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Atalaya

El peor presidente de la historia. Un ejercicio de memoria

Julián López de Mesa Samudio
25 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.

Una cosa es la memoria y otra la historia. Sin embargo, la confusión entre las dos ha causado más de un quebradero de cabeza en los últimos años, como aquel ―sin solución aún― que comenzó con la destrucción de estatuas y otros monumentos públicos y que sigue hoy con el nombramiento y reemplazo de los nuevos símbolos en estos mismos espacios.

La memoria está constituida por aquellos hechos, personas y procesos relevantes que una sociedad decide mantener vivos para que sean referentes de sus principios y anhelos en el presente y así ser proyectados para las generaciones venideras. La historia es el estudio, a partir de indicios y utilizando ciertos principios y métodos, de sucesos del pasado, con el fin de reconstruir lo más objetivamente posible, dichos acontecimientos y procesos. Para el historiador francés Pierre Nora la memoria es el recuerdo del pasado vivido o el pasado imaginado, por lo que siempre hay una carga emotiva en ésta y por tanto proclive a mutaciones y a manipulaciones. La memoria también es un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como una experiencia individual. De otro lado, la historia es una construcción de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros. A partir de esos rastros, un especialista, el historiador, trata de reconstituir lo que pudo pasar.

En las últimas semanas se ha avivado un pequeño debate ―que se ubica en los linderos entre la memoria y la historia― acerca de quién ha sido el peor presidente de la historia nacional. Aunque realmente no hay mucho debate (pues el tema es subjetivo y los criterios pueden ser muy variados), sí es de resaltar que los nombres que surgen cuando se aborda la cuestión son de presidentes que gobernaron en los últimos 50 años.

Sin embargo, según el criterio de muchos historiadores, el peor presidente de Colombia no fue otro que José Manuel Marroquín, a quien sus contemporáneos llamaban con sorna “El Señor de Yerbabuena” haciendo alusión al castillo que construyó al norte de Bogotá y desde donde decidió gobernar, cual señor feudal del siglo X, a la vuelta del siglo pasado.

Marroquín fue nombrado a dedo por el todopoderoso líder del partido nacionalista, Miguel Antonio Caro, como vicepresidente del gobierno de Miguel Antonio Sanclemente, siendo ya septuagenario y viniendo precedido por su fama como escritor e intelectual. Sin embargo, y sin haber transcurrido siquiera dos años, no tuvo ningún empacho en darle un golpe de Estado al presidente, para luego gobernar desde 1900 a 1904. Su gobierno, conformado por reputados intelectuales como él, fue caracterizado (y profusamente caricaturizado) por la ineficiencia, el despilfarro y la corrupción rampante. Siendo vicepresidente estalló la Guerra de los Mil Días que habría de convertirse en el triste telón de fondo de buena parte de su gobierno tras su golpe de Estado. Durante este tiempo la inflación alcanzó el 398% en 1901, la más alta de la historia, y, al finalizar la guerra, los recursos del Estado estaban prácticamente agotados mientras Marroquín, ajeno al desastre, componía los versos de “La Perrilla” oteando la Sabana de Bogotá desde su palacio medieval. A la ruina social, política y económica a la que había sometido a la nación, se vino a añadir la separación de Panamá como la frutilla del postre de la desastrosa gestión de un presidente que nunca conoció el mar y cuyas miras sólo alcanzaron para ver la parte de Colombia que veía desde su torreón a las afueras de Bogotá.

En el debate sobre quién es el peor presidente, la memoria nos encamina a ciertos referentes, pero la historia nos lleva a otros: retomando a Nora, la historia permanece, pero la memoria se transforma. La historia reúne; la memoria divide.

@Los_Atalayas

Atalaya.espectador@gmail.com

 

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