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Aunque normalmente al hablar de agricultura se piensa en el mundo rural, lo cierto es que, a pesar de que la mayor parte de la producción de alimentos se hace en los campos, también existen procesos agrícolas e incluso ganaderos en las ciudades. Esta es la agricultura urbana.
Producir comida y contribuir a la seguridad alimentaria en espacios urbanos no es nuevo. Según cuenta Beroso el Caldeo, sacerdote de Marduk a finales del siglo III AC, Nabucodonosor II, soberano del imperio Neo Babilonio en el siglo VII AC, para agradar a su esposa nacida en las fértiles colinas de Media, pero también teniendo en cuenta el contexto árido y desértico que rodeaba su ciudad y el peligro que suponía una interrupción en el aprovisionamiento de alimentos para la misma, construyó los famosos Jardines Colgantes de Babilonia. Se cree que estos jardines, montados sobre terraplenes, balcones y terrazas integradas a muchos de los edificios de la legendaria metrópoli, no sólo contenían especies ornamentales, sino que producían alimento para sus habitantes; eran verdaderos jardines comestibles.
A largo de la historia distintas sociedades han optado por esta alternativa en momentos de crisis profundas o en situaciones que puedan amenazar su propia existencia. Producir el propio alimento es uno de los actos de independencia más radicales y revolucionarios en el contexto urbano contemporáneo. Los procesos sociales autogestionados, tales como la agricultura urbana, no solamente suplen en todo o en parte las necesidades vitales de las comunidades, sino que, adicionalmente, les traen a las sociedades otros beneficios tales como la creación y consolidación de redes sociales de apoyo, espacios y mecanismos alternativos de resolución de conflictos, agencias políticas y liderazgos eficaces.
En la Primera, pero sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, quienes se quedaban en casa y no hacían parte directa del combate crearon los llamados Jardines de la Victoria, fomentados por sus propios gobiernos como parte de su contribución al esfuerzo bélico. Se reemplazaron las plantas ornamentales de los parques y otros espacios públicos por plantas comestibles y en los hogares se destinaron todos los espacios y recipientes a disposición para producir alimentos. Los gobiernos pretendían elevar la moral de los no combatientes haciéndolos sentir útiles, pero también esperaban aminorar, aunque fuese mínimamente, la amenaza de la escasez de alimentos debido a la falta de mano de obra en los campos de cultivo tradicionales. Hasta los cálculos más optimistas fueron superados con creces al final de la guerra: en 1944 se calcula que más de 20 millones de familias en Estados Unidos hacían agricultura urbana y los jardines de la victoria produjeron ese año entre 9 y 10 millones de toneladas de alimentos que correspondían a toda la producción agrícola comercial.
Desde principios de la pandemia, en ciertos barrios de Usme, muy cerca de los focos de protesta de los últimos meses, han empezado a gestionarse diversos procesos de agricultura urbana. En Valles de Cafam, por ejemplo, a pocas cuadras de los disturbios graves que se presentaron entre abril y mayo de este año, varios colectivos empezaron a gestionar sus huertos comunitarios, empezando poco a poco a recuperar y a reclamar espacios conflictivos, muchos de ellos basureros, botaderos de escombros, zonas abandonadas, despobladas y peligrosas.
Paralelamente a la protesta social tradicional, aquella que con razón reclama y exige de sus representantes, en Usme y en otras zonas urbanas afectadas por la desidia estructural del Estado, unas condiciones mejores de vida en medio de esta crisis, se han generado otros procesos de resistencia pacífica menos espectaculares e infinitamente menos mediáticos. Pero quizás, por ser autogestionados y espontáneos, puedan ser estos procesos y específicamente los de agricultura urbana, verdaderas piedras fundacionales de una forma diferente de hacer comunidad y de que la resistencia pase a ser una propuesta que realmente transforme la sociedad.
@Los_Atalayas, atalaya.espectador@gmail.com
