El 7 de diciembre de 1949 el generalísimo Chang Kai-shek, presidente de la República de China y comandante supremo del derrotado ejército del Kuomintang, el partido nacionalista chino, tomaba la decisión de trasladar provisionalmente su base de operaciones a la isla de Formosa, que hasta el final de la Segunda Guerra Mundial había sido territorio japonés por 50 años.
Más de dos millones de personas que simpatizaban con la causa nacionalista migraron a Formosa a la espera de tomar revancha por la derrota sufrida a manos de los comunistas liderados por Mao Zedong, quien unos meses atrás había proclamado la existencia de la República Popular China. Sin embargo, lo que se suponía que era una estadía transitoria, con un gobierno en el exilio, pero legítimo y reconocido por la comunidad internacional, se fue transformando en vocación de permanencia y Formosa pasó a llamarse República de China, más conocida como Taiwán. Hasta 1971, cuando la ONU decidió reconocer a la República Popular China, Taiwán representaba oficialmente a China ante este organismo multilateral. Hoy Taiwán no hace parte de la ONU y tan sólo 14 países reconocen su existencia.
Conforme van pasando los días de la invasión a Ucrania por parte de Rusia, se va haciendo cada vez más plausible que, independientemente del resultado del conflicto, Rusia quedará casi completamente marginada del mundo globalizado. Esta semana Rusia se convirtió en el país más sancionado del planeta superando con creces a Irán, Siria, Corea del Norte y Venezuela; en poco más de diez días, Rusia pasó de ser un actor importante en las dinámicas de la globalización a ser un Estado paria, y, por lo menos mientras Putin se mantenga en el poder, permanecerá aislada de las plataformas políticas, culturales y económicas de Occidente que hasta ahora han dominado buena parte del discurso de la globalización.
Sin embargo, también esta semana hemos sido testigos del progresivo aumento del interés de China en el conflicto. Aunque en las semanas que antecedieron a la invasión y en los primeros días de ésta había permanecido al margen, conforme el conflicto se prolonga, ha optado por intervenir cada vez más: la guerra en Ucrania le conviene para sus intereses e incluso le sirve de referente y justificante para acelerar sus planes de dominio geoestratégico
Sigue a El Espectador en WhatsAppDe un lado, buena parte de los bienes y servicios que Rusia dejará de recibir por las sanciones impulsadas por Occidente y sus satélites serán provistos por China creando, casi instantáneamente, un mercado cautivo para más de 150 millones de rusos, que a partir de ahora se tornarán cada vez más dependientes de China.
Por otra parte, según su política de “una China” cimentada en la ley antisecesión de 2005 que proscribe cualquier intento de separación del territorio histórico definido por el Partido Comunista Chino, China no sólo desconoce la existencia de Taiwán, sino que reclama su anexión al territorio chino. El muy oportuno precedente sentado por Putin puede acelerar dicha anexión. Si esto pasa, China tomaría el control no sólo de la boyante economía taiwanesa, sino que daría un paso decisivo para dominar el Mar de China del Sur y de esta forma controlar más de un tercio de todo el comercio marítimo mundial.