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Lentamente en el país se genera una cultura forestal; ya se dice que hay más de 4 millones de hectáreas aptas para establecer sistemas agroforestales y se reconoce que más de la mitad del país debería continuar cubierto de selvas.
Como lo informa El Tiempo, en Zapallá, Magdalena los campesinos dedican 1561 hectáreas para sembrar Gmelina arbórea mediante contratos con la firma Farber Castell, famosa productora de lápices. Esa industria les paga por el mantenimiento de la plantación, los asesora y les entrega el 30% de las ganancias que obtiene. La Gmelina produce en corto plazo madera suficientemente dura para fabricar, además de lápices, herramientas y otros productos que no admiten materiales diferentes a la madera.
Sin embargo las plantaciones forestales en Colombia apenas cubren un poco más de 400.000 hectáreas y todavía algunos propietarios se quejan y angustian cuando saben que están dentro de una reserva forestal que debe dedicarse a extraer productos del bosque, a pesar de que muchos de ellos están acostumbrados a plantar pinos y eucaliptos que los ayudan cuando están en problemas.
La experiencia de la Gmelina y sus lápices en la cuenca del Magdalena y los problemas inherentes a los cultivos de papa y cebolla en el trópico frío andino deberían llevar a reflexionar acerca de la posibilidad de restaurar las tierras “cansadas” mediante la plantación de árboles que al mismo tiempo produzcan ingresos que, probablemente, son más “seguros”.
El profesor Van der Hammer, infortunadamente ya fallecido, mostraba con orgullo su bosque andino plantado en la sabana de Bogotá, otros ya han tenido experiencias semejantes, pero todavía faltan campañas masivas de difusión de lo que pueden hacer las especies arbóreas nativas.
Nuestras experiencias personales de 20 años en una colina de Rio Frio Oriental, Tabio en donde plantamos 34 especies arbóreas y arbustivas, es que algunas de ellas, como los robles, los tíbares y los pinos romerones pueden competir económicamente con pinos foráneos y eucaliptos por la mayor calidad de sus maderas y tienen ventajas como restauradores de ecosistemas; que otras como los arbolocos y los ciros son extraordinarios reconstructores de laderas por su velocidad de crecimiento y que no se debe abandonar la idea de obtener en los Andes maderas preciosas como las de los nogales y cedros colombianos, más lentos pero mucho más valiosos. Recibo y me comprometo a publicar experiencias forestales.
