Defender los ecosistemas y proteger el ambiente no es fácil; son gentes especiales las que se enamoran de ese oficio.
Infortunadamente las cambian rápidamente. Cuando durante el gobierno de Gaviria se estudiaba la gestión ambiental, algunos pedimos que no se creara un ministerio, pues pensábamos que eso podría conducir a una mayor politización del tema. Proponíamos un departamento administrativo, algo semejante a la EPA estadounidense.
El elevado número de ministros y de viceministros del Ambiente que se han ocupado del asunto desde entonces, y el secuestro de muchas corporaciones por la politiquería, nos han dado la razón. El ambiente ha tenido numerosos representantes en el consejo de ministros, pero su presencia rara vez ha contribuido a proporcionar al tema el nivel que se merece, y cuando se producen roces con otros sectores ya sabemos quién pierde.
Pareciera que hubiéramos fracasado en la creación de una conciencia ambiental en la clase política. Son muy pocos los caciques que entienden la importancia del tema, la mayoría piensa que se trata de algo referente sólo a los parques nacionales o a la contaminación. La visión del ambiente como la totalidad en que vivimos y con la cual nos relacionamos continuamente está restringida a unos pocos ilustrados. Por eso cuando el ministro o la viceministra, o viceversa, empiezan a hacer preguntas incómodas a sus compañeros de gabinete, inmediatamente son llamados al orden sectorial o, en el peor de los casos, son calificados como “fundamentalistas” y condenados a desaparecer en la siguiente crisis.
Esa simplificación sectorial del tema ambiental, además de originar la pérdida de excelentes funcionarios, está causando problemas graves en los cerebros de algunos especialistas que tratan los problemas de la minería, de la agricultura y de la vivienda. El problema es que la extrema visión sectorial de la mayoría de quienes son consultados en estos temas no sólo simplifica sus modelos mentales, sino que amenaza recortar las mentes de quienes resuelven los problemas nacionales. Ejemplos recientes se encuentran en la ausencia total de consideraciones físicas, químicas y biológicas en los escritos que analizan lo agrario. Para estos escritores, varios de ellos consultores del Gobierno, la relación entre agricultura y ecosistema es despreciable, no importa cuál es la calidad de los suelos, ni la contaminación de las aguas, ni la inestabilidad del clima. Ojalá no les hagan caso.
*Julio Carrizosa Umaña