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Los profesores propagandistas

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Julián López de Mesa Samudio
20 de marzo de 2025 - 05:00 a. m.
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En un mundo saturado de información, dominado por discursos polarizados y noticias falsas, el pensamiento crítico es más necesario que nunca. Sin embargo, esta habilidad parece haber sido relegada frente al consumo rápido y acrítico de contenidos. En este contexto, la propaganda desempeña un papel fundamental, moldeando opiniones y emociones, muchas veces sin que el receptor sea consciente. Mientras el pensamiento crítico invita a cuestionar y a analizar, la propaganda busca persuadir y consolidar narrativas sin dar espacio al disenso.

Desde Sócrates, el pensamiento crítico ha impulsado el conocimiento y la evolución intelectual. Su famosa máxima, “Solo sé que nada sé”, no es mera modestia, sino una invitación a cuestionarlo todo, dudar de certezas arraigadas y buscar la verdad mediante el diálogo y el razonamiento. Descartes profundizó esta idea con la duda metódica, y pensadores recientes, como Matthew Lipman, han abogado por integrar la filosofía en la educación para fomentar esta habilidad crucial. Sin embargo, en la era de la propaganda masiva, el espíritu crítico parece a punto de extinguirse.

La propaganda no se limita al ámbito político; permea la publicidad, las redes sociales, los medios e incluso el sistema educativo. Su objetivo es influir en percepciones y comportamientos mediante técnicas que apelan más a las emociones que a la razón. En este sentido, es más peligrosa que las noticias falsas, porque no necesariamente implica mentir, sino manipular conscientemente la verdad, destacando ciertas realidades mientras oculta o atenúa otras según convenga. Aunque no es intrínsecamente negativa, la propaganda reemplaza el debate y el análisis crítico.

Pensar críticamente no implica oponerse sistemáticamente a todo o caer en escepticismos absolutos. No rechaza la autoridad o el conocimiento, sino que los somete a un examen riguroso y profundo para tomar decisiones informadas. Este tipo de pensamiento no surge espontáneamente; debe cultivarse, incentivarse y practicarse. Esta es precisamente la tarea esencial del profesor, tanto dentro como fuera del aula.

El espíritu crítico debe ser el eje de nuestra labor académica. La ciencia avanza gracias a esta capacidad de cuestionar continuamente, pues los mejores científicos son siempre aquellos que están dispuestos a desafiar sus propias hipótesis y convicciones. Los profesores debemos ser coherentes no con una ideología específica, sino con el valor supremo del pensamiento crítico y la congruencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Nuestra influencia en una sociedad es significativa: estamos encargados temporalmente de quienes serán futuros ciudadanos, y por ello es vital darles un buen ejemplo. Siempre.

En este sentido el pensamiento crítico es un acto de resistencia. Reconocer que nuestras ideas podrían estar equivocadas y exponernos a puntos de vista distintos es fundamental, aunque paradójicamente la sociedad actual parezca diseñada para sofocar esta actitud. Las redes sociales crean burbujas ideológicas, los algoritmos refuerzan prejuicios y la propaganda genera respuestas emocionales inmediatas, dificultando la reflexión serena.

Por ello, el fenómeno de los profesores propagandistas es especialmente grave. Cuando un profesor combina la academia con una vida pública dedicada a la propaganda en favor de causas políticas o ideológicas (y los hay en todo el espectro político), no sólo contradice la esencia del pensamiento crítico, sino que erosiona lentamente la confianza de estudiantes, familias y comunidades en un sistema educativo basado en el cuestionamiento racional como el sustrato y la base de cualquier saber.

No se trata de exigir que los profesores sean perfectos ni tengan una posición política, pero sí que asuman el deber de ofrecer un ejemplo coherente con su función educativa. La confianza de la sociedad en los profesores es indispensable y esta confianza se pierde cuando el profesor dice una cosa en clase, pero asume otra distinta en público (como aquellos que cuestionan a la hegemonía en espacios académicos, pero son parte de ésta y la defienden fuera de éstos). Por tanto, es esencial entender la educación como un espacio dedicado al cuestionamiento, al análisis profundo y a la exploración intelectual. Los profesores tenemos la responsabilidad ética de promover el debate informado, la duda razonada y la autonomía intelectual. Sólo así construiremos una sociedad más informada, justa y preparada para los desafíos del futuro, recuperando el pensamiento crítico como una necesidad moral, política e intelectual frente a la manipulación propagandística.

@Los_Atalayas

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Contrapunteo (18670)20 de marzo de 2025 - 11:39 p. m.
El profesor puede abrir el debate para permitir que el alumno haga un juicio crítico, ser imparcial, cuestión que es difícil puede llevar a que el alumno tenga más información y pueda opinar. Hay universidades de ultraderecha, fanáticos profesores y alumnos bien manejables. De dónde salieron el astuto pero atolondrado I. Duque y su compañero de cacho y pupitre el fiscal Barbocita, que tantas cosas tapó y calló, de cartón de Colombia,la S. Arboleda, por ahí pasaron y pasan joyitas uribesitias.
Concha Arevalo(99107)20 de marzo de 2025 - 08:57 p. m.
Fuimos criados en la obediencia, la forma doméstica de llamar a la sumisión, que triste!
Celyceron(11609)20 de marzo de 2025 - 04:29 p. m.
Muy buen llamado de atención a los maestros. El ejemplo y la ponderación de las palabras y los argumentos son indispensables, en la formación de los estudiantes.
David Valencia Cuellar(0vhxw)20 de marzo de 2025 - 03:54 p. m.
La Sergio es un buen ejemplo de una Universidad de garaje,manejada por la ultra derecha colombiana, si no figense en Duque el bobalicon uribestia.
David Valencia Cuellar(0vhxw)20 de marzo de 2025 - 03:50 p. m.
La educación en Colombia nunca ha comentado el pensamiento crítico o divergente, nos ha enseñado a obedecer.....
  • Celyceron(11609)20 de marzo de 2025 - 04:30 p. m.
    PUES que se empiece ya a fomentar el pensamiento crítico. NUNCA es tarde.
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