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La ausencia de los desplazados agrava la situación ambiental del campo y la violencia de los ambientes urbanos agrava las tragedias de los que llegan huyendo; en los últimos quince años más de cinco millones de campesinos han sido reemplazados violentamente por unos cuantos miles de personas que llegan a enriquecerse, a vengarse o a ejercer poder político en las veredas.
Pocos países han afrontado tragedia semejante; el saber tradicional, construido por culturas y experiencias, conocedor de las complejidades de los ecosistemas, ha sido suplantado por las ignorancias, indiferencias, banalidades y simplezas de unos pocos entrenados para la guerra y educados en la corrupción.
No es extraña entonces la crisis actual del campo colombiano, la mayoría de las gentes llegadas a reemplazar a los desplazados no conocen el oficio ni tienen interés en desempeñarlo; tampoco deberían extrañarnos los problemas urbanos ocasionados por el aumento rápido de la población, la miseria en las calles, la congestión en el transito, el desempleo, la quiebra de los sistemas de salud. Buena parte de los cinco millones de desplazados llegaron a las ciudades después del Censo del 2005; sólo en 2015 sabremos cuánta gente vive en las capitales.
La antropóloga Luz Amparo Sánchez presentó en el seminario “Conocimiento y Acción, Derechos a la Ciudad y al Territorio”, organizado por la Universidad Nacional en Manizales, los estudios que viene realizando durante los últimos años acerca de la vida de los desplazados en las ciudades. Nómadas en el interior de las ciudades los llama ella cuando explica el significado de las palabras que usan los grupos en su nuevo peregrinaje de barrio a barrio, de inquilinato a inquilinato, de calle a calle; el calvario, lo llaman ellos.
Esta sociedad debería tener vergüenza, dice Luz Amparo y todos asentimos en el seminario, avergonzados por no haber ni siquiera percibido la magnitud de la tragedia de la cual somos, por lo menos, testigos. Hasta ahora sabemos que los que han sido trasladados a la fuerza llaman a este proceso el “rodar” y que el rodar puede concluir en “estar caído” o, al final, en “estar muerto en vida”. Hasta ahora nos hemos dado cuenta de que las ciudades, las en el siglo pasado fueron refugio, ahora son calvario de gentes que no quieren retornar al campo, que insisten en que pueden ser ciudadanos pero, lentamente, se enteran de que el infierno esta en todas partes.
*Julio Carrizosa
