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La ceguera ambiental

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Julio Carrizosa Umaña
10 de febrero de 2014 - 03:00 a. m.
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Cuando se escribe acerca de la agricultura y la ganadería son muy pocos quienes se acuerdan del país en que viven.

La mayoría de quienes comentan las vicisitudes rurales padecen de ceguera ambiental; no perciben las sequías, las inundaciones, la erosión, los derrumbes, las plagas, que inciden directamente en los costos de los cultivos y las crianzas, menos la totalidad y la variedad de los ecosistemas en donde tratan de producir los colombianos.

Para esos comentaristas cegatos, producir en Colombia o en Francia o en Ohio es lo mismo. Lo que cambia es la política económica y todo se puede arreglar con tecnología, lo demás es despreciable. En ese saco de desdeño entran las tres cordilleras, sus inestabilidades y su variedad de rocas, unas ígneas, otras metamórficas, las más sedimentarias, el clima tropical y sus cambios inesperados, los movimientos de la zona de convergencia en donde se enfrentan los alisios del nordeste con los del sur, las lluvias que aparecen y se van, las 38 clases diferentes de suelos que en que se cultiva, la diversidad de virus, bacterias, hongos, parásitos e insectos. Para ellos todo eso debe ignorarse; simplificarse, tacharse como se hace en las malas matemáticas.

Esa actitud simplificante tiene raíces filosóficas y epistemológicas que también fundamentan buena parte del contenido y la forma de la educación que recibimos. Cuando se recomienda inducir una “educación de calidad” como solución a todos nuestros males, se olvida que esas raíces conforman el modelo mental en que nos hemos criado no sólo los maestros, sino la gran mayoría de los colombianos. Las cosas que imaginamos, el país que imaginamos, se conforman de acuerdo con las historias construidas desde una forma de ver la realidad y esa forma insiste en no reconocer la complejidad del mundo, en reducir pensamientos y acciones a unas pocas variables.

Simplificar el mundo para poder manejarlo es la aspiración de todos los dogmáticos y la regla de oro de aquellos que aspiran a convertirse en salvadores de la humanidad o del país o del pueblo o de su empresa. Esa ceguedad ambiental autoinducida se refleja en las historias construidas desde los dogmas de derecha y de izquierda y esas historias son el fundamento de nuestras imaginaciones y la guía de nuestras acciones. La fuerza, la rigidez y la permanencia de esos dogmas y los traumas que ellos han infligido en nuestra nacionalidad durante los últimos cien años explican por qué el país es así.

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