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Un siglo después, la carta de Kafka sigue vigente

Julián de Zubiría Samper
04 de junio de 2024 - 05:00 a. m.
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Ayer se cumplieron los primeros cien años de la muerte de Franz Kafka. La mejor manera de rendirle tributo es invitar a leer su obra. En este caso, mi recomendación es Carta al padre, un texto que sigue vigente y lo estará por mucho tiempo más.

Franz Kafka es uno los escritores más importantes del siglo XX. Su influencia en el llamado boom latinoamericano es visible y ampliamente reconocida. Nació y vivió en Praga, que para aquel entonces pertenecía al Imperio austrohúngaro. Al culminar la Primera Guerra Mundial pasó a ser la capital de Checoslovaquia. Hoy en día Praga mantiene su inigualable belleza medieval porque Adolfo Hitler –en un acto de cinismo extremo, propio de los dictadores– exigió que no fuera bombardeada para conservar el barrio judío, de tal manera que las nuevas generaciones pudieran acceder, después del exterminio, al museo de una raza extinguida. Kafka era judío, escribía en alemán y es uno de los hijos ilustres de la República Checa.

El autor de América y La metamorfosis decidió escribirle una carta a su padre para responderle a la pregunta de por qué le tenía miedo, pregunta que, no sobre recordarlo, suelen hacer los padres que abusan de su poder. Contaba para aquel entonces con 36 años, padecía tuberculosis y pocos años atrás había abandonado el hogar materno. El tema de la conflictiva relación con el padre sería transversal en la obra kafkiana y ya había sido incorporado en su primer relato: “La condena” (1912).

Kafka era un niño frágil, pero se aguan los ojos al oírle decir que, debido al estilo educativo de su padre, perdió la confianza en sus actos y se volvió “inconstante, indeciso, miedoso y amargado”. Su conclusión es dramática: por el autoritarismo de su padre quedó “interiormente dañado”. Para tristeza de la humanidad, eso les suele suceder a la gran mayoría de niños que tienen la desgracia de vivir con un padre que los humilla con sus palabras y los maltrata con sus miradas y silencios. Sin duda, millones de niños habrían querido ser los autores de esta inmortal y atemporal carta publicada de manera póstuma. Tal vez no somos totalmente conscientes, pero un padre es alguien varias veces más grande, fuerte y poderoso. Además de ser físicamente cierto, esta es una verdad psicológica: así lo sienten, lo ven y lo perciben sus propios hijos.

Como sucede con todas las tradiciones, enseñamos lo que nos enseñaron y de la manera como lo hicieron nuestros padres y maestros. El autoritarismo se perpetuó de generación en generación. Se expandió especialmente entre los padres de personalidades muy fuertes y en aquellos que se sienten tan débiles que recurren a sus hijos, porque son los únicos que les obedecen. Nadie más lo hace.

El padre autoritario necesariamente es arbitrario porque necesita demostrarle al hijo, en todo espacio y momento, que él tiene la razón, que su opinión es la justa y que todas las demás –como decía Kafka– son “disparatadas, extravagantes y absurdas”. El niño debe obedecer.

“Al ver que unos cuantos gritos de amenaza no producían efecto, me sacaste de la cama, me llevaste a la terraza y allí me dejaste (…), en camisón, ante la puerta cerrada. No voy a decir que estuviese mal hecho; es posible que no hubiese realmente otra manera (…); pero lo que pretendo, al mencionar este hecho, es caracterizar tu sistema educativo y su efecto sobre mí. Sin duda después me mostré ya obediente, pero quedé interiormente dañado”. De esta manera, el padre logra que su hijo le obedezca. Lo más triste es que para conseguirlo tiene que deteriorar el autoconcepto del menor. Ese será uno de los efectos más perversos que permanecerán a lo largo de la vida. Los hijos de padres autoritarios obedecen, pero el costo que tienen que pagar es inmenso: deterioran su imagen propia.

Estos padres creen que están formando hijos fuertes que aprenderán a soportar maltratos y humillaciones. Presuponen que los golpes los preparan para el mundo agreste que deberán vivir. Eso se lo reclama Kafka a su padre con precisión: “Solo puedes tratar a un niño según te han hecho a ti mismo, con dureza, gritos y cólera, y en tu caso este trato te parecería muy adecuado, porque querías que de mí saliese un muchacho fuerte y valeroso”. ¡Qué equivocados están! Sucede exactamente lo contrario: los hijos de padres autoritarios se empequeñecen, pierden la confianza en sus actos y se vuelven huraños, débiles y amargados.

Podríamos pensar que el autoritarismo es cosa del pasado y que ahora los padres no humillan, sino que aman a sus hijos, pero estaríamos totalmente equivocados. El riesgo del autoritarismo siempre estará presente en los Estados y en las familias. Es así como algunos políticos de la extrema derecha colombiana, cuando se han debatido en el Congreso leyes para prohibir el maltrato, han lanzado en redes campañas como “Con mis hijos no te metas”. En un acto de mínima empatía y de infinita deshumanización, los padres autoritarios se sienten propietarios de sus hijos. Argumentan que tienen derecho a maltratarlos física y emocionalmente, y que el Estado no tiene ningún derecho a limitarlos. Siempre dicen que a ellos sus padres les pegaron con rejo, palos, chancla y cable de la plancha y que la mejor demostración de que eso no genera efectos perversos es que se sienten muy bien. La ironía es que eso lo dicen los padres que quieren seguir maltratando física y emocionalmente a las personas que más aman: sus propios hijos. Afortunadamente, las leyes que impedían los maltratos finalmente pasaron en el Congreso. Pero lo más grave es que en el caso colombiano, según un completo estudio realizado por la Universidad de la Sabana en las principales ciudades, en la actualidad la mitad de los niños han vivido con padres autoritarios.

Hoy los efectos de un padre autoritario son mucho más dañinos que en el pasado porque las nuevas generaciones carecen de hermanos y familia extensa, y las madres ya no suelen actuar para contrarrestar los efectos de un padre maltratante. Vivimos en nuevas y renovadas familias. ¿Se imaginan lo que sufrieron los hijos únicos en pandemia conviviendo con un padre maltratador? ¿Se imaginan tener que compartir con padres humillantes todos los momentos del día durante todos los días?

Los hijos de padres autoritarios se vuelven muy inseguros para decidir, actuar o pensar con criterio propio. Por eso el autoritarismo es nefasto en la formación de la autonomía. Estos hijos tendrán serias dificultades al interactuar y expresarse. Pierden la voz e incluso, en casos extremos, hasta las ganas de vivir. Lo más grave de todo es que dejan de confiar en sí mismos. Creen que no son capaces. Se sienten poca cosa. Cuando se les pregunta, por ejemplo, por qué sus padres los golpean, ellos se sienten responsables y dicen que son demasiados necios, brutos, flojos o desobedientes. Asumen la responsabilidad que les corresponde a los padres. Viven eternamente con culpa. De allí que no es extraño que este tema reaparezca constantemente en sus obras.

Ayer se cumplieron cien años de la muerte de Kafka. La crítica literaria privilegia obras del autor como La metamorfosis por su originalidad, su pertinente reflexión sobre la enajenación y su aporte a la literatura universal. Aun así, para un educador, la Carta al padre será siempre un clásico que debería ser de obligatoria lectura en los cursos prematrimoniales y al matricular a los hijos en los colegios, porque el problema de los padres autoritarios es que generan efectos irreversibles en la personalidad de los menores. Sin duda, ese es uno de los factores que es causa y consecuencia de la propensión que tenemos los colombianos a la violencia.

P. D. 1. La semana pasada, al aprobar el Plan de Desarrollo en el Concejo de Bogotá, el pavimento le ganó el pulso a la educación. Triunfaron los partidos tradicionales y decidieron aplazar la esperada Ciudadela Educativa para Suba. Ganan los constructores y los dueños de vehículos, mientras los jóvenes se quedan sin universidades públicas, colegio, hospital y manzana del cuidado.

P. D. 2. Mi siguiente columna saldrá el martes 16 de julio. Cuando viajamos muy rápido no podemos ver los árboles que hay en el camino. En consecuencia, siempre es necesario dedicar todo el tiempo posible a la lectura, la reflexión, los viajes y el descanso.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).

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JULIAN(63779)19 de junio de 2024 - 01:36 a. m.
Que invitación tan maravillosa la que nos hace Maestro Julián a retomar esta obra de Kafka, especialmente en el ámbito educativo en el cual aun persiste el autoritarismos en padres y ,uy tristemente, colegas maestras y maestros. Sería interesante que en algún momento pueda usted abordar la otra cara de la moneda. me refiero al extremo opuesto del autoritarismo y es la permisividad extrema confundida con libertad. Hago alusión a ello por que hay una generación que somos hijos de esa condición...
Enrrique(25171)05 de junio de 2024 - 09:53 p. m.
A un par de "hijitos" les hicieron tragar su propio vomito, y miren hoy el nefasto resultado. Del mismo lado, todo indica que Luis Carlos Galán(q. e.p.d) al parecer habría "tirado la cabeza de su hijo menor contra el asfalto" , y mírenlo hoy vomitando pavimento sobre los humedales, sin el menor cuidado.
Fernando(38718)05 de junio de 2024 - 07:32 p. m.
Ayer se cumplieron los primeros cien años de la muerte de Franz Kafka. Sobra "los primeros".
Héctor(15733)05 de junio de 2024 - 02:10 p. m.
Comovedor, introspectivo, duro.
Ernesto(26335)05 de junio de 2024 - 03:22 a. m.
Me entristece saber que fui lo que usted expresa en su columna y quizás muy tarde para soltar cargas.
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