En el ambientalismo complejo caben la economía, el derecho y también, naturalmente, la ecología, pero para nosotros el ambiente no es sólo la fauna y la flora, es todo lo que nos rodea, la ciudad y el campo, la naturaleza y la sociedad.
La economía y el derecho que nosotros utilizamos no son dogmáticos, se alejan de las ideologías que hoy dominan esas disciplinas, por lo anterior en estos momentos de crisis de las ortodoxias podríamos aportar algo más que la repetición de las recetas que se encuentran en manuales y modelos de izquierda y derecha.
Me refiero a las crisis que han aparecido casi de repente en medio de las conversaciones de paz; a la crisis de las exportaciones y los ingresos fiscales, debida a la disminución de los precios internacionales de las materias primas, y a la crisis de la justicia en dos aspectos fundamentales, la necesidad de escoger entre esta y la paz que fue planteada por varios magistrados y políticos y la confianza en la Corte Constitucional.
Aparentemente nada de esto debería preocupar a los ambientalistas y probablemente no interese a aquellos que sólo se preocupan del cuidado de la naturaleza no humana, pero si el ambientalismo complejo considera al hombre como parte integral e indisoluble de la naturaleza es obvio que debería decir algo acerca de las posibles soluciones a esta situación que, no por coyuntural, deja de ser un grave obstáculo para el proceso de construir un país diferente.
Un primer punto que podríamos aportar surge de la nueva interdisciplina denominada economía ecológica, en la que se tienen en cuenta las interrelaciones entre el patrimonio natural y los procesos económicos. En este tipo de análisis la disminución de las exportaciones de petróleo, de carbón y de oro no es un desastre sino una oportunidad de evitar la disminución del patrimonio de las generaciones futuras y un reto para construir alternativas industriales sostenibles.
Una segunda consideración surge de la llamada ecología política, que busca establecer la justicia ambiental y que si tiene en cuenta el pensamiento complejo podría inducir al país a reconocer la complejidad del comportamiento humano y a dejar atrás las visiones polarizadas, los blancos y negros absolutos que nos han conducido a la violencia. Es indudable que no vivimos en un país perfecto; los más de sesenta años de guerra y de corrupción y los 46 de narcotráfico intenso han dejado secuelas traumáticas en todos nosotros. Reconocer esas realidades sería dar un paso adelante.