Universidad: de frente a los ránquines, de espaldas al país

Julián López de Mesa Samudio
03 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.

Desde el pasado 2 de octubre, Colombia no volverá a ser la misma.

Esto, aunado a los profundos cambios que está viviendo el planeta y al surgimiento de alternativas —exitosas— a la educación estandarizada (el caso de Finlandia es tan sólo el ejemplo más conocido), exigen que la educación colombiana se reevalúe y se adecúe a los nuevos tiempos para tener trascendencia dentro de nuestra sociedad y ser puente entre ésta y el mundo.

Sin embargo, en los últimos años nuestra academia ha llegado al punto de darles la espalda a nuestras realidades, a este momento histórico, a las urgentes necesidades de cambio, por tratar de pertenecer, a toda costa, a los exclusivos clubes académicos internacionales. Las universidades prefieren ser reconocidas como miembros de segunda categoría dentro de los estándares internacionales de educación, a ser relevantes para Colombia.

Lo trágico es que los parámetros para pertenecer al ranquin de Shanghái —el estándar de más prestigio en la actualidad— son inalcanzables para nuestra academia, ya que los dos criterios más relevantes son aquellos en los que Colombia no puede competir: número de premios Nobel y medallas Field adscritos a la institución, y marcas y patentes registradas por la misma. Por ello, hemos apuntado frenéticamente a los criterios complementarios: publicaciones en índices de citación internacional —índices que a su vez son un negocio para compañías privadas y con ánimo de lucro como Thompson-Reuters, a los que pertenecen— y cuyo objetivo dejó de ser producir conocimiento o reevaluar el existente, sino más bien formar microcomunidades de discusión erudita completamente desconectadas de la cotidianidad.

Los estándares fomentan el neoescolasticismo formal dictado por el modelo anglosajón que encubre las carencias sustanciales de las investigaciones bajo un manto de formalismos anquilosados, y privilegia la árida dictadura de los métodos cuantitativos cuya apariencia de verosimilitud, gracias a la estadística y a otros malabares matemáticos, encubre su facilismo, su falta de profundidad y de análisis.

Siguiendo las absurdas imposiciones del Ministerio de Educación y Colciencias, ya no importa si la universidad tiene relación con la sociedad a la que pertenece, si lo que hace es relevante para el contexto social, económico o político del país, o si forma profesionales felices, críticos y comprometidos con su futuro y el de su nación. Lo que importa es publicar, lo que sea y como sea, desde que lo publicado esté en índices, importantes para los ránquines, pero completamente irrelevantes para la vida cotidiana y para hacer un país mejor.

Particularmente preocupante es el caso de las llamadas ciencias sociales (vitales para la reconstrucción de Colombia), las cuales, al no tener un campo bien delimitado dentro de los ránquines internacionales, se han visto forzadas a transformarse en monstruosidades académicas con pretensiones de exactitud, obsesionadas con lo cuantitativo y dejando de lado el espíritu crítico que las ha de caracterizar.

Siendo la educación un eje central del cambio, no se puede continuar sometiéndola a los dictados de estándares internacionales adoptados por funcionarios ignorantes y políticos profesionales deslumbrados por cualquier brillo extranjero; en decisiones basadas en taras coloniales según las cuales los modelos foráneos se han de preferir “pues lo que funciona allá ha de funcionar acá”. La apuesta desde esta columna para los directivos de nuestras instituciones académicas y para el nuevo/a titular del Ministerio de Educación es por dejar de someterse a unos criterios que nos están llevando aceleradamente a la desconexión completa de la academia de la realidad del país.

@Los_Atalayas, Atalaya.espectador@gmail.com

 

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