En días recientes, el primer ministro de San Vicente anunció a sus ciudadanos, luego de su regreso de Venezuela y su encuentro con el dictador Nicolás Maduro, una serie de acuerdos suscritos que son, en esencia, una ofensa y una burla al pueblo venezolano. El mandatario caribeño comunicó que Maduro le perdonó una deuda de 70 millones de dólares, que era parte de los convenios del programa de suministro de hidrocarburos, Petrocaribe. En su alocución resaltó el “gesto” de generosidad y solidaridad de Maduro, quien además se comprometió a entregarle casas prefabricadas y bombonas de gas, sin ninguna contraprestación ni beneficio para los venezolanos.
Lo ocurrido es una bofetada para los 30 millones de venezolanos. San Vicente, hoy en día, posee un PIB per cápita que es cuatro veces mayor al de nuestro país. Sin embargo, le estamos regalando nuestros recursos económicos. Con 70 millones de dólares se pudo entregar un salario mínimo a 2,5 millones de familias venezolanas en situación de pobreza extrema. Convenios como estos son más que una muestra del desprecio profundo de Maduro por el pueblo venezolano, que sufre una de las peores catástrofes humanitarias que se hayan conocido en el mundo, causante de un éxodo de 6 millones de personas. Mientras los venezolanos sufren por falta de electricidad, combustible, gas doméstico, sueldos dignos y oportunidades, el régimen regala nuestro patrimonio para comprar apoyo político en el mundo.
Ahora bien, muchos se preguntarán por qué Maduro, viendo la crisis humanitaria de nuestro pueblo, despilfarra nuestro dinero; qué es Petrocaribe; por qué estos regalos tan generosos y por qué en este momento; por qué pretende resucitar Petrocaribe. Esta alianza fue un convenio que nació hace unos años con el objetivo de proveerle petróleo venezolano a países de la región caribeña, con comodidades de pago y en condiciones muy negativas para las finanzas del país. Así fue como durante años se estuvo suministrando energía al Caribe con precios subsidiados, al punto que para el año 2013 el 40 % de lo que se consumía en materia de hidrocarburos en esa región tenía sello venezolano.
En la medida en que Venezuela les facilitaba petróleo a estas naciones y crecía la dependencia energética, se ganaba aliados en el mundo, dispuestos a alzar la voz en foros internacionales para defender las peores violaciones de derechos humanos. De esta manera, Petrocaribe, que había surgido como una idea de cooperación en materia energética, se convirtió en un burdo mecanismo de chantaje político, donde se intercambiaban barriles por votos o espaldarazos públicos, que refrendaran la idea de una democracia vigorosa y pujante en Venezuela. Eran, entonces, solidaridades automáticas que se disparaban cuando se ponía objeciones sobre los estándares democráticos de Venezuela. De igual forma, Petrocaribe fue también un medio de corrupción, pues en países como Haití y Republicana Dominicana se destaparon escándalos que involucraban manejos irregulares de los recursos provenientes del programa.
Petrocaribe estuvo dormido en los últimos años y ahora Maduro lo resucita con los múltiples fines. El dictador busca revivirla para aprovechar el contexto bélico, que ha impuesto unos desequilibrios importantes al mercado energético mundial, con el fin de recuperar aliados en la esfera internacional que estén dispuestos a encubrir la crisis democrática y humanitaria en nuestro país y defender, como si se tratara de ellos mismos, al régimen dictatorial de Maduro, promoviendo que la presión internacional disminuya y se acepte convivir con una dictadura oprobiosa. Así es como Maduro pretende reinsertarse en el concierto internacional: a punta de regalos, prebendas y despilfarro del dinero de los venezolanos.
La estrategia de regalar para conquistar apoyos y conciencias no es nueva. La dictadura lleva años haciéndolo. Venezuela ha regalado a países ideológicamente afines ambulancias, plantas eléctricas, autobuses, insumos médicos, casas y, por supuesto, mucho petróleo y dinero. Países como Cuba, Nicaragua, Bolivia y las islas del Caribe han sido los grandes receptores de estas dádivas, que son el reflejo de la indolencia de una dictadura que no le importa que diariamente mueran o emigren venezolanos a causa de la crisis. Una dictadura que solo opera bajo la lógica de permanecer en el poder a toda costa, incluso si es en detrimento del patrimonio nacional o de la vida de los venezolanos.
Este es un tema que personalmente me mueve y que me llena de mucha indignación. Ver a venezolanos con frío en los huesos, mendigando en las calles de otros países y sufriendo maltratos en algunas ciudades, y pensar que nuestra riqueza es robada y también dilapidada, me llena de mucha impotencia. Pero también me hace ser más consciente de la necesidad que tenemos de transformar la rabia en acción y en fuerza, que nos movilicen para construir un plan y una ruta que nos lleven, nuevamente, a encausar todas nuestras energías para lograr un cambio democrático en el país en el menor tiempo posible.