Milan Kundera lo tuvo todo para haber sido galardonado con el premio literario más conocido y, aunque en las últimas décadas ha ido en franca decadencia, el más prestigioso: el Nobel de Literatura.
Su nombre empezó a sonar como autor de talla mundial a mediados de los años setenta tras haber emigrado a Francia desde la entonces Checoslovaquia y traer consigo el bagaje intelectual deseable para los círculos literarios más cercanos a la Academia Sueca: había sido miembro y propagandista acérrimo del Partido Comunista y luego había sido expulsado del mismo (dos veces); había sido testigo de excepción de la Primavera de Praga y otros eventos importantes ocurridos tras la cortina de hierro a finales de los años sesenta y su obra había sido prohibida en su país. Pero, sobre todo, traía bajo el brazo dos de las novelas que definirían su estilo y su imagen por los siguientes veinte años: La broma (1967) y La vida está en otra parte (1969).
En ambas novelas, como en casi todas hasta La inmortalidad, el desarrollo de los personajes a nivel emocional y psicológico es impecable. Pero también el autor lleva a sus obras como protagonista, muchas veces principal y no solo como escenario de fondo, a la ciudad, a la sociedad, y al contexto político de Checoslovaquia en la posguerra, así él no lo haya querido e incluso lo haya rechazado en muchas declaraciones.
La broma, por ejemplo, critica con humor negro la naturaleza opresiva y deshumanizante de los regímenes totalitarios. La novela también reflexiona sobre cómo el poder político puede distorsionar la verdad y manipular las percepciones, así como la dificultad para encontrar sentido y autenticidad en un mundo donde la individualidad y la libre expresión son sofocadas.
En La vida está en otra parte, Jaromil, el protagonista, se da cuenta de que su compromiso político y su búsqueda de éxito y reconocimiento como poeta lo llevan por caminos equivocados. La política, que al principio parecía ofrecerle un propósito y una identidad, se convierte en una fuente de conflicto interno y desilusión. La novela sugiere que la política y el arte a menudo se entrelazan de manera compleja, y que el artista puede perderse en su afán de ser relevante y valioso en el contexto político.
Ya en el exilio en París vendrían el Libro de la risa y el olvido (1979) y la que es su novela más famosa: La insoportable levedad del ser (1984). Aunque ambas novelas fueron ampliamente traducidas, difundidas y elogiadas y mostraban a un escritor en el pico de su maestría artística –esto es indudable– el sello del artista, su rúbrica, ya se hallaba presente en sus dos primeras novelas.
Con bombos y platillos se publicó en 1988 La inmortalidad, que en concepto de quien escribe estas líneas es la última de las obras magistrales de Kundera (todo lo que vino después quizás pueda omitirse). Como se mencionó atrás, su nombre sonaba para el Nobel desde los setenta, pero a partir de la publicación de La inmortalidad fue uno de los candidatos perennes y más populares para ganar el galardón, año tras año, hasta su muerte.
¿Por qué no lo ganó? Habrá que preguntárselo a la Academia la cual con vergüenza lo ha de añadir a su listado, cada vez más largo, de aquellos que lo merecieron, pero que no lo recibieron: Woolf, Papini, Proust, Tolstói, Roth, Kazantzakis…