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La paz podría traer el buen vivir

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Julio Carrizosa Umaña
20 de mayo de 2016 - 04:42 a. m.
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La extrema complejidad de nuestros ecosistemas favorece una diversidad y una persistencia de buenos vivires, pero esa misma complejidad dificulta el cumplimiento de la maximización del consumo y de la riqueza que muchos, tal vez la mayoría, hoy asimilan a un buen vivir.

Cuando digo que hay ejemplos de buen vivir en Colombia, me refiero, por ejemplo, a las comunidades rurales, étnicas y campesinas, que en medio de la guerra han logrado aislarse de los violentos y continuar produciendo alimentos para ellos mismos y para el mercado. Algo semejante ha emergido en algunos barrios urbanos en donde los desplazados de varias generaciones construyeron sus hogares, conviven pacíficamente y se han convertido en comerciantes, servidores públicos, artistas, escritores, empleados, promotores, profesores, empresarios que gozan de la relativa tranquilidad urbana y de sus beneficios.

El papa Francisco en su encíclica Laudato Si propone una versión católica del buen vivir que se caracteriza por la sobriedad y la humildad y culmina en una civilización del amor. El papa, como lo hacen los pensadores bolivianos y ecuatorianos que lograron introducir el buen vivir en sus constituciones, no le da mucha importancia a la posibilidad de que todos seamos ricos, prefiere hablar de vidas dignas y anotar los problemas éticos que trae la maximización de la riqueza económica y el “consumo obsesivo”, al contrario de lo que se lograría adoptando la “ecología humana” que hoy ya ha convertido infiernos en “el contexto de una vida digna”.

Esas definiciones de buen vivir y de civilización del amor no coinciden con muchas de las imágenes que se proyectan acerca de lo que significa la paz, pero sí se aproximan a lo que podría ser posible, dadas nuestra historia y nuestras características físicas. Los proyectados avances en el crecimiento económico no son coherentes con las probabilidades de aumento de los ingresos de los colombianos cuando las guerrillas entreguen las armas, pero sí será posible entonces robustecer y ampliar esas realidades de buen vivir que se construyeron en medio de la guerra, del narcotráfico, la pobreza y la corrupción.

Sin embargo, el paso imprescindible que tendríamos que dar para que el buen vivir se convirtiera en algo más generalizado en Colombia es gigantesco, implica que cumplamos algo que muchos predicamos, que dejemos de odiarnos los unos a los otros y que comprendamos las realidades geográficas e históricas de nuestro país.

 

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