40 días solos y perdidos en la selva inhóspita del Guaviare evidencia, entre otras, tres cosas: (i) Todo lo que pueden hacer unos jóvenes con autonomía y excelente formación contextualizada; (ii) La enorme importancia del trabajo en equipo entre el Ejército y las comunidades indígenas, así como el invaluable liderazgo de Lesly Mukutuy; (iii) Que estamos en mora de reconocer y valorar la amplia gama de conocimientos ancestrales de nuestras comunidades indígenas.
P.D.2: Esta columna reaparecerá el 18 de julio. Periódicamente es sano enviar de vacaciones a las redes.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).