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El agua en Colombia II

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Julio Carrizosa Umaña
05 de agosto de 2014 - 03:30 a. m.
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Otras dos verdades que ignoramos cuando decimos que Colombia es una potencia hídrica (ver “El agua en Colombia I”), tienen que ver con la complejidad de las interrelaciones entre la lluvia, las actividades humanas y el resto de los sistemas ambientales.

Nos conocen como el país más rico en agua porque cae muchísima en el Chocó, pero ese récord internacional confirma que las relaciones entre agua, sociedad y economía no son lineales sino que siguen curvas parecidas a una parábola. Mejoran la economía y la sociedad local cuando la lluvia aumenta hasta cierta cantidad y desmejoran de ahí en adelante debido a que los sistemas socioeconómicos no logran absorber lluvias grandes y continuas. Es entonces cuando los cultivos se pudren, los vacunos se ahogan, los ríos se desbordan, las ciudades se inundan, las carreteras se desbaratan, las plagas se multiplican, las enfermedades se acentúan, los mecanismos se dañan y la vida humana, en general, se dificulta.

Estos procesos dependen también de las características físicas, químicas y bióticas de los terrenos en donde cae la lluvia, de su geología, de sus geoformas, de sus suelos y de la vegetación que los cubre, además de cómo las sociedades se organizan y construyen sus estructuras. La enorme energía compenetrada con la caída de las aguas lluvias puede ser absorbida en las selvas y en los bosques y también puede ser dirigida eficientemente hacia los sistemas de alcantarillado, pero esa energía puede incrementarse si cae en una ladera, se escurre por los pastos y aumenta repentinamente el caudal de una quebrada, convirtiéndola en riesgo inminente para sus ribereños, o si los suelos de esa ladera están conformados a partir de cenizas volcánicas o de arcillas moldeables, están limpios, listos para la siembra, y el agua aumenta su peso o disminuye su cohesión, convirtiéndolos en grandes masas que se desprenden ladera abajo.

Estos ejemplos simples podrían servir para justificar la necesidad de que todos los colombianos comprendan más profundamente las relaciones entre el agua y nuestra sociedad, pero eso no será posible si el saber científico continúa despreciándose. Necesitamos darnos cuenta de que la climatología, la geología, la geomorfología, la hidrología, la hidráulica y la edafología no son ciencias extrañas sino fuentes de conocimientos indispensables para vivir en Colombia que deben enseñarse desde la escuela primaria. Sólo así la sociedad colombiana podría adquirir la complejidad necesaria para afrontar la complejidad de los ecosistemas que conforman nuestro territorio. 

Julio Carrizosa Umaña *

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