Detrás de la avalancha

Julio Carrizosa Umaña
05 de abril de 2017 - 03:42 a. m.

La pobreza, la ignorancia y la simpleza están detrás de lo sucedido en Mocoa. Un noticiero bien informado denunció que en ese lugar en la década de 1960 la misma quebrada se había salido de su cauce y había causado decenas de víctimas.

Si no fuéramos tan pobres, tan ignorantes y tan simples no estaríamos llorando hoy, el municipio de Mocoa hubiera creado allí, entre los tres ríos, un parque en los años setenta, para gozar de ese paisaje extraordinario y evitar la urbanización que repitiera la tragedia, y habría establecido, en territorio seguro, barrios para los desplazados de la guerra.

Lo sucedido debería ser estudiado detalladamente por el Ministerio de Ambiente y por el Departamento Nacional de Planeación antes de establecer nuevas políticas de ordenamiento territorial. Sin duda este es un nuevo indicio de que la ley 388 y todo el procedimiento establecido para ordenar los territorios de los municipios no funcionan adecuadamente, no son capaces de evitar este tipo de tragedias ni siquiera en casos como este, cuando existían hechos pasados que las predecían.

Las soluciones a esta situación no son fáciles; podría pensarse en que los municipios tuvieran acceso continuo a una asesoría científico técnica de la mayor calidad posible que tuviera como una de sus funciones mantener actualizado el conocimiento acerca de las características geológicas y climáticas de la estructura ecológica y de los procesos ambientales en cada municipio. Se podría también imaginar que los avances tecnológicos fueran suficientes para diseñar un sistema de alarmas específico adecuado a las características geológicas y climáticas de cada municipio o, simplemente, que en cada municipio se establecieran límites infranqueables para evitar que su población creciera más allá de su sostenibilidad potencial.

La pobreza, la ignorancia y la simpleza impiden que cualquiera de estas soluciones sea hoy factible y lo más probable es que en este año o en los próximos tengamos experiencias trágicas similares en cualquiera de los municipios que hoy crecen colgados de las laderas, sobre las fallas geológicas o en las playas de las corrientes. Estas tres características nacionales nos han conducido a creer sin duda alguna en que los mercados y los POT están ordenando racionalmente el territorio y que no debemos preocuparnos si los pobres se asientan en los precipicios o al pie de las quebradas, porque con el tiempo nos desarrollaremos y seremos todos ricos y sabios y complejos.

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