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Agrosavia: el secreto mejor guardado de Colombia

Julián López de Mesa Samudio

01 de mayo de 2025 - 12:00 a. m.

En un país acostumbrado a las noticias rápidas, al escándalo del día y a la memoria frágil existe una institución silenciosa que ha sido motor de transformación rural: Agrosavia. Nacida en 1993 como CORPOICA, heredera del esfuerzo científico del Instituto Colombiano Agropecuario, Agrosavia ha sido durante más de treinta años la evidencia viva de que en Colombia también se puede hacer ciencia de calidad, ciencia pertinente y ciencia al servicio de la vida rural.

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Su historia es la de una resistencia serena. Mientras muchos ministerios pasaban de ministro en ministro, Agrosavia consolidó una red de centros de investigación que cubre cada rincón de Colombia, desde las sabanas de Córdoba hasta la selva amazónica. No se limitó a copiar tecnologías extranjeras: las creó, las adaptó y las puso en manos de los productores campesinos. En un país donde la innovación suele sonar a palabra vacía, Agrosavia ha hecho del conocimiento una herramienta concreta: mejoró variedades de arroz, de maíz, de yuca; rescató razas criollas bovinas adaptadas a los trópicos; diseñó biofertilizantes que permiten prescindir de químicos importados. Sembró ciencia en suelos duros, donde el Estado no suele sembrar.

Mientras el país discutía sobre la necesidad de una Reforma Rural Integral, Agrosavia ya venía encontrando, en pequeños lotes y grandes fincas, soluciones de sostenibilidad, resiliencia y productividad. Y lo hizo sin bombos ni platillos, sin autopromoción, sin las grandilocuencias que suelen acompañar los proyectos fallidos.

No obstante, en Colombia nada resiste del todo la falta de atención. En 2025, justo cuando el país necesita más que nunca de su brazo científico rural, Agrosavia enfrenta una crisis presupuestal que amenaza con asfixiar su funcionamiento. El gobierno anunció con entusiasmo un presupuesto de 226.755 millones de pesos para el año, pero omitió decir que eso implica una reducción real de casi 82.000 millones respecto a 2024. La consecuencia inmediata: más de 600 empleos en riesgo, proyectos en suspenso, ciencia postergada.

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El director de Agrosavia, Jorge Mario Díaz Luengas, lo explicó sin adornos: con los recursos actuales la entidad sólo podrá operar hasta octubre. La Junta Directiva, atrapada entre las cuentas y la política, aprobó un presupuesto ajustado, pero negó la posibilidad de gestionar los despidos necesarios para adaptarse al recorte. Así, Agrosavia cae en una paradoja cruel: se le exige hacer más por el campo colombiano, pero se le niega el oxígeno mínimo para hacerlo.

Y aquí la pregunta incómoda: ¿cómo pretende el país transformar su ruralidad, modernizar su agro y garantizar su soberanía alimentaria si no es capaz de financiar el único aparato científico que respalda esa transformación? ¿De qué sirven los discursos sobre el campesinado, las promesas de desarrollo territorial, si no protegemos a quienes ponen la ciencia al servicio de esas metas?

Es doloroso pensar que, en el país que celebra las patentes ajenas, los logros de Agrosavia pasen inadvertidos. Que mientras algunos sectores invierten millones en importar tecnologías que muchas veces no funcionan en nuestros suelos, otros asfixien a quienes producen conocimiento local, conocimiento que entiende nuestras lluvias caprichosas, nuestros suelos ácidos, nuestras plagas tropicales.

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Agrosavia es el secreto mejor guardado de Colombia, pero no debería seguir siéndolo. Cada uno de sus centros de investigación es una semilla de futuro que merece ser cuidada, regada, celebrada. Cada científico que hoy teme por su trabajo representa una posibilidad menos de innovación para el país rural que decimos querer construir.

No hay reforma agraria posible sin investigación. No hay soberanía alimentaria posible sin ciencia. No hay transformación rural posible sin una institución como Agrosavia, que no sólo piensa en el campo, sino que trabaja todos los días desde él y para él.

Colombia no puede darse el lujo de dejar morir a Agrosavia en silencio. Necesitamos, con la misma pasión con que se defienden otras causas, defender la existencia y el fortalecimiento de nuestra ciencia agropecuaria. No como un favor a los investigadores, sino como un acto de sentido común, de respeto al futuro y de amor al país profundo que aún espera, paciente, su oportunidad.

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@Los_Atalayas

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