Una misión para mejorar la calidad de la educación en Colombia

Julián de Zubiría Samper
08 de noviembre de 2022 - 05:01 a. m.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible están proyectados para cumplirse en 2030. Fueron firmados hace siete años y podemos asegurar que en Colombia hoy estamos atrás en todos los criterios asociados a la calidad educativa. La propuesta es conformar una misión que impulse el cuarto objetivo de los ODS: garantizar una educación de calidad para todos.

La reconocida economista italiana Mariana Mazzucato propone misiones para enfrentar los problemas complejos que el capitalismo no ha podido resolver. Menciona entre ellos el calentamiento global, el hambre, la desigualdad y las brechas digitales.

En su último libro, Misión economía (2021), desarrolla su original tesis y explica que eso solo será posible mediante nuevas alianzas entre el sector público, el privado y la sociedad civil, con metas trascendentales y con fuerte liderazgo gubernamental. El ejemplo que da es elocuente: la llegada del hombre a la Luna, una proeza audaz liderada por un gobierno, que representó un esfuerzo económico colosal y exigió múltiples alianzas público-privadas, pero que resultó ser una de las hazañas más innovadoras de la humanidad.

Quisiera llamar la atención sobre una misión formulada por Naciones Unidas para todo el mundo en 2015: los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Su objetivo 4 es garantizar una educación inclusiva y de calidad para todos. Me referiré a esta misión en el contexto colombiano.

Las Naciones Unidas definen una educación de calidad como aquella que garantiza pertinencia, integralidad, equidad y consolidación de las competencias esenciales.

Para que la educación sea pertinente, lo que se enseñe tiene que ser relevante para los jóvenes, la época, las regiones y la sociedad en su conjunto. En la más reciente encuesta de Empresarios por la Educación, el 40 % de los encuestados concluye que lo que se enseña hoy es muy poco pertinente porque se utiliza en la escuela, pero no por fuera de ella. Este criterio, en consecuencia, solo se cumple muy parcialmente en la educación actual.

El segundo principio es la integralidad. También nos rajamos en este porque falta poner más énfasis a las competencias socioafectivas, las artes y la educación física. Faltan docentes, políticas, currículos, evaluaciones y estrategias que garanticen una educación que forme individuos que convivan mejor, sean más sensibles, más solidarios, más interesados por el conocimiento y que cuiden de mejor manera sus cuerpos, sus interacciones y el planeta en el que vivimos.

El tercer criterio es el de equidad. Esto implica que, independientemente de su condición socioeconómica, género o ubicación geográfica (rural o urbana), todos los niños y niñas alcancen buenos resultados. En nuestro país sucede exactamente lo contrario: los resultados son profundamente diferentes según etnia, región y género.

Lo más grave es que, desde el año 2002, cada año han seguido creciendo las brechas. La única excepción fue entre 2012 y 2015 gracias al Programa Todos a Aprender (PTA). Solo durante esos años se redujeron levemente las brechas entre los colegios rurales y los privados urbanos. Según las pruebas SABER, las brechas entre colegios privados y públicos rurales se duplicaron entre 2002 y 2009 y, según PISA, volvieron a duplicarse entre 2006 y 2018. En 2002 era de un año la diferencia entre los logros de los niños de los colegios oficiales rurales y los alcanzados por los estudiantes de los colegios privados. Para el grado noveno, en 2018 era superior a tres años. Paradójica y tristemente, hemos construido un sistema que agrava las inequidades sociales.

Durante las últimas dos décadas también aumentaron de manera significativa las brechas según género. Para 2018 fuimos ubicados como el país con mayores diferencias entre hombres y mujeres en matemáticas según PISA. En consecuencia, tenemos una desigualdad de género incluso mayor que la de los países musulmanes.

Los ODS fueron firmados en 2015 con la meta de cumplirlos en 2030. Ya hemos recorrido la mitad del camino y podemos afirmar que en Colombia hemos retrocedido significativamente en equidad, pertinencia y consolidación de competencias. En todos estos criterios hoy estamos atrás. Esto se puede verificar revisando PISA y SABER 5º, 9º y 11. Contrario a lo que reiteró la ministra anterior, estos resultados no se deben a la pandemia, ya que la caída viene desde 2016.

Para que la educación de calidad se asuma como misión se requieren por lo menos cuatro condiciones: reconocer el problema, liderazgo, propuestas audaces y trabajo en equipo entre el sector gubernamental, el privado y la sociedad civil. Todavía ninguna de estas condiciones se cumple en Colombia.

Primero. Ni el MEN ni FECODE han reconocido el problema de la calidad. El MEN ha mentido durante años diciendo que venimos mejorando la calidad, lo cual no es cierto. Oculta la información, pero si se revisan sus propias estadísticas, se puede concluir que los resultados de los colegios oficiales llevan dos décadas estancados. Pero FECODE no se queda atrás. Desconoce las pruebas, las competencias y los resultados de ellas. Solo habla de infraestructura y ha vendido la mágica idea de que la calidad mejorará si se eleva la inversión. No reconoce los serios problemas que hay en la formación de los maestros, en el trabajo en equipo, la innovación, el modelo pedagógico y el currículo. Y nadie puede resolver un problema que no ha comprendido bien.

Segundo. El MEN no ha tenido ningún liderazgo en la educación colombiana en las últimas décadas. No ha trazado metas trascendentales ni ha puesto al país a discutir sobre educación. Es un ente burocrático que no habla de pedagogía. Por el contrario, FECODE ha tenido gran liderazgo entre los maestros, pero para apoyar sus reivindicaciones gremiales. En sus años iniciales se movilizó muy positivamente en defensa de la transformación pedagógica, pero desde 1994 olvidó los asuntos pedagógicos y se dedicó a defender al gremio. Lleva 28 años sin formular propuestas pedagógicas pertinentes y audaces que contribuyan a transformar la educación del país. Un dato lo ilustra muy claramente: el primer congreso pedagógico se realizó en 1987. El segundo en 1994 y el tercero todavía no se ha realizado.

Tercero. En los últimos veinte años el MEN ha tenido dos ideas generales audaces: Ser Pilo Paga y PTA. Ser Pilo fue una idea que buscaba trasladar billones de recursos públicos a unas muy pocas universidades privadas para atender tan solo 40.000 estudiantes. Una costosa idea que pagamos todos. Sin duda, fue una idea audaz, pero muy equivocada porque no les exigió cofinanciación a las universidades privadas ni tuvo en cuenta los efectos multiplicadores del programa sobre la educación pública y las regiones. Por otra parte, PTA es una idea muy pertinente en un país tan inequitativo como Colombia porque apoya a las escuelas más abandonadas mediante programas de formación in situ y brinda acompañamiento de tutores y textos. Ha tenido serios problemas de implementación y seguimiento, pero es una idea trascedente que hay que apoyar porque privilegia la equidad. Además, en un gobierno comprometido con la paz, tendrá que abrir una nueva ruta de acompañamiento en competencias socioafectivas que favorezcan la confianza y la convivencia entre niños y jóvenes.

Cuarto. Injustamente, el partido que gobernó a Colombia durante la mayor parte de las últimas décadas denigró y estigmatizó hasta más no poder a los docentes del país, al extremo de culparlos por la baja calidad de la educación. Es un ejemplo de cinismo en su máximo nivel. Al hacerlo, generó una ruptura total entre los docentes y el gobierno nacional.

En síntesis, todavía no se cumple con ninguna de las condiciones para convertir la lucha por la calidad de la educación en una misión que aglutine a la nación con la idea de ampliar las oportunidades para todos y todas y transformar la movilidad social en el país.

Dado lo anterior, el gobierno Petro tiene que empezar por reconocer el grave problema de la calidad de la educación y entender que se requieren medidas innovadoras para superarlo. Así como hay que repensar las metas económicas, tributarias y políticas, también tenemos que repensar de manera audaz el currículo, el trabajo en equipo y la formación de docentes. El gobierno tendrá que cambiar las relaciones con los maestros, los rectores y los secretarios de educación. Sin la presencia de todos no será posible mejorar la pertinencia, la equidad, la integralidad y la consolidación de las competencias; es decir, no mejorará la calidad de la educación. El sector privado lleva la delantera en renovación curricular, liderazgo e innovación pedagógica. Necesitamos entre todos aprender a trabajar en equipo bajo el liderazgo del gobierno y reconociendo los aportes del sector privado y de los diversos miembros de la sociedad civil.

El libro de Mazzucato termina citando a Roosevelt en 1932: “El país necesita y –a menos que yo malinterprete su temperamento– el país exige una experimentación audaz y persistente. Es de sentido común adoptar un método e intentarlo: si fracasa, reconocerlo honestamente y probar con otro. Pero, por encima de todo, intentar algo”.

En calidad de la educación se ha intentado muy poco en las últimas dos décadas en Colombia. También ha faltado honestidad para reconocer lo poco que hemos avanzado. Mi invitación es a conformar una misión que tenga como meta cumplir el objetivo 4 de los ODS: garantizar una educación de calidad e inclusiva para todos y todas. Esa meta exigirá ideas innovadoras y un cambio en las relaciones entre el gobierno, el sector privado y la sociedad civil. Hasta ahora, nunca lo habíamos intentado. Confío en que este sea el primer gobierno en hacerlo y que, llegado el momento, tenga la honestidad para reconocer si estamos avanzando.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).

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