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Esperanzas truncadas y realidades en el Caribe

Julio Carrizosa Umaña

12 de junio de 2013 - 06:00 p. m.

Durante el siglo XX tuvimos grandes esperanzas en el “desarrollo” de la esquina noroccidental del país, y casi todas se truncaron.

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Darién, Urabá, Córdoba, Sucre, eran palabras mágicas en grandes titulares; Panamá se había perdido, pero teníamos fe en que en esos grandes territorios estaba el futuro de Colombia.

Varios gobiernos, empresas y ciudadanos se encandelillaron con las visiones de desarrollo que se proponían; extraer más oro, exportar carne a Europa, convertirnos en potencia bananera, hacer la carretera al mar desde Medellín, ser el primer productor mundial de níquel, acordar la reforma agraria con los campesinos y los propietarios de la tierra, romper el tapón del Darién, construir otro canal interoceánico, resolver el problema energético de la costa. Era difícil no entusiasmarse con frases como las de Daniel Samper Ortega: “En ninguna parte se dan los guineos como en el Darién, por término medio un racimo tiene allí trescientos plátanos... el arroz retribuye en proporción del ochenta por uno...”.

Algunas de estas ideas se realizaron. Hay ahora carreteras, hidroeléctrica, planta de níquel, abundan oro, banano y ganado y muchos conciudadanos y extranjeros se enriquecieron en el período, pero al mismo tiempo la situación socioeconómica se rezagó con respecto al resto del país y la violencia se agudizó con el enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares. En los últimos 30 años hemos sido testigos de las tragedias generadas por el derrumbe de los sueños; las vidas perdidas, las familias destruidas, los ecosistemas deformados, las sociedades corrompidas.

No podemos culpar a los que se entusiasmaron. Había buenos indicios de que todo era posible; los sinúes habían logrado forjar allí una de las culturas más creativas del Caribe, los franceses se habían enriquecido con la exportación de maderas, grandes fortunas antioqueñas se hicieron engordando ganado o extrayendo oro, los científicos describían maravillas ecológicas, muchos jóvenes del interior se convirtieron en grandes exportadores, las asociaciones de campesinos llegaron a ser poderes nacionales. Parecía que había espacio suficiente para la felicidad de todos.

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Hoy la televisión nos hace reflexionar acerca de lo sucedido. La triste y aterradora vida de los Castaño y de muchos otros jóvenes obsesos y apasionados culminó en esa esquina de Colombia. Para los que sobreviven a la tragedia, para los pocos que llegaron a lucrarse después de la desgracia común, la telenovela, con todas sus exageraciones y fantasías, podría ser aguijón para aportar soluciones.

Las fértiles planicies, los ríos gigantescos, los pantanos, las ciénagas, las serranías, las playas, el gran golfo, las ensenadas deliciosas continúan allí y, milagrosamente, el deterioro físico no ha sido tan grande como en otras partes de Colombia. Sería extraño que las nuevas generaciones no construyeran nuevamente los sueños y gravísimo que esta vez no los convirtieran en realidad.

*Julio Carrizosa Umaña

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