Consumir para soñar

Julio Carrizosa Umaña
24 de septiembre de 2018 - 06:07 p. m.

Los jóvenes y los niños no consumen drogas psicoactivas  solamente porque los seducen o los engañan. Muchos consumen para salirse de una realidad que detestan.

Hace unos 50 años, cuando la cocaína y la marihuana empezaron a ser consumidas en Bogotá, la mayoría lo hacían para divertirse y algunos, los que querían ser intelectuales o artistas, lo hacían porque percibían que infundía creatividad a  sus cerebros.

En el medio siglo siguiente el consumo de ambas drogas se aceleró en los Estados Unidos probablemente debido a que muchos jóvenes soldados en la guerra del Vietnam lo necesitaban para aguantar las batallas. Dicen quienes estuvieron allí que las mismas autoridades militares organizaban el consumo.

Al mismo tiempo en Estados Unidos  los jóvenes que no querían ir a la guerra, especialmente intelectuales, gentes pobres, hippies y afro descendientes se convirtieron en consumidores de drogas, como lo siguen siendo, y al nuevo gobierno republicano, el de Nixon, se le ocurrió que si declaraba la guerra universal a las drogas podría castigarlos más fácilmente. El castigo también nos llegó a nosotros.

La Declaración de Guerra de Nixon contra las drogas aumento inmediatamente su precio y conformó una  enorme fuente de ingresos para  grupos  criminales y rebeldes. Al final de la década de 1970 ya esa inmensa cantidad de dinero ilegal llegaba al país. Este año, al precio de Nueva York, la cocaína producida aquí puede generar más dólares que todas las exportaciones legales de Colombia. La magnitud del aumento de la demanda internacional es otro indicador del creciente fracaso de los modelos económicos, incapaces de  asegurar un bienestar mínimo aún en los países más ricos.

Lo más grave es que ese mismo dinero ilegal fue el que corrompió al país, el que sostuvo la subversión política durante todos estos años, el que ayudo a mantener en la pobreza a quienes no traficaban y el que aumentó la inequidad. Es en ese país en donde se han “formado” los jóvenes que hoy tratan de salirse de esa realidad, consumiendo drogas para poder soñar con una vida diferente.

¿Tenemos los que no consumimos alguna autoridad para colocar a los consumidores en la picota pública? ¿Pueden, éticamente,  los que  gobiernan a los Estados Unidos seguir aumentando el precio de la droga para que nuestros países continúen destruyéndose? ¿Habrá alguien capaz de encontrar una solución real a este absurdo?

 

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