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Enheduanna, primera escritora y estadista de la humanidad

Julián López de Mesa Samudio

28 de octubre de 2021 - 12:00 a. m.

El primer autor conocido en la historia de la humanidad escribió hace casi 4.300 años. Fue la primera persona que usó el pronombre “yo” en sus escritos y, además, fue artífice de la consolidación del que es considerado el primer imperio de la historia. Esta persona excepcional escribió en acadio usando el alfabeto cuneiforme –quizás la primera forma de escritura–, desarrollado en Sumer tan solo 300 años antes de su tiempo. Antecedió por 1.500 años a Homero y al profeta Abraham en más de 5 siglos.

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El primer autor de la humanidad fue una mujer y su nombre era Enheduanna. Fue la sacerdotisa suprema de Nanna, diosa de la luna para los sumerios y deidad protectora de la legendaria ciudad de Ur, en el sur de Mesopotamia, muy cerca de la desembocadura del río Éufrates. Al parecer no vivió más de 35 o 37 años, pero alcanzó tal poder que por mucho tiempo controló los destinos de las 35.000 almas que habitaban Ur, y su legado perduraría centurias en los imperios de Mesopotamia a lo largo de la Edad de Bronce.

Hija de Sargón de Acad, el fundador del imperio acadiano, Enheduanna fue encomendada por su poderoso padre con una de las tareas más difíciles que quepa imaginarse: lograr que los orgullosos sumerios aceptaran convivir con los semitas acadianos que habían ido migrando a Mesopotamia durante los siglos 24 y 23 AC, finalmente conquistando Sumer de la mano de Sargón. La conquista y la victoria militar siempre son pasajeras, pues se necesita una cierta armonía social para consolidar un Estado – en aquel entonces y hoy en día –. El gran emperador acadiano lo sabía. Sabía que, aunque había triunfado militarmente, no podría gobernar adecuadamente un territorio tan vasto y diverso si no lograba integrar a sus acadianos con los sumerios, limando las asperezas y resquemores que necesariamente traía el choque de las dos culturas.

Enviada por su padre a Ur, al corazón de Sumer donde palpitaba la más fiera oposición a su gobierno y a todo aquello que fuese foráneo, Enheduanna empezó su misión sorprendiendo a propios y extraños con su postura ecuánime, sensata e informada frente a sumerios y acadianos por igual. Siendo sacerdotisa de Nanna, una deidad que no era acadiana, se adaptó rápidamente a las ritualidades propias de su cargo, convirtiéndose en una gran estudiosa no ya solamente del culto a Nanna, sino también de las tradiciones y ritos de las demás deidades del panteón sumerio, entendiendo así el carácter, los valores, los miedos y los anhelos de los sumerios –pues cada una de las ciudades estado de Sumer tenía una deidad patrona-. Gracias a esta sensibilidad se dio cuenta de que muchos de los dioses acadianos tenían una deidad sumeria análoga o con características muy similares, por lo que decidió integrar el panteón acadiano con el sumerio para lograr así, con el tiempo, que las dos culturas en conflicto se empezaran a reconocer y a aceptar por aquello que tenían en común y no por aquello que los separaba.

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La historia de Enheduanna, de su manejo del poder y de la misión a ella encomendada, es un ejemplo de cómo culturas y pueblos en apariencia diferentes pueden coexistir. Este propósito se logró gracias al buen juicio pero, sobre todo, a la sensibilidad, a la visión panorámica y a la perspectiva de largo plazo de Enheduanna, rasgos que han marcado a lo largo de la historia a los líderes genuinos y a los grandes estadistas.

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