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El pasado 22 de julio durante un debate sobre el proceso de paz, el concepto de territorio se mencionó varias veces, sin que se tuvieran en cuenta sus características. Pareciera que en la mente de los políticos el territorio colombiano es plano, no existen dos océanos, ni tres cordilleras, ni humedales, ni desiertos, ni 40 millones de hectáreas cubiertas de selvas, mucho menos 18 tipos de climas diferentes y 37 clases diferentes de suelos.
Quedarían esos congresistas asombrados si se leyeran el último estudio del Ideam, el cual registra 85 grandes grupos de ecosistemas. Un senador insistió en que era necesario que los negociadores estudiaran la historia de Colombia, pero ninguno habló de la urgencia de conocer su geografía.
Parte de la explicación de estas ignorancias reside en las características simples de las ciencias económicas y las ciencias políticas que se estudian en las universidades colombianas y en los dogmas que dominan en las corrientes principales de estas disciplinas, especialmente los del neoliberalismo y el marxismo-leninismo, los modelos construidos por los discípulos de Smith y de Marx que olvidaron la amplitud de las visiones de sus maestros fundadores.
En esos dogmas simplificadores el comportamiento de los humanos obedece únicamente a sus deseos de poder y de riqueza, son entes incapaces de ver las características de sus entornos, y no solamente no consideran la belleza de la naturaleza sino que no ven y desdeñan sus diversidad y complejidad.
Se dirá que, hablando de guerra y paz, esa es la posición correcta, que es la plata y el plomo los que cuentan y que una y otro están incluidos en sus modelos y son suministrados correctamente por los mercados correspondientes o pueden obtenerse rápidamente mediante revoluciones y golpes de Estado. Todo es posible en las imaginaciones construidas ideológicamente y estas construcciones son responsables de la existencia de esta república.
Sin embargo, hay otros involucrados en el proceso de paz que sí saben lo que significan las características del territorio en su vida diaria, en sus batallas y en sus descansos. Me refiero a los combatientes actuales y a los que se enfrentaron durante estos sesenta años aguantando la complejidad de los ecosistemas colombianos. Ojalá los negociadores encuentren tiempo para oírlos y comprendan por qué la guerra ha durado tanto.
