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Petro y el delirio como estrategia política

Julio Borges

13 de noviembre de 2025 - 11:19 a. m.

Gustavo Petro no gobierna: narra. En esa narrativa, cada tuit, cada provocación y cada ataque no son impulsos emocionales, sino piezas de un libreto político calculado. El presidente de Colombia ha vuelto a hablar en clave revolucionaria: ha resucitado al guerrillero del M19, no con fusil, sino con micrófono, para escribir una historia donde él es el protagonista y el enemigo siempre está afuera.

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Su discurso combina los viejos códigos del antiimperialismo, la victimización y la defensa de regímenes autoritarios vecinos. Petro ha hecho de su cuenta en X (antes Twitter) su trinchera: un espacio desde donde polariza, redefine los hechos y busca moldear la percepción pública. No gobierna desde el poder institucional, sino desde la narrativa.

La narrativa chavista y el abrazo a Maduro

El episodio más reciente ocurrió cuando la opositora venezolana María Corina Machado recibió el Premio Nobel de la Paz. En lugar de mantener distancia diplomática, Petro reaccionó con hostilidad, defendiendo indirectamente al régimen de Nicolás Maduro. Desde hace meses, evita criticarlo y, por el contrario, lo legitima. No denuncia las redes del Cartel de los Soles, ni el colapso económico y humanitario venezolano; prefiere presentar todo como un conflicto entre el “Sur Global” oprimido y el “imperialismo” del Norte.

Esa ambigüedad no es ingenua: le es útil. Petro necesita a Maduro como espejo y aliado, no como amenaza. Reescribe la crisis venezolana como una narrativa geopolítica en la que el victimario se disfraza de víctima y el fracaso autoritario se justifica con el fantasma de las sanciones. Sin embargo, los datos desmienten esa versión: entre 2014 y 2017, antes de las sanciones, la pobreza en Venezuela ya había subido del 53 % al 83 % y la pobreza extrema del 25 % al 64 %, según la Universidad Católica Andrés Bello. El éxodo no fue producto del bloqueo, sino del hambre y del saqueo institucional.

El regreso del insurgente

Petro ha decidido revivir al insurgente que fue. Ya no busca tomarse el Palacio de Justicia, sino el control del relato público. Como en el teatro clásico, necesita un antagonista para existir: Trump, Estados Unidos, la prensa, la derecha latinoamericana o incluso la oposición venezolana. Cada conflicto refuerza su papel de “resistente” frente al sistema.

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Esta estrategia tiene método. Petro polariza no por accidente, sino por diseño. Cada polémica sirve para distraer de su gestión interna, de la crisis económica y del deterioro institucional. Mientras otros gobernantes administran, él se mantiene en campaña permanente.

La confrontación como escenario

El clímax de su libreto llegó con el choque público con Donald Trump. El expresidente estadounidense lo acusó de narcotráfico y de debilitar la cooperación con EE. UU. Petro respondió de inmediato, convirtiendo el enfrentamiento en un duelo global. ¿Buscaba proyectarse como el líder latinoamericano que desafía al imperio? Probablemente. Pero el riesgo es claro: en el teatro de las redes, la visibilidad puede ser poder o puede ser ruina.

Petro ha elegido gobernar desde el conflicto. Cada tuit es una escena, cada enemigo una excusa para reforzar su personaje. Mientras el país enfrenta el desgobierno, él mantiene una base cercana al 25 % de apoyo gracias a su habilidad narrativa. Y aunque su gestión se desmorona, su relato sigue de pie.

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Quizá, como diría Shakespeare, hay método en su locura. Petro ha convertido la política en espectáculo y el poder en un guion personal. Pero detrás del ruido digital, hay un vacío creciente: menos Estado, más propaganda; menos gobierno, más teatro. Y mientras la trama siga funcionando, seguirá interpretando su papel con convicción.

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