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Desde hace décadas ha regido la anarquía en Colombia: allí donde sucesivos gobiernos han sido ineficientes o indiferentes, las personas y las comunidades han buscado alternativas propias, autogestionadas, y cuando las ejecutan directamente, sin intervención de autoridad estatal, se configuran procesos anarquistas.
A mediados de los años 80, una comunidad de migrantes se estableció en una zona periférica de Usme. Poco a poco se organizaron para construir su barrio y un buen día, ante la indiferencia y el desprecio de las autoridades locales y estatales frente a sus constantes pedidos, decidieron construir, piedra a piedra, su propio colegio; un colegio para sus hijos y para ellos mismos, pues muchos de los líderes que lo autogestionaron para la comunidad también tuvieron la oportunidad, ellos mismos, de hacer su bachillerato allí.
En otro extremo de Bogotá, en límites con Soacha, una fundación que comenzó hace ya muchos años, con un héroe armando partidos de fútbol con los niños en los potreros de la zona, ha podido transformar la comunidad de Altos de Cazucá, incidiendo positivamente en sus indicadores de bienestar. Esta fundación hoy tiene más representatividad y genera más confianza entre los habitantes de la zona que cualquier autoridad estatal.
En los Montes de María existe un museo comunitario que surgió durante la época más cruenta de la guerra que en la última mitad del siglo XX sacudió aquella región. Un museo que unió a los habitantes en torno a su cultura y les brindó la posibilidad de dignificar su trabajo y sus productos ante el mundo. Un museo de todos y para todos que guarda tesoros y maravillas sin par sin necesidad de protegerlos bajo llaves, candados o cerraduras, porque todos cuidan lo que es patrimonio de todos. Un museo que hoy tiene el poder de dictar el destino político de su región.
En cada uno de estos ejemplos (de miles similares), las comunidades encontraron formas no sólo de satisfacer sus necesidades autónoma y libremente, sino que al hacerlo retomaron y reclamaron para sí parte de la potestad para dirigir independientemente sus asuntos. Sea mucho o poco, se realizaron a través de procesos colaborativos de autogestión comunitaria, organización desde la base y poca o nula intervención estatal. Hasta el día de hoy son procesos exitosos que no sólo han resuelto los problemas que más los afectaban, sino que les han traído prosperidad y bienestar a sus comunidades, a tal punto que se han ido expandiendo y reproduciendo en otros escenarios.
Más que la ausencia de autoridad, anarquía son los procesos que naturalmente deducen las sociedades para hallar solución a sus problemas ante la ausencia de una autoridad reconocida, aceptada y, sobre todo, presente y eficaz. Por tanto, no se trata de revoluciones o desobediencia organizada, ni de rebeliones de banderas o ideologías.
Anarquía es pues, respetados lectores, la respuesta orgánica y natural de las sociedades que se desprende de Estados ausentes y de gobiernos kakistocráticos como los nuestros. Y quizás, si lo piensan bien, más allá de la palabra, lo que lleva aparejado no es otra cosa que procesos de organización, convivencia y armonía social, tan anhelados por buena parte de nuestro sufrido país. La anarquía, si se piensa así, quizás no es tan aterradora como vociferan aquellos que sí se han encargado de perjudicarnos desde el poder establecido, el cual genera cada vez más desconfianza, y desde un sistema democrático día a día más pervertido y degradado.
