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Atalaya

El retorno a la barbarie (II)

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Julián López de Mesa Samudio
11 de diciembre de 2025 - 05:05 a. m.
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Si la Edad de Bronce tardía fue la primera globalización de la historia, nuestro tiempo representa su espejo contemporáneo. También hoy operamos sobre una estructura de interdependencias profundas, un sistema que funciona gracias a redes complejas de comercio, energía, tecnología y cooperación política. Y también hoy ese sistema muestra signos preocupantes de agotamiento.

Nuestra economía y nuestra estabilidad dependen de insumos críticos que provienen de pocas fuentes. Así como el bronce unificó y volvió dependientes a los antiguos imperios, el petróleo, los metales raros para la industria electrónica o los microprocesadores altamente especializados sostienen nuestra vida moderna. Una interrupción súbita en cualquiera de estas cadenas puede generar un efecto dominó que ni los gobiernos ni los organismos multilaterales parecen en capacidad de controlar del todo.

La crisis climática global añade un elemento de presión comparable a las sequías que, según los estudios geológicos recientes, afectaron simultáneamente a Egipto, Anatolia, Grecia, el Levante y las ciudades estado del sur de Mesopotamia hace más de tres mil años. Hoy, eventos climáticos extremos alteran la producción agrícola, intensifican las migraciones y generan disputas por el agua y los recursos, especialmente en regiones frágiles. El cambio climático se convierte así en un multiplicador de conflictos y un acelerador de la inestabilidad política.

Las pandemias, como la que recientemente experimentamos, tienen efectos muy similares a los observados en otras épocas: alteran el comercio, golpean la economía y evidencian la fragilidad de las instituciones. La pérdida de cohesión social y confianza pública recuerda también aquellos momentos en los que las poblaciones abandonaron la lealtad a los palacios, culpándolos por la hambruna, la injusticia o la inseguridad constante.

En el plano geopolítico, asistimos a un retorno de la competencia entre grandes potencias, al ascenso de autócratas y nacionalismos que debilitan los mecanismos de cooperación internacional. Las alianzas construidas tras la Segunda Guerra Mundial se erosionan, al tiempo que surgen nuevos bloques que no necesariamente comparten normas ni valores, lo que incrementa la tensión y el riesgo de conflicto abierto.

A todo ello se suma la revolución tecnológica, que introduce una paradoja: por un lado, ofrece soluciones extraordinarias; por otro, aumenta la vulnerabilidad del sistema. La hiperconexión digital puede convertirse en vector del caos: ataques cibernéticos que paralizan infraestructuras críticas, desinformación que fragmenta sociedades enteras, automatización que exacerba desigualdades y desplaza a millones de trabajadores. Cada avance abre una nueva posibilidad de disrupción.

En la Edad de Bronce los gobernantes no comprendieron que el peligro fundamental no era un invasor, sino la acumulación simultánea de tensiones internas y externas. Cayeron porque el sistema entero dependía de que nada fallara. Cuando los terremotos destruyeron puertos y almacenes, cuando las sequías agotaron cosechas, cuando las revueltas internas bloquearon rutas comerciales se produjo una reacción en cadena. No había un plan B.

Nosotros tampoco lo tenemos.

Solemos pensar que el progreso es lineal e irreversible, que la ciencia y la tecnología nos blindan contra la catástrofe civilizatoria. La evidencia histórica demuestra lo contrario. El progreso puede estancarse. Puede retroceder siglos. La civilización puede desmoronarse desde dentro tanto como desde afuera. Los síntomas ya empiezan a aparecer: nuevas generaciones cada vez menos educadas, con menos habilidades básicas de vida y cada vez más incapaces de reconocerse como parte integral de una sociedad; generaciones más y más egoístas e individualistas que poco a poco reviven los atávicos códigos de tiempos primitivos que creíamos superados para siempre, de tiempos en que primaba la ley del más fuerte, de los tiempos del todo vale, de la vindicta, de la barbarie.

Las civilizaciones no mueren en un solo día. Primero se desconectan, se aíslan, se vuelven incapaces de cooperar. Luego pierden saberes, competencias, horizontes comunes. Por último, dejan de creer en sí mismas… y de ahí a volver a luchar a dentelladas por una caverna, por un hueso, por sobrevivir, hay tan solo un paso. La barbarie comienza mucho antes de que caiga el primer muro o se disparen las primeras armas. Comienza cuando olvidamos que la civilización es una construcción frágil y siempre inacabada.

@Los_Atalayas

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David Valencia Cuellar(0vhxw)Hace 29 minutos
Con tanto líder despotico que esta apareciendo la civilización siempre estará inacabada......
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