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Colombia en paz, sin coca y sin petróleo

Julio Carrizosa Umaña

01 de diciembre de 2013 - 05:00 p. m.

En un país en paz, sin coca pero sin petróleo, como lo ha advertido el ministro de Minas y Energía, sería necesario, para evitar nuevas guerras, orientarnos hacia un desarrollo industrial limpio e innovador, económico, social y ecológico, que proporcionara millones de empleos. Ese cambio de rumbo es difícil y habría que iniciarlo ya.

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En realidad, y sin tapujos, lograr equilibrar las finanzas del país sin los ingresos del petróleo y del narcotráfico no es posible sin un cambio estructural en la economía colombiana, y ese cambio requiere que utilicemos lo mejor posible las diferencias ambientales —ecológicas, sociales y económicas—, la sostenibilidad potencial del territorio y su capacidad específica de albergar población, de integrarla y de producir ingresos.

El gran empujón que necesitamos en el posconflicto podría diluirse y ser poco eficaz si tratáramos de mejorar la situación al mismo tiempo en todos los municipios, incluyendo aquellos cuyas características ecológicas, sociales y económicas los han llevado a expulsar población.

Algunas zonas rurales cálidas sin la coca agravarán su situación de pobreza e, infortunadamente, sus condiciones ecológicas; el deterioro de sus sociedades y su distancia a los mercados no son las más adecuadas para que nuevos cultivos puedan reemplazar las economías cocaleras. En esos municipios, los próximos años serán de reconstrucción del tejido social y de restauración de los ecosistemas con masivas inversiones estatales que requerirán músculos económicos nacionales.

La carta que le queda al país es urbana e industrial, ecológica-social-económica. Es claro que es necesario, para que la paz sea “estable y duradera”, asegurar altos niveles de calidad de vida en el campo, pero el esfuerzo económico principal en el posconflicto debería enfocarse en lograr producir empleo masivamente en los municipios que tengan mayores posibilidades ecológicas y sociales de competir en la economía internacional.

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Esos municipios están en la costa Caribe y las posibilidades de competencia estarán en los sectores nuevos y limpios de una economía social y ecológica, no en la vieja industria. El oro, el carbón y el poco petróleo que nos resta deberían dedicarse exclusivamente a conformar el capital humano y social, científico y tecnológico necesario para reconstruir y restaurar en los próximos siete años el país herido y para conformar uno nuevo. El capital natural que queda después de la guerra debería invertirse únicamente en esa difícil labor.

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