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El buen vivir en Colombia (II)

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Julio Carrizosa Umaña
26 de mayo de 2015 - 03:14 a. m.
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Los ambientalistas complejos sabemos que, aun en la pobreza y en la injusticia, el cerebro humano es capaz de ser feliz.

Cuando la economía, la justicia y la paz parecen estar yéndose al carajo, según unos, o al demonio, según otros, ¿por qué insistir en la posibilidad de vivir bien en Colombia? Si en el futuro viviremos sin remedio en un país violento, pobre e injusto, ¿vale la pena seguir siendo colombianos?
 
En mi libro Colombia compleja hablo de la posibilidad de ser pobre, vivir en un país injusto y ser feliz. La historia de Francisco de Asís demuestra que el cerebro humano es capaz de lograr esa aparente contradicción, y así lo predica hoy el segundo Francisco, pero sabemos que Marx selló ese camino con una sola frase: si la religión es el opio del pueblo y el opio está prohibido, ¿qué camino nos queda?
 
Creo que el camino se encuentra en la búsqueda del camino, como lo han insinuado muchos, y que en esa búsqueda los humanos podemos encontrar objetivos despreciados en los dogmas económicos y políticos dominantes, objetivos que solemos llamar, despectivamente, emocionales. Curiosamente, la emoción de la búsqueda podría explicar por qué los colombianos siguen respondiendo en las encuestas que son felices.
 
Esa emoción en el buscar, esa felicidad otorgada por el perseguir continuamente nuestro objetivo aparece en muchos procesos aparentemente desiguales y, aun, contradictorios. Está en los buscadores de riqueza y en los buscadores de justicia, así como en otros hoy menos acreditados: los que buscamos lo sagrado, la belleza, la amistad, el saber, el reconocimiento, la fraternidad y la salud del planeta, y naturalmente está en la humanidad entera que busca los placeres físicos. A todos nos une el buen vivir buscando. Por eso el Gobierno y las Farc lograron ponerse de acuerdo en la tal reforma rural integral que tiene como único objetivo, según los documentos de La Habana, el buen vivir.
 
Tal vez deberíamos, entonces, iniciar una reflexión colectiva, profunda y amplia acerca de cómo podríamos vivir bien en nuestro país. He sugerido que es posible que la respuesta está en la comprensión de lo que nos imaginamos y de lo que hemos sido como nación y en el conocimiento detallado de la geografía física y de la historia del poblamiento de esa estructura. En la consideración de esos sucesivos imaginarios nacionales y en el análisis de sus congruencias e incongruencias con la extrema complejidad y diversidad de los ecosistemas que conforman el país, podríamos encontrar caminos conjuntos que nos llevaran al buen vivir.

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