Colombia comienza a entrar poco a poco en la dinámica electoral. Al gobierno de Gustavo Petro le queda menos de año y medio en el poder, por lo que las alianzas comienzan a consolidarse y, en menos de lo esperado, los colombianos acudirán a las urnas para elegir presidente y Congreso de la República.
Con más de 2,8 millones de migrantes venezolanos, Colombia es el país que más alberga ciudadanos de esa nacionalidad. Por esta razón, es prácticamente imposible que el tema de Venezuela no forme parte de la agenda electoral del país vecino. No deja de generar preocupación la posibilidad de que la campaña electoral en Colombia adopte la misma dinámica que en otras partes del mundo, donde la migración se ha convertido en un arma política para acusarse mutuamente, desestabilizar elecciones, chantajear a los adversarios o, sencillamente, utilizar a los migrantes como chivos expiatorios.
Existen innumerables ejemplos de cómo la migración se ha convertido en el ingrediente de un cóctel que combina populismo y polarización. La Bielorrusia de Aleksandr Lukashenko facilitó la entrada de migrantes de Medio Oriente hacia las fronteras de Polonia, Lituania y Letonia como represalia por las sanciones impuestas por la Unión Europea tras las elecciones presidenciales de 2020. En Turquía, Recep Tayyip Erdogan ha instrumentalizado la migración con fines políticos. Incluso Nicolás Maduro ha utilizado a los migrantes como una herramienta para influir en las posiciones de los países que exigen democracia en Venezuela.
Lo mismo ocurre ahora en Estados Unidos. El Gobierno anunció recientemente la activación de la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798 y la deportación de 238 venezolanos hacia El Salvador, acusados de presuntos vínculos con la organización criminal del Tren de Aragua. Por supuesto, cada país tiene la soberanía de tomar decisiones de seguridad en su territorio. Sin embargo, esta medida ha generado alarma e indignación, ya que los deportados no tuvieron acceso al derecho a la defensa, al debido proceso ni a la presunción de inocencia. Se mezclaron a delincuentes del régimen de Maduro con ciudadanos venezolanos honestos.
Esperamos que Colombia, que ha experimentado directamente el fenómeno de la migración venezolana y la expansión del Tren de Aragua, no caiga en esta espiral. Es fundamental que la campaña política se desarrolle con altura, alejada de expresiones xenófobas o discriminatorias, y que mantenga el espíritu de hermandad que ha caracterizado al pueblo colombiano.
Los discursos discriminatorios solo benefician al régimen, que ahora intenta venderse cínicamente como el mayor defensor de los migrantes. Durante años, negaron la existencia de una crisis migratoria, se burlaron de los venezolanos expulsados por ellos mismos y que cruzaban el Darién arriesgando sus vidas, y minimizaron el drama de quienes caminaban por Suramérica en busca de un futuro digno. Hoy fingen consternación, pero no tienen derecho a sorprenderse: son los únicos responsables directos de esta tragedia. Sin Maduro, no habría migración ni existiría el Tren de Aragua.
Si la situación venezolana va a jugar un papel en la campaña electoral que se aproxima en Colombia, esperamos que el enfoque esté dirigido a señalar a los verdaderos responsables de la desestabilización de la paz en Colombia: aquellos que impulsan la migración forzada, quienes lideran el Tren de Aragua y el Cartel de los Soles, y quienes buscan desestabilizar la democracia en América Latina.
La migración ha demostrado ser un poderoso motor de desarrollo para Colombia. Un estudio de la Universidad del Rosario reveló que, en 2024, los venezolanos aportaron a Colombia 1,5 billones de pesos en impuestos. La comunidad internacional enfrenta el desafío de abordar este problema con un enfoque que garantice los derechos humanos y evite la manipulación de poblaciones vulnerables para obtener beneficios políticos o económicos.
