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Sobre niños y abejorros

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Julián López de Mesa Samudio
24 de junio de 2010 - 03:25 a. m.
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COLOMBIA ES UN PAÍS INFANTIL Y por ende los colombianos nos portamos como niños pequeños.

Esta idea me ha estado rondando desde que hace unas semanas mi médico me señalaba, con la agudeza que lo caracteriza, que los colombianos somos chiquillos y que por esto tratamos con la inmadurez propia de la edad los asuntos más serios y trascendentales. Esto me llevó a pensar en mi propia infancia para hallar los paralelos que aquí someto a la evaluación de nuestros caros lectores.

Recuerdo, por ejemplo, que en 1985 —cuando cumplí diez años— ocurrieron dos de las tragedias más significativas de nuestra historia. Sin embargo, la catástrofe de Armero, el horror del Palacio de Justicia y otros eventos de estas magnitudes no afectaron mi niñez. Estas tragedias, incluso entonces, me parecían lejanísimas: eran rumores de fondo, como zumbidos de abejorros que distraen por un segundo y que inmediatamente después se olvidan; y que, como cualquier zumbido que se perpetúa en demasía se torna molesto. Recuerdo que lo que realmente me afectó en ese año fue el hecho de que, pese a que mis padres me compraron mis primeros tenis “de marca” (ante mi obstinada insistencia), yo sentía que era demasiado tarde y que los míos no tenían todas las marquillas y signos de originalidad que los hacían aceptables en el mundo de los diez años. Esta fue mi verdadera tragedia en aquel entonces.

Hoy Colombia es un país igualmente pueril. Como a un niño, le encantan las entretenciones fáciles, pero se aburre pronto de ellas. Olvida fácil lo lejano y la avergüenza su pasado por ser demasiado próximo —y por ello aún visible— tornándola vulnerable frente al juicio de los demás; por esto, en medio de su terrible inseguridad, aún inventa, manipula y fantasea con historias de superhéroes libertadores en las que siempre sale bien librada. Por lo mismo oculta celosamente aquella parte de su vida pasada que le parece que puede ser cuestionable o que demuestre facetas de su persona que pretende ocultar. El esnobismo que la caracteriza es un esfuerzo deliberado por parecer mayor de lo que en verdad es, posando en actitudes artificiosas que demuestran su inmadurez.

Los colombianos somos cortoplacistas en extremo, preocupándonos únicamente por el presente y por lo cercano; el futuro nos es indiferente ya que hay otros que se encargan de él por nosotros, mientras que nos angustiamos por nuestra imagen frente a quienes consideramos nuestros pares. Tal como yo con mis tenis, llegamos tarde a las modas y tendencias mundiales y somos por tanto terriblemente inseguros a nivel internacional: imitamos torpemente a quienes consideramos líderes poderosos para lograr aceptación, y despreciamos a aquellos a quienes consideramos débiles o tontos. Los colombianos somos egoístas, ya que tratamos de sobresalir y lograr nuestros objetivos sin tener en cuenta a quienes nos rodean. Como niños, tenemos excusas para todo, jamás aceptamos, salvo cuando nos atrapan en flagrancia, responsabilidad alguna por nuestras acciones.

En las últimas semanas, las elecciones y el Mundial de Fútbol fueron las entretenciones de turno; en los próximos días se olvidarán las pasiones que despertaron, pues serán reemplazadas por otras que a su turno serán también reemplazadas. Mientras tanto, al igual que yo en 1985, en Amagá murieron sepultadas setenta y tres personas —muchas de ellas menores de edad— y esto es tan sólo un abejorro molesto; como tantos otros zumbidos que prontamente espantamos sin percatarnos de que es quizás atendiendo a estos zumbidos que podemos por fin ser adultos.

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