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El saber campesino en Bogotá

Julio Carrizosa Umaña

07 de septiembre de 2014 - 10:00 p. m.

“Que se vayan con un hoyo en el estómago”, pidió Cristina Jaramillo, joven campesina, a las doscientas personas que escuchamos el relato de su vida gracias a Juana Santamaría y a Ángel Nogueira en la Jorge Tadeo.

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Durante una hora leyó Cristina, con voz segura y sin lugares comunes, sin dogmas ni nostalgias, lo que les ha sucedido a ella y a su familia en la vereda Planes de San Rafael, municipio de Santuario, Risaralda.

Juana y Ángel culminaron así un esfuerzo de ocho años llamado ‘Nascencia’, que trató de vincular en los cerebros de los bogotanos la palabra y la imagen para hacer visible la acción social. Según los textos de Ángel, “palabra e imagen forman conjuntamente un acorde de idea, pensamiento y sentimiento vivo de cuánto está ahí como alteridad, noticia o diferencia”. La vida de la familia de Cristina, unida a las imágenes y palabras que de ella se presentaron en un buen video, sin duda nos conectaron con la vereda y algo nos quedó ahuecado, no sólo en el estómago.

El hoyo que genera las palabras de Cristina no se debe a ningún acontecimiento trágico, ella y su familia viven en las inmediaciones del Parque Nacional Tatamá, tienen finca y casa y ella desde pequeña fue entrenada como “observadora de aves”, asistió a la universidad y se graduó como administradora ambiental. Su hermana Lorena, quien también habló en la reunión, insistió en la importancia de la educación y la investigación en la vida rural; ambas quieren quedarse a vivir en su vereda; sus palabras refuerzan la imagen de una vida campesina sostenible.

Al final de su exposición, Cristina nos dice que lo que más desea es insistir en lo que su padre ya no considera posible; en la posibilidad de la vida rural. En el video, los vecinos de la vereda nos explican las razones de este corte generacional; las plantas continúan produciendo, pero ya no se venden, las plagas y las pestes aumentan los costos, ya es un delito que los niños ayuden en la cementera y está prohibido cortar los robles. La vereda de San Rafael no parece afectada por la violencia humana sino, paradójicamente, por las contradicciones de la sociedad del posconflicto.

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Sin embargo, Cristina y Lorena quieren volver a empezar. Ellas ya tienen un lugar dentro de un Distrito de Manejo Integrado, sus vecinos ahora establecen viveros de especies en peligro, se han graduado de guías y de intérpretes ambientales, reciben visitantes que quieren vivir durante horas el mundo en que ellas crecieron. Son pioneras de una nueva ruralidad que debería tener en cuenta el Gobierno.

Julio Carrizosa Umaña*
* Exdirector del Inderena

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