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¿Será posible detener el genocidio en Gaza?

Julián de Zubiría Samper

28 de mayo de 2024 - 12:00 a. m.

El domingo 19 de mayo, la extrema derecha internacional reunida en Madrid avaló la invasión de Israel en Gaza. Aplaudió de pie a Amichai Chikli, ministro de Netanyahu, cuando defendió su lucha a muerte “en defensa de la civilización occidental y del mundo libre y en contra del islam radical”. También habló la extrema derecha en el poder en Italia, Hungría y Argentina, y la que aspira a llegar en Francia, España y diversos países de América Latina. Fue un encuentro para recordarle al mundo que algunos no quieren permitir la diversidad de religiones, ideologías, familias, culturas y géneros. Quieren cerrar las fronteras, dejar la economía en manos del mercado, debilitar la democracia y acabar definitivamente con los derechos de las mujeres y las minorías. Para ellos solo existe una ideología, una religión, una cultura, un tipo de familia y dos géneros. Así mismo, desconocen los hallazgos de la ciencia y el calentamiento global. Con frecuencia, varios de sus líderes quiebran los límites éticos mínimos de una conversación democrática. El excéntrico e inestable Javier Milei, en campaña, llamó al papa Francisco “enviado del maligno” y en su discurso en el evento le dijo “corrupta” a la esposa de Pedro Sánchez, lo que terminó por tensionar las relaciones diplomáticas entre Argentina y España.

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Un día después, el 20 de mayo, el fiscal general de la Corte Penal Internacional (CPI) pidió la detención de Benjamin Netanyahu, de su ministro de Defensa y de la cúpula de Hamás. Lo hizo por las muertes causadas en Israel y en Gaza. A Hamás la responsabilizó por el brutal asesinato de 1.163 personas totalmente indefensas en Israel y por el secuestro criminal y cruel de otras 240, varias de las cuales ya han muerto. Al Gobierno extremista de Netanyahu lo acusó de usar el hambre como arma de guerra, obstruir la entrega de ayuda humanitaria para los gazatíes, violar el derecho internacional humanitario y asesinar a miles de civiles palestinos. Así mismo, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) exigió a Israel suspender de inmediato los bombardeos contra la ciudad de Rafah. Son noticias que renuevan la esperanza de poder detener el genocidio en Gaza.

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Como en los años 60, los estudiantes en el mundo volvieron a movilizarse masivamente en defensa de la paz. Primero lo hicieron en las universidades de Estados Unidos y luego en las de Europa y América Latina. Así sucedió en múltiples ciudades de los Estados Unidos y en universidades tan importantes como Columbia, MIT, Harvard, New York, Berkeley, Washington y Chicago, entre muchas otras. Aun así, las protestas ni son tan masivas como las de los años 60 ni lograron los mismos consensos que se alcanzaron para detener las bombas de napalm y enfrentar el desastre nuclear al que se refería Gabriel García Márquez cuando decía en su discurso “El cataclismo de Damocles” que “un minuto después de la última explosión más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo”.

Ahora, las luchas estudiantiles dividen a los jóvenes. Vivimos en un mundo más polarizado y algunos avalan el derecho del Gobierno de Israel de arrasar al pueblo palestino en su defensa. Quieren hacernos creer que Hamás es lo mismo que Palestina, lo que sería tan absurdo como creer que Netanyahu representa a todos los israelíes. No sobra recordar las palabras del gran pensador Yuval Noah Harari cuando decía que “Netanyahu construyó una coalición de fanáticos mesiánicos y sinvergüenzas oportunistas que se han concentrado en acaparar el poder para sí mismos”. Igualmente, el contrapeso al poder de los EE. UU. casi ha desaparecido en nuestros días y la presión mundial de los judíos vinculados al sector financiero ahora es cientos de veces mayor, hasta el punto de obligar a dimitir a las rectoras de dos de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos: Harvard y Pensilvania. La acusación contra ellas fue haber sido demasiado tolerantes con los jóvenes que marcharon indignados contra las acciones del Gobierno de Netanyahu en Gaza.

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Hacen bien los jóvenes al movilizarse contra el genocidio que estamos viendo en vivo y en directo, en un mundo hiperconectado que, en el futuro, a nadie le permitirá decir: “No supe cuándo ni qué pasó”. Al fin y al cabo, la educación tiene que favorecer la empatía con quienes están padeciendo el hambre, el desplazamiento diario y han visto el asesinato de 35.000 de sus compatriotas, así como la destrucción —según cálculos de la ONU— de la mitad de sus viviendas, hospitales y escuelas. Si los jóvenes del mundo no se indignan ante los atropellos, las masacres y la destrucción del pueblo palestino, ¿quién lo hará? Ser joven implica ser rebelde y confiar en la posibilidad de la esperanza. Implica soñar que los seres humanos nos indignaremos ante las injusticias, las guerras, las torturas y las desigualdades. Los jóvenes confían en la capacidad de sus movilizaciones. Creen en el poder de las calles. Tienen razón al hacerlo, porque también el mundo ha sido configurado por los valientes.

Todas las medidas acordadas en la Asamblea de las Naciones Unidas han sido bloqueadas por el absurdo e inequitativo poder de veto asignado a los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad. La misma suerte ha corrido el reconocimiento de Palestina como miembro pleno de la organización.

Muy seguramente, los palestinos asentados en Gaza tengan que huir en las noches a pie hacia Egipto y continúen la muerte, los bombardeos, la destrucción y la expulsión masiva. Tal vez eso es lo que quiere el Gobierno de extrema derecha empoderado en Israel. Así lo analiza John Mearsheimer, profesor de ciencia política de la Universidad de Chicago, quien dice que el objetivo de los bombardeos es expulsar a los musulmanes de sus tierras para consolidar el “Gran Israel”. Es triste, pero la única solución sigue siendo poco probable de implementar en este momento: crear dos Estados independientes, tal como se previó desde 1948, decisión que una vez más fue rechazada de pie por los líderes de la extrema derecha reunidos hace unos días en Madrid.

Para desgracia de la humanidad, quienes más ferozmente han violado los derechos humanos jamás van presos. Ellos —como señala Eduardo Galeano— “tienen las llaves de las cárceles”. Ocurre en mayor medida si cuentan con la complicidad de la principal potencia mundial para expulsar a la población palestina de Gaza. Aun así, escuchar a la CPI, a la CIJ y a los jóvenes del mundo intentando parar el genocidio, así como ver a muchos de los más importantes artistas vistiendo la bandera de Palestina, nos muestra que todavía hay esperanza para la supervivencia de la democracia. No es seguro que se pueda detener el genocidio, pero, sin duda, millones de personas lo seguirán intentando, una y otra vez. Como poéticamente cantaba John Lennon en “Imagine”: “Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único”. Es más, creo que casi todos lo somos.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).

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