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En tiempos de incertidumbre, de crisis o de cambios dramáticos, siempre hay un grupo al que se le señala como responsable de las desgracias colectivas. La historia es un registro de estas exclusiones, de desplazamientos forzados y de la manera en que las sociedades han reaccionado ante la influencia de pueblos que consideran ajenos o peligrosos.
Así ocurrió con los enigmáticos “Pueblos del Mar”. Se sabe poco sobre su origen, pero su irrupción en el Mediterráneo oriental hacia el 1200 AEC. marcó el colapso de todo el sistema social, político y económico de la época y la destrucción de varias civilizaciones desde Sicilia hasta el Hindukush. Estos pueblos (Shekelesh, Lukka, Karkiya, Peleset, Sherden, Weshesh, Ekwesh, Denyen y Tjeker) eran migrantes, pescadores, guerreros y navegantes cuyo arribo puso en jaque a las grandes potencias de la época. Ramsés III, faraón de Egipto, dejó inscripciones detallando su victoria sobre ellos, mostrándolos como bárbaros que amenazaban el orden establecido. Sin embargo, no fueron exterminados: fueron reubicados en territorios fronterizos transformándose en fuerza de trabajo, soldados al servicio del imperio y motor de la recuperación económica egipcia tras el cataclísmico colapso de la Edad de Bronce. Egipto los fue asimilando como ya había hecho antes con los hicsos y con otros pueblos.
Siglos después, el 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaron el Edicto de Granada en el que se decretaba que los judíos debían abandonar España si no aceptaban convertirse al cristianismo. La unificación religiosa se impuso por decreto, sin importar que los judíos hubieran sido parte fundamental del comercio, la medicina y la ciencia, so pretexto de que sus creencias pervertían el orden social y moral de España. Se les acusó de monopolizar ciertos oficios y de vicios innombrables. Se calcula que más de 100.000 huyeron antes del plazo de cuatro meses prescrito en el edicto. Bayaceto II “El Justo”, sultán de los otomanos, comprendió lo que los Reyes Católicos no quisieron ver: que el exilio de los judíos era una oportunidad para su imperio. Al enterarse de la expulsión de los sefardíes famosamente decretó: “Vosotros decís que Fernando es un rey sabio, él, que, desterrando a los judíos, ha empobrecido a su país y enriquecido el nuestro”. Por ello les ofreció asilo en sus dominios y tan sólo un año más tarde uno de aquellos expulsados inauguró la primera imprenta del Imperio Otomano…. Mientras España se cerraba sobre sí misma, el Imperio Otomano se nutría de lo que otros rechazaban.
En muchos países, los migrantes son vistos como una carga, una amenaza para el empleo o la estabilidad social. Los discursos de exclusión se repiten, con distintos nombres y rostros, pero con la misma esencia: el miedo al otro, al que llega con lo puesto, con hambre y con una historia de despojo a cuestas. En su Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados nos habla Norbert Elías acerca de las dinámicas de vecindad en un barrio londinense de clase trabajadora. Nos cuenta cómo quienes se establecieron allí “primero” generan con el tiempo una lógica justificatoria frente a su clamor por perpetuar el estatus quo y por mantener su control sobre el mismo; una fantasía autoglorificadora que legitima su poder en dicha geografía y que justifica la exclusión y el rechazo del otro, del recién llegado, del migrante, del indeseable. Lo interesante del texto de Elías es que demuestra que estas fantasías no sólo son apropiadas y reproducidas por “los establecidos”, sino que también lo son, paradójicamente, por aquellos que son “marginados”, pues ven en la adopción de una narrativa de exclusión y rechazo de quien es, en últimas, considerado un indeseable, una forma de ser incluido y de eventualmente llegar al estatus de “establecido”. Esto explica la adopción de posturas extremas antiinmigración por parte de comunidades que fueron migrantes una generación atrás y que aún se sienten inseguras con su nuevo estatus.
El presente nos pone frente a la misma disyuntiva: rechazar o integrar, excluir o aprovechar la riqueza que traen consigo quienes se ven forzados a migrar. La historia nos muestra que la diversidad y la integración han sido fuentes de progreso, mientras que la exclusión, más temprano que tarde, termina empobreciendo a quienes la practican, tanto en su capacidad de generar riqueza como de construir una auténtica cohesión social.
