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Los ecosistemas no existen para los dogmáticos. Ni en la derecha ni en la izquierda los dogmas les dan importancia a la estructura y a las funciones físicas y bióticas del planeta en que vivimos.
En la derecha la simplicidad de sus dogmas, especialmente la de los que conforman la corriente principal del pensamiento económico, causa hoy estragos en el mismo continente europeo en que fueron concebidos y Estados Unidos todavía no se recobra de sus impactos. En Colombia los ministros y los columnistas, a pesar de sus continuos fracasos, insisten en aplicar el modelo neoliberal en el trópico montañoso y húmedo.
En la izquierda algunos vulgarizadores del marxismo leninismo pregonan que la solución está en aumentar la producción agrícola olvidando que “la tierra” en Colombia está distribuida en cientos de ecosistemas, frutos del enfrentamiento secular de varias placas intercontinentales, generados por miles de minerales, microclimas y geoformas diferentes, con precipitaciones variables en el espacio y el tiempo, amalgamados por una macrobiodiversidad única.
En este país, caracterizado por la extraordinaria complejidad de su geografía y por una historia de continuos fracasos, los dogmas económicos y políticos se utilizan como estrategia para afrontar esa complejidad y esos traumas simplificándolos en unas pocas teorías, a veces en unas pocas frases, elaboradas para otros tiempos y lugares. Gran parte de nuestros problemas emergen de esa contradicción entre diagnósticos dogmáticos simples y problemas complejos.
