La sostenibilidad urbana se fundamenta en alianzas entre cultura y ecología; las grandes ciudades: París, Londres, Nueva York, Washington, Río, lo son porque quienes las fundaron y construyeron fueron capaces de cimentar esas alianzas extrañas entre ideas y paisajes.
Carlos Patiño, director del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia, propuso hace unos días construir 10 ciudades nuevas como “única forma de llevar la sociedad colombiana hacia el postconflicto con un modelo de cohesión sostenible y una economía que pueda crecer a ritmos necesarios”. Varias veces he propuesto algo semejante: planificar y construir ciudades modelo que sean ejemplo de sostenibilidad en lo económico, lo social y lo ecológico, y que disminuyan la presión demográfica que hace insostenibles muchas de las ciudades actuales, incluida la capital del país.
La propuesta de Patiño sería un excelente modo de celebrar, dentro de seis años, los doscientos años de la derrota del ejército español, pero para hacerlo sería necesario que ya se hubiera conformado una cultura de la paz. Una cultura que desdeñara dogmas e ideologías, que se burlara de los antiguos prejuicios, que eliminara odios, rencores y humillaciones.
En una cultura de la paz se podrían lograr eventos extraordinarios como diseñar y construir colectivamente ciudades que fueran escenario de recuperación de las víctimas en las regiones que más hubieran sufrido las consecuencias de la guerra, ciudades que tuvieran en cuenta nuestra estructura geoecológica y las tendencias culturales que conforman la historia colombiana.
En sitios como en Urabá y el Sinú, indios, negros, mestizos, mulatos y blancos, antioqueños y costeños, pobres y ricos, podrían aunar tradiciones, innovaciones y energías para planificar y construir ciudades modelo. Espacios urbanos armoniosos con el trópico, diseñados para ser foco mundial de la música, la literatura y el deporte, centros internacionales de la orfebrería y los tejidos, ejemplos de producción limpia, de alimentos fundamentados en la biodiversidad, muestra global de la interacción efectiva de los continentes en búsqueda de la felicidad.
Idear, diseñar, planificar, construir y lograr el funcionamiento de ciudades nuevas no es fácil, es un ejercicio riguroso, severo y complejo; tanto que podría considerarse al mismo tiempo premio y penitencia; premio para los procesos culturales que lograran fundirse con la naturaleza y penitencia en pago de los años terribles que los separaron.
*Julio Carrizosa Umaña
